sábado, 16 de junio de 2012

ligeramente muerto

Buenas noches a todos. Siento anunciar que por motivos de trabajo, muy poco tiempo para escribir y falta de internet, el blog queda parado. Despues de un año sin actualizar era cronica de una muerte anunciada. Muchas gracias por vuestro tiempo y disculpen las molestias. Superviviente... O puede que no.

viernes, 8 de abril de 2011

XLVI. Sin prisioneros

Hubo un tiempo en el cual los niños madrugábamos los fines de semana y, con un vaso de leche fría con Cola Cao, nos atrincherábamos en el sofá para ver lucha libre. Pressing cacth o World Wrestling Federation como por aquél entonces se llamaba. Mañanas enteras enganchados a Hulk Hogan y su mítica entrada arrancándose la camiseta amarilla, las caricias del Cariñoso, la serpiente de Snake el serpiente, la cara pintada de Último Guerrero, el sobrepeso de Terremoto Earthquake, el dúo Los Rockeros o los locos Sacamantecas, sin olvidar a otras leyendas como Jimmy Estaca Dugga y su garrote de madera, o un hombre de nombre curioso: Malas Noticias Brown, la grandeza de Andrée el gigante o el mal rollo del Enterrador. El can de British Bulldog o Poli Loco, un tipo con muy malas pulgas…, Mr. Perfecto, Macho Man, El hombre del millón de dólares… eran años dorados. Años en los que los niños a la hora del patio, imitábamos a nuestros héroes con esmero. Bastaba con pasear un rato por el colegio y escuchar: ¡Piquetes de ojos!, ¡patada voladora!, ¡sillita eléctrica! O el grande, muy grande e insuperable: Baile de San Vito. Con dos cojones.  A Hulk Hogan le entraba un chungazo y se volvía invencible por momentos. Repartía ostias como panes y miraba desafiante a su enemigo ante el júbilo del público.  Y así estábamos, en medio de nuestro baile de San Vito rebanando cabezas a los zombies. ¡Zas!, ¡ras!, ¡chas!

Carla seguía corriendo con antorcha en mano, abriendo un pasillo entre los zombies que poco tardaba en cerrarse y que nosotros debíamos volver a abrir para no perder su estela. No era una tarea fácil.
-¡A tu izquierda!- grité. Frings tiró a un monstruo al suelo de una patada, dio un paso atrás y descargó el garrote sobre tres zombies que se habían acercado con lentitud. Fue un swing perfecto. Un Homerun. Los cuellos de los infelices se quebraron proyectando grandes fuentes de sangre. Las cabezas pendían de carne putrefacta sobre las espaldas. Momentos más tarde caían al suelo con espasmos. Salté por encima de ellos y seguí corriendo. Volkov, a mi derecha, portaba dos bates de béisbol y en el pantalón se le marcaba la pistola pero era un tipejo duro y las dos maderas le bastaban. Esquivé por los pelos el ataque de uno de aquellos bichos y me topé de morros con dos más. Los miré a la cara con asco pero reconocí que aquellos tipos los había visto antes, en el barco.
-¡No les mires, sólo quítatelos de encima!- gritaba Andrés- ¡No son personas!
Los quejidos de los bichos me pusieron la piel de gallina cuando ambos se abalanzaron sobre mí. Con un acto reflejo incrusté una madera astillada en el pecho de uno de los zombies y retrocedí sin armas.
-¡Cuidado!- Andrés me empujó a un lado y atizó al infeliz con una sartén. La mandíbula salió volando y el tipo fue a parar al suelo-.  Ten, úsala bien y no la pierdas, capuyo. Sin armas eres presa fácil-. El grandullón me dio la sartén, caminó hasta el zombie atravesado por la madera y se la arrancó de cuajo. Los chasquidos dieron paso a un río de sangre.
-Estoy bien, gracias- ironicé al tiempo que me ponía en pie. Iñaki me golpeó en el hombro y pasó de largo.
-No te quedes allí parado… o serás el último.
Miré unos segundos la sartén ensangrentada. Nunca me imaginé que mi vida dependiera de ella. Escuché unos gruñidos y sin pensármelo dos veces giré sobre mi mismo y ataqué a los cuatro bichos que tenía en frente. Sendos sartenazos y todos al suelo.
-¡Estamos perdiendo a Carla, tío. Corre coño!- berreó Andrés.
La muchedumbre comenzaba a cerrarse de nuevo sobre nosotros, apenas podía ver a Carla, Van Dijke y los hermanos. Aquello me hizo pensar una cosa.
-¿¡Manuel!?- grité- ¿Manuel?-
-¡Aquí!- escuché una voz cansada y lejana- ¡Aquí!- Vi a un hombre zarandeando un brazo al aire antes de partir el cráneo a un infeliz-. ¡Socorro!
Corrí hacia él, empujando y esquivando a los zombies que tenía por delante hasta llegar a un cerco sobre el hombre mayor. Más decidido que nunca agarré bien fuerte el mango de la sartén y comencé a abrirme paso hacía el hombre.  Manos frías me tocaban los brazos ensangrentados hasta los codos, pegaba patadas a todos los bichos que estaban demasiado cerca y aplastaba cabezas a otros tantos hasta llegar a Manuel.
-Venga Manuel, vámonos- tendí la mano al hombre- rápido.
-¡No… No puedo!- gritó angustiado.
-¡Por tu madre, sal de aquí, vamos!- grité, rematando a otro bicho en el suelo-. No tenemos tiempo.
Manuel empotró el palo contra la sien de un zombie, una erupción de sangre salió de la cabeza del bicho. Manuel se limpió la cara y miró al suelo. A sus pies yacía su esposa sin vida.
-¡No os la comeréis hijos de la gran puta!

martes, 1 de marzo de 2011

XLV. Gris

Puedo afirmar sin miedo a metar la pata, que todos y cada uno de nosotros hemos soñado alguna vez con ser el protagonista de nuestras películas favoritas. Y no finjáis que eso es mentira, porque de pequeño siempre hemos querido ser el espía guaperas perseguido por los malos, la superagente secreta e infiltrada, el arqueólogo aventurero que se trasquilaba a la chica o la muchacha que conseguía su príncipe azul. Eso por no hablar de los tiranos. El lado oscuro siempre nos ha tirado mucho. Incluso cuando ya somos grandecitos. El bando era cuestión de gustos. Y ahora, a mis treinta primaveras quiero ser como Leonidas al mando de sus trescientos espartanos luchando contra miles de persas. El pero es que no son persas, sino Zombies, que dan más mal rollo y tampoco somos trecientos tíos cachas, sino un grupo de lo más extraño donde Volkov nos puede poner a todos mirando pa Cuenca en menos que canta un gallo. Ya sabemos que la gente de Europa del Este no está para tonterías. Así que amigos, tovarich, tovarich. Que en la lengua del Quijote viene a ser: ¡Camarada, camarada!  Y que Dios nos coja confesados.

Con los que te dije puestos por corbata y con sendos palos en cada mano caminaba hacía la puerta como un preso camino a la silla eléctrica con los primeros acordes de Hallowed by the name como banda sonora. Por suerte no estaba sólo y el resto de supervivientes del naufragio andaban conmigo armados con bates de béisbol, palos de escoba afilados, patas de mesas reconvertidas en garrotes y cualquier objeto contundente con el cual poder partir cráneos. Y allí, en pie con piernas temblorosas, pulsos revolucionados y corazones encogidos nos disponíamos a abrirnos paso hacía la luz del día.
-Eh, ¿Estas bien?
Pegué un brinco cuando Bastian abrió la boca. Me sequé el sudor frío que corría por la frente a la vez que afirmaba, vagamente, que todo estaba correcto. Qué otra cosa podía decir, íbamos a ser el buffet libre de aquellos no-muertos.
-¿Cómo lo hacemos?- pregunté, mirando a mis compañeros-. ¿Pateamos la puerta y salimos, o nos quedamos aquí y nos despachamos en el comedor?
-Pateamos y salimos. Esto es una ratonera.
-¿Qué pasa si nos separamos?-preguntó Van dijke.
-Pues que nos darán matarile- respondí entre risas. Ya sabemos todos que pasa en las películas cuando algún alumbrado tiene la maravillosa idea de separarse. Puta manía.
-¿Os acordáis del edificio gris? El grande- dijo Bastian.
El grupo asintió.
-Pues ese será nuestro punto de reunión en caso de que nos separemos. ¿Alguna sugerencia?
-Sí- Andrés intervino. Jugueteaba con el bato de béisbol ensangrentado- Recordad que son lentos. La lucha no es siempre la mejor opción. No os dejéis morder o arañar y la única forma de matarlos, esta vez de verdad, es partiéndoles la cabeza.
-Suficiente- Carla había enrollado unas cortinas alrededor de un trozo de madera, vació una botella de alcohol y le prendió fuego-. Yo iré en cabeza.
Como dirían en mi pueblo “Con dos cojones”. Y no, no pienso ir de machote y caballeresco. Si ella quiere ser el entrante, todo suyo.
-Te van a matar antes que hagas nada- opinó Iñaki.
-Visto el resultado de los móviles- la tipa clavó una mirada asesina a Andrés, el grandullón se aclaró la garganta con disimulo- el ruido no sirve para nada, eso nos ha quedado claro. Tan claro como que el fuego les asusta. Así que dos más dos son cuatro o lo que es lo mismo. Es hora de jugarse el todo por el todo.

En mi vida había visto a alguien tan decidido. No sabía si aplaudir, llorar o salir por patas pero aquella convicción me dejó helado. Lo dijo de tal forma que parecía lo más normal del mundo tener unos cuantos zombis en el jardín. Vamos, que en vez de saludar al vecino le cortas el pescuezo, tal que así, sin decir hola buenos días. Y a por el siguiente, que tiene más jardín que tu.
-Voy a abrir- informó Carla-. Si tenéis una idea mejor, es el momento.
Volkov se acercó con un par de aerosoles.
-Con permiso- el tipo agarró la antorcha y se acercó a las dos ventanas que flanqueaban la puerta. Los cristales estaban rotos y docenas de manos sobresalían en busca de una presa.
-Esto se pone interesante- susurró Frings con una sonrisa cruel.
La llama creció con violencia al mezclarse con la colonia vaporizada que salía del aerosol. El fuego engulló la madera de la ventana ante los gritos y quejidos agudos de los zombis que se quemaban al otro lado.  Sin tiempo que perder y ante nuestra atenta mirada el ruso fue a la otra ventana y continuó con su hoguera particular. El olor era nauseabundo.
-¿Preparados?- Volkov devolvió la antorcha a Carla.
-¡A por ellos!- Carla pateó la puerta con todas sus fuerzas llevándose por delante un par de brazos. No tardó en clavar la antorcha en la boca de un desgraciado que se convirtió por momentos en el motorista fantasma. Arrancó el palo de cuajo tras los chasquidos de la victima y atizó a un segundo, y a un tercero.
Cargamos como espartanos desbocados, con más miedo que fuerza. Armas en ristre y con pocas intenciones de hacer prisioneros.

viernes, 4 de febrero de 2011

XLIV. Ruido, más ruido

Confirmado. No hay violines, tampoco tristes notas de pianos y mucho menos tempos lentos y melancólicos. No hay banda sonora al pasar al otro mundo. Nada de música patriótica ni de movimientos a cámara lenta. No, es más sencillo que eso. Mucho más. Te caes de la cornisa sin tiempo a decir esta boca es mía. Pero a veces, puedes decidir entrar por la puerta grande, por así decirlo.
Yo opino que para irse al otro barrio voluntariamente hay que tenerlos bien puestos. Y grandes. Tan grandes como dos sobaos. Sin embargo otros lo ven como una acción de cobardía, una huída. La vía fácil. A veces, creo que las agallas que hay que tener para levantarse cada día e ir a trabajar en un mundo podrido y monótono son las mismas que hay que tener para alumbrarse la sesera.

-¿Estos no se levantan?- preguntó Julia, agarrando el brazo de su marido con angustia.
-No sé como lo ves- intervino Andrés-, pero les falta media cabeza. Vamos, que así… a bote pronto, no veo el porqué deberían levantarse.   
-Qué gracioso…
Volkov se acercó a los cadáveres con cautela. Se arrodilló al lado del chico y quitó el arma de las manos rígidas del cadáver.
-Seamos sinceros, ellos ya no la necesitan- dijo, mirando el cargador. Antes de ponerse en pie algo llamó su atención-. Hasebe, Ryo Hasebe-. Volkov cogió la tarjeta, que sobresalía del pantalón.
-¿Una identificación?- pregunté estupefacto. Esto iba de mal en peor.
-Mirad, hay una banda magnética y un código: RH44S-OFC.
-¿Para qué una tarjeta con código en una isla desierta?-pregunté.
-Quizá sea el numero de referencia de la tarjeta- opinó Carla inspeccionando el plástico azulado.
-¿Y la tarjeta?- me acerqué al cadáver de la mujer. El plástico era de color naranja. Colgaba del cuello enganchado a una cinta blanca. Entre manchas de sangre deduje su nombre:
-La chica se llama Laura. Y su referencia es: LG73H-LAB.
-¿Os acordáis del edificio grande del poblado?- intervino Bastian-. Uno de color gris, creo…
-Tenemos compañía- No me dio tiempo a reaccionar que Frings ya estaba pisando la cabeza a un zombi infeliz que había logrado subir las escaleras-. ¡Esto está plagado de muertos vivientes! – Informó el germano-. El primer piso es inviable. Es un suicidio.
-Saltaremos otra vez por la azotea- dijo Van Dijke.
-Ni harto vino- exclamé-. Casi me parto la crisma. Ni en broma.
-Pues no hay más salida que esa. La ventana o ser el primer plato de un buffet libre para zombies. Tú decides.
Visto así, me decanto por la ventana. Sin ninguna duda. Pero el problema era el mismo. ¿Cómo salir de una casa rodeada de esos bichos torpes y putrefactos?
-¿Tenéis batería en los teléfonos?- preguntó Andrés. El grandullón encendió su móvil-. No durará mucho pero ganaremos un poco de tiempo.
Manuel sacó su teléfono, Carla y Frings lo encendieron.
-¿Qué quieres hacer con ellos?- pregunté.
-Ruido. Mucho ruido-. No apartó los ojos del teclado  y en cuestión de segundos una música estridente irrumpió en el pasillo-. Bingo. El sonido los atrae. Con un poco de suerte podremos engañarles y tener vía libre para salir de esta madriguera.
Los teléfonos de Carla y Frings sonaron con efusividad.
-¿Y ahora qué?- preguntó la muchacha.
Andrés cogió los móviles y salió a la azotea. Escuchamos un golpe seco, grave. Entendimos que el grandullón había pasado de nuevo a la casa contigua con los teléfonos en marcha.
-¿Crees que eso funcionará?- me preguntó Julia, totalmente incrédula.
-Son muertos pero no gilipollas- respondí-. Eh, Volkov, ¿Cuantas balas quedan?
-Cinco.
-Contra estos bichos cualquier cosa vale. Coger un objeto contundente. Necesitamos un plan B.
Entramos en el estudio y el escritorio se volvió una fuente de cuatro patas reconvertidas a aplasta cráneos improvisados. Por no hablar de las armas arrojadizas. Andrés entró de nuevo.
-¿Qué hacéis?
-Un poco de limpieza- Y dicho esto, nos dispusimos a bajar las escaleras.

jueves, 27 de enero de 2011

XLIII. Mala pata (Y nunca mejor dicho)

No voy a dar una clase de ciencia, básicamente porque soy especialista en otros menesteres, pero es sabido por todos que por razones que ahora no vienen al caso tenemos una memoria selectiva. Yo, sin ir más lejos, tengo recuerdos sórdidos y vanos que, por razones que desconozco, se han instalado en mi mente. Pero no he de hurgar mucho en ella para saber que nunca antes había pataleado tanto como en la azotea de aquélla casa. Joder, si me ponen una bicicleta entre las piernas gano el tour de Francia con los ojos cerrados. Vamos, que voy y vuelvo en menos que canta un gallo.

Patalee como un descosido en un sofocante intento por no ser el desayuno de esos cabrones. Escuchaba crujidos y chasquidos a la vez que se instalaba una sensación de humedad pegajosa en los. Mis pies… miré hacia abajo en busca de mis zapatillas. Si esos zombies me las habían quitado y me hacían cualquier herida estaría listo de papeles, es decir, caput, muerto, tieso, criando malvas o como queráis decirlo. Pero no fue así. Las zapatillas seguían en su sitio. Empapadas de sangre pero en su sitio. Los pantalones corrían la misma suerte. Impregnados y pesados se deslizaban cintura abajo cada vez que aquellos infelices tiraban de mi y no tardaría mucho en quedarme en paños menores. Una idea, que todo sea dicho de paso, no me hacía ni puta gracia. Así que sin darle más importancia al entumecimiento de manos, seguí pataleando y con tanto meneo conseguí romper unos cuantos brazos y alguna que otra cabeza.

Bastian y Frings dijeron simultáneamente algo en alemán y tiraron de mis brazos con tanta fuerza que por unos segundos pensé que me los arrancarían de cuajo. Aquello me hizo volver al mundo real.
-¡Un poco más! – Iñaki se unió a los germanos sujetándome por debajo de las axilas.
Me daba igual las rascaduras en el pecho o las uñas clavadas como agujas en los brazos, gruñí como un becerro y a tientas busqué un punto de apoyo para mis pies. Encontré la repisa de una ventana y cogí impulso. Misión cumplida.
-¿Le han mordido?- Volkov no estaba para tonterías. Para qué un “me alegro de verte” o “no te mueras tan rápido” o un simple “¿Qué tal?  Bien gracias.
Y allí estaba yo. Tirado en el tejado, con los pantalones por las rodillas, exhausto y al borde de pasar a mejor vida, por así decirlo. Sin tiempo para asumir lo que acababa de ocurrir los germanos me pusieron en pie.
-¿Estás bien?
Me palpé las piernas en busca de cualquier rasguño. Todo parecía estar en orden-. Creo que sí.
-¿Heridas?-
-Joder, no lo sé- exploté antes de subirme los pantalones-. Pero no he notado nada. Tan siquiera han roto la ropa.
-Si te han mordido no durarás mucho, un día, quizás horas- dijo Andrés-. Joao enfermó. Así que si te empiezas a encontrar mal, haznos un favor y dilo. No sufrirás.
Asentí con resignación. No sé si aquello último era bueno o malo. Pero por el momento seguía siendo yo. Manuel palmeó mi nuca varias veces.
-De momento haces buena cara, así que sigamos. Tenemos que bajar de aquí y buscar comida.
-De eso me encargo yo- Andrés reventó los cristales de la ventana que daba a la azotea. Echó un vistazo rápido e hizo una señal con la cabeza- Vía libre.

Nos escurrimos como ratas por la ventana y fuimos a parar a una pequeña habitación que hacía las veces de estudio. Pero lo que nos llamó la atención fue un olor nauseabundo. Una mezcla de carne putrefacta con hierro y pólvora. Nos tapamos la nariz y la boca con el cuello de la camiseta y nos abrimos paso hasta el pasillo. Fue entonces cuando supimos de donde provenía todo.
-¿Qué cojones…?- pronuncié con lentitud al ver una maraña de moscas rondando arriba y abajo.
Sentada en el suelo yacía lo que antes había sido una mujer. Le habían volado media cabeza de un balazo y sus sesos estaban distribuidos por la pared. Su mano izquierda estaba entrelazada con la mano de un segundo cadáver al cual le faltaba media mandíbula. En el suelo, al lado de la mano inerte del muchacho había una pistola. Sobre ellos había una oración escrita con sangre en la pared:
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”