sábado, 28 de agosto de 2010

XXVIII. Corre

-¿Qué son?-gritó Bastian, zarandeando la antorcha de lado a lado. Eso parecía mantener a ralla a aquellos extraños seres.
-¡No lo sé!- respondí-Parece que el fuego les asusta-. Hurgué en la mochila en busca de la segunda bengala cuando vi como cinco o seis de ellos se abalanzaban sobre Cole, ya herido.
-¿Qué le están haciendo?- Bastian quemó varias ramas y se las arrojó a esos bastados. De Cole sólo se veía una mano por encima de sus cazadores con movimientos espasmódicos. Cuando la llama tocó a los seres, gruñeron y retrocedieron a cuatro patas. De la comisura de sus labios pendían trozos de carne y finos hilos de sangre.
-¡Ayudadme, por Dios! ¡Quitadme a estos hijos de puta de encima!
-Creo que se lo están comiendo…- susurré a la vez que retrocedía varios pasos. Choqué con Andrés. Su mirada no se apartaba del estomago mordisqueado de Cole. El pobre tipo murió segundos más tarde, justo cuando aquellos seres reanudaron su cena.
-Están demasiado cerca- nos alarmó Julia- ¡Tenemos que salir de aquí como sea!
El sudor me entraba en los ojos, entre insultos y a regañadientes conseguí cargar el lanza bengalas.
-Cuidado- alarmé a mis compañeros-. Esto puede llegar a ser desagradable.
Apreté el gatillo como si la vida me fuera en ello, la estela apenas fue un destello de luz roja antes de incrustarse en la cabeza de uno de aquellos bichos. La explosión fue más grande de lo esperado.
-¡Que asco!- gritaron al unísono, al tiempo que caían trozos de carne asada del cielo.
-¿Cuántos han explotado?- me preguntó Joao.
El grupo de seres extrañó se descompuso, cada uno de ellos gritaba y gemía caminando en todas direcciones. Ahora o nunca.
-¡No lo sé, sólo corre!