martes, 1 de marzo de 2011

XLV. Gris

Puedo afirmar sin miedo a metar la pata, que todos y cada uno de nosotros hemos soñado alguna vez con ser el protagonista de nuestras películas favoritas. Y no finjáis que eso es mentira, porque de pequeño siempre hemos querido ser el espía guaperas perseguido por los malos, la superagente secreta e infiltrada, el arqueólogo aventurero que se trasquilaba a la chica o la muchacha que conseguía su príncipe azul. Eso por no hablar de los tiranos. El lado oscuro siempre nos ha tirado mucho. Incluso cuando ya somos grandecitos. El bando era cuestión de gustos. Y ahora, a mis treinta primaveras quiero ser como Leonidas al mando de sus trescientos espartanos luchando contra miles de persas. El pero es que no son persas, sino Zombies, que dan más mal rollo y tampoco somos trecientos tíos cachas, sino un grupo de lo más extraño donde Volkov nos puede poner a todos mirando pa Cuenca en menos que canta un gallo. Ya sabemos que la gente de Europa del Este no está para tonterías. Así que amigos, tovarich, tovarich. Que en la lengua del Quijote viene a ser: ¡Camarada, camarada!  Y que Dios nos coja confesados.

Con los que te dije puestos por corbata y con sendos palos en cada mano caminaba hacía la puerta como un preso camino a la silla eléctrica con los primeros acordes de Hallowed by the name como banda sonora. Por suerte no estaba sólo y el resto de supervivientes del naufragio andaban conmigo armados con bates de béisbol, palos de escoba afilados, patas de mesas reconvertidas en garrotes y cualquier objeto contundente con el cual poder partir cráneos. Y allí, en pie con piernas temblorosas, pulsos revolucionados y corazones encogidos nos disponíamos a abrirnos paso hacía la luz del día.
-Eh, ¿Estas bien?
Pegué un brinco cuando Bastian abrió la boca. Me sequé el sudor frío que corría por la frente a la vez que afirmaba, vagamente, que todo estaba correcto. Qué otra cosa podía decir, íbamos a ser el buffet libre de aquellos no-muertos.
-¿Cómo lo hacemos?- pregunté, mirando a mis compañeros-. ¿Pateamos la puerta y salimos, o nos quedamos aquí y nos despachamos en el comedor?
-Pateamos y salimos. Esto es una ratonera.
-¿Qué pasa si nos separamos?-preguntó Van dijke.
-Pues que nos darán matarile- respondí entre risas. Ya sabemos todos que pasa en las películas cuando algún alumbrado tiene la maravillosa idea de separarse. Puta manía.
-¿Os acordáis del edificio gris? El grande- dijo Bastian.
El grupo asintió.
-Pues ese será nuestro punto de reunión en caso de que nos separemos. ¿Alguna sugerencia?
-Sí- Andrés intervino. Jugueteaba con el bato de béisbol ensangrentado- Recordad que son lentos. La lucha no es siempre la mejor opción. No os dejéis morder o arañar y la única forma de matarlos, esta vez de verdad, es partiéndoles la cabeza.
-Suficiente- Carla había enrollado unas cortinas alrededor de un trozo de madera, vació una botella de alcohol y le prendió fuego-. Yo iré en cabeza.
Como dirían en mi pueblo “Con dos cojones”. Y no, no pienso ir de machote y caballeresco. Si ella quiere ser el entrante, todo suyo.
-Te van a matar antes que hagas nada- opinó Iñaki.
-Visto el resultado de los móviles- la tipa clavó una mirada asesina a Andrés, el grandullón se aclaró la garganta con disimulo- el ruido no sirve para nada, eso nos ha quedado claro. Tan claro como que el fuego les asusta. Así que dos más dos son cuatro o lo que es lo mismo. Es hora de jugarse el todo por el todo.

En mi vida había visto a alguien tan decidido. No sabía si aplaudir, llorar o salir por patas pero aquella convicción me dejó helado. Lo dijo de tal forma que parecía lo más normal del mundo tener unos cuantos zombis en el jardín. Vamos, que en vez de saludar al vecino le cortas el pescuezo, tal que así, sin decir hola buenos días. Y a por el siguiente, que tiene más jardín que tu.
-Voy a abrir- informó Carla-. Si tenéis una idea mejor, es el momento.
Volkov se acercó con un par de aerosoles.
-Con permiso- el tipo agarró la antorcha y se acercó a las dos ventanas que flanqueaban la puerta. Los cristales estaban rotos y docenas de manos sobresalían en busca de una presa.
-Esto se pone interesante- susurró Frings con una sonrisa cruel.
La llama creció con violencia al mezclarse con la colonia vaporizada que salía del aerosol. El fuego engulló la madera de la ventana ante los gritos y quejidos agudos de los zombis que se quemaban al otro lado.  Sin tiempo que perder y ante nuestra atenta mirada el ruso fue a la otra ventana y continuó con su hoguera particular. El olor era nauseabundo.
-¿Preparados?- Volkov devolvió la antorcha a Carla.
-¡A por ellos!- Carla pateó la puerta con todas sus fuerzas llevándose por delante un par de brazos. No tardó en clavar la antorcha en la boca de un desgraciado que se convirtió por momentos en el motorista fantasma. Arrancó el palo de cuajo tras los chasquidos de la victima y atizó a un segundo, y a un tercero.
Cargamos como espartanos desbocados, con más miedo que fuerza. Armas en ristre y con pocas intenciones de hacer prisioneros.