domingo, 26 de diciembre de 2010

¡FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO AÑO NUEVO!

¡Que rápido pasa el tiempo!En un abrir y cerrar de ojos se cambia de año como quien se cambia de ropa interior. Espero que Papa Noel, Reyes y sus derivantes traigan montones de regalos, risas y una buena cena en familia. ¡Y cuidado con el alcohol que ya nos conocemos!

¡En fin, seguid disfrutando de las fiestas y nos leemos el año que viene!

¡Felices fiestas!

lunes, 13 de diciembre de 2010

XLII. Mudanzas

Corremos. Como hemos hecho desde que llegamos a la maldita isla, corremos. Yo, tipo valiente donde los haya (nótese la ironía), sólo corría cuando iba al dentista. Allí salía por patas al mínimo descuido del doctor. Tranquilo, es sólo aire. Piernas para que os quiero. Ahora notarás una presión. Ten cuidado no notes tú una entre las piernas. Esto no me gusta, te sangran las encías. Te voy clavar yo un punzón en la lengua a ver cuánto sangras. Y así un sinfín de situaciones con aquél maldito aspirador colgado en la boca. Por no hablar del ruido siseante que escuchas desde la sala de espera al cual respondes con una mirada de cordero degollado ante la sonrisa afable de la secretaria. Muchos diréis que no es para tanto… pero para mi eran los peores momentos de pánico. O eso creía.

-¿Listos?-preguntó Bastian, al filo de la ventana. De su hombro izquierdo colgaba una mochila azul llena hasta los topes.
-Nos falta la comida- se quejó Volkov-. Si me dais unos segundos voy a la cocina.
-Esos bichos están a punto de entrar en la casa, no hay tiempo. Además, Andrés ha quemado las escaleras- informé. Me mordí la lengua para no soltar una carcajada al ver la reacción del ruso.
-Estamos en un poblado- intervino Van Dijke-. Habrá comida en cualquier sitio-. La moza nos miró en silencio durante unos segundos y posó los ojos en Bastian-. Vámonos.

Mis cálculos no fueron del todo correctos y al salir por la ventana, previo golpe en la cabeza, nos topamos con los primeros rayos de luz del día. Aquello me produjo unas leves cosquillas en el estomago. Una corta pero emocionante sensación de alivio. Luz. El mundo cogía un color distinto, más alegre, más real.
-Ya te echábamos de menos, capullo- murmuré. Coloqué las manos sobre los ojos a modo de visera y contemplé el pequeño poblado. Seis o siete casas prefabricadas nos separaban de lo que parecía ser un supermercado y un almacén de suministros. Había una diminuta gasolinera con dos surtidores y al lado un pequeño edificio hecho de hormigón. El sol me deslumbraba demasiado para apreciarlo con certeza. Lo que estaba claro era que tras aquellas casas y edificios había un edificio que sobresalía del resto. Era una torre enorme, más que toda la manzana de casas juntas, de forma octagonal y de un color gris oscuro. La luz del sol se reflejaba en las ventanas con intensos destellos. Aparté la mirada antes de quedarme ciego.
-¿Qué es eso?
-No lo sé- respondió Carla- Pero parece una base militar.
-Yo me preocuparía más por los muertos- Iñaki, al filo del tejado, contemplaba con asombro la muchedumbre de cuerpos rígidos y fríos-. Salen hasta debajo de las piedras… Bueno, por lo menos Joao sigue enroscado en la toalla, tal y como lo tiramos.
-Una buena noticia- respondí encogiéndome de hombros.
La otra buena noticia era que los tejados de las casas prefabricadas no eran muy altos y apenas había separación entre ellos así que no iba a resultar difícil avanzar de azotea en azotea.
Bastian lanzó la mochila al tejado de enfrente y con un salto pasó a la siguiente casa.
-Venga, que es fácil- nos animó.
Frings, el hermano pequeño de Bastian, cogió carrerilla y saltó sin problema alguno.
Volkov y Carla fueron tras ellos.
-Yo no puedo saltar eso- dijo Julia-. No puedo.
-No hay tanta distancia. No llegará ni a los dos metros. Como mucho al metro y medio- argumentó Iñaki.
Yo veía más distancia, pero preferí no decir nada.
-No, nosotros buscaremos otro camino.
-Pero es que no lo hay, Julia. Es esto o ellos- el quejido de los zombies y el rascar de la ventana eran más que audibles-. Es sólo un salto.
-Para nosotros ya no es sólo un salto, joven.
-Cariño- Manuel se acercó a su mujer-. No somos unos vejestorios. Aun podemos darle caña al cuerpo.
En ese instante una mano esquelita rompió el cristal de la ventana. Y luego otra, y otra. Los palos de escoba y fregona cedieron y rodaron tejado abajo. La puerta se abrió a trompicones y emergieron el torso de cuatro o cinco zombies dejando ver un festival de gore puro y duro. Costillas por aquí, columnas vertebrales por allá. Intestinos colgando por un profundo corte, brazos amputados, cráneos partidos…
Andrés pisó la cabeza del primero antes de que se pusiera en pie. Un chasquido, una explosión de sangre y el cuello, roto literalmente, rodó hasta caerse de la azotea.
-Oh, Dios- me llevé las manos a la boca a la vez que me entraron unas profundas arcadas.
-¡Saltad de una vez, vamos!- Iñaki pasó a la casa del al lado-. ¡Venga!
-El bate…- reclamó el grandullón-Vamos a batear cráneos-. La risita del tipo fue más que macabra.
Van Dijke también pasó al otro tejado. Ahora sólo quedábamos Manuel, Julia, Andrés y yo.
-Seré el último en saltar- dijo Andrés entre jadeos. Otro crujido, un chorro de sangre y un zombie menos del que preocuparse-. Esto es antiestrés total. Os cubro.
Miré al tipo con los ojos como platos. No me podía creer lo que estaba escuchando.
Bastian se acercó al filo del otro tejado y nos invitó a saltar con la palma de la mano.
-Él nos ayudará- dije al matrimonio.
-Dejad los momentos tiernos para otro día… Dios, eso le ha dolido fijo…  Estos bichos se multiplican por momentos… ¡Ala! otra medula espinal partida por la mitad.
-No nos podemos quedar aquí, Julia. Saltemos. Es lo mejor.
La mujer asintió dubitativa.
-¿Quieres que salte primero?
Pero Julia no respondió. La mujer dio un par de pasos hacia atrás y tras un pequeño impulso saltó al otro tejado. Bastian atrapó a Julia en el aire y cayeron de espaldas en la azotea. Por momentos creí que aquello fue un placaje en toda regla.
-¡Julia!- gritó Manuel asustado-. ¡Julia!
Volkov y Carla ayudaron a Julia a ponerse en pie. La mujer se levantó dolorida, tocándose el codo izquierdo, pero en la cara se veía una expresión de alivio mezclada con una mueca de dolor.
Bastian se incorporó y volvió al filo del tejado. Señaló a Manuel.
El hombro cogió carrerilla y se abalanzó sobre los brazos del germano, que de nuevo, acabó en el suelo amortiguando las caídas de los compañeros.
-Andrés, déjalo ya y saltemos.
-Acabo con ella y salto-.  La clavícula de la mujer se partió en pedazos bajo la madera del bate-. Listo-. El grandullón corrió por el tejado y saltó a la casa de al lado sin problemas.
Retrocedí varios pasos, miré atrás para asegurarme que ningún bicho de esos me molestara y comencé a correr. El pie de apoyo me resbaló al filo de la azotea y salté como pude ante la desesperación de mis compañeros. Me incrusté el filo de la otra azotea en el esternón y empotré mis piernas contra la pared. Grité como un descosido. Bastian y Frings me cogieron de las manos justo antes de caer al suelo cuando una muchedumbre de manos comenzó a tirarme de los pies. Miré abajo con pánico. Una jauría de zombies me querían como plato estrella del desayuno. O como dirían otros: Me querían madrugar.

domingo, 5 de diciembre de 2010

XLI. La guardia

Una vez dentro de la cama siempre experimentas dos sensaciones que, por norma general, se suelen dar en un mismo orden. La primera de todas es aquél suave escalofrío al taparte con las sabanas, seguido por una enorme sonrisa antes de cerrar los ojos y dar por cerrado el día. Algunas personas, o la mayoría, suelen usar la cama como lugar de meditación por excelencia. Yo, sin ir más lejos, me gustaba reflexionar sobre cualquier cosa, serias o delirantes. Cuando era pequeño pensaba en ser futbolista, actor o el típico astronauta…siempre tenias un amigo torcido que soñaba con ser actor porno a lo que otro amigo lo decía que sería mamporrero, como su tío Manolo. Cosas de niños. Con el tiempo dejé de pensar en videoconsolas que sólo veía en los catálogos para arrepentirme de no haber estudiado en toda la semana para el examen de historia y que mañana, a las ocho de la mañana, las campanas de la iglesia cercana redoblarían pidiendo mi cuello.
Años más tarde ya venían las reflexiones de casas perfectas y novias impresionantes… de estas tenía muchas ideas. Cosas de la adolescencia. Dígase madurez, quizás crecer, los sueños y reflexiones se volvieron realistas. Un coche nuevo, la hipoteca de un piso de cuarenta metros cuadrados, que la empresa se quemara, fugas a playas paradisíacas…
Y eso me lleva hasta aquí.

Aquellos hijos de puta seguían rascando y golpeando las ventanas. Escuchaba los crujidos de los cristales una y otra vez. Chirridos de uñas mugrientas y un repertorio de gemidos y quejidos que ni el más famoso cantante de opera en sus años mozos era capaz de hacer. Y yo, mientras tanto, sentado en el primer peldaño de la escalera del segundo piso, con un bate de béisbol debajo del sobaco, una botella del alcohol más asqueroso para no dormirme y una docena de velas a mi alrededor que daban cierto tinte de ritual satánico a la situación.
Un intenso bostezo me arrancó unas pocas lágrimas que sequé con rapidez. Dejé el bate de béisbol en el suelo y estiré las piernas por el descansillo. De fondo, los incesantes ronquidos que venían de la habitación de los muchachos. Sí, con treinta años y los chicos dormían en una habitación y las chicas en otras… Decidí robarme la silla de escritorio de una habitación libre y volví a la escalera.
Me tocaba el turno de guardia de la primera noche en la casa. Y solo. Calculé que en dos horas, quizás tres, el sol ya estaría sobre nuestras cabezas. Había parado de llover o por lo menos ya no escuchaba el repiquetear de la lluvia en el tejado. Con la mano izquierda cogí una vela y con la derecha agarré el bate dispuesto a hacer una última inspección a la primera planta. Bajé con precaución, acompañado por el crujir de la madera y con aquella sensación de intranquilidad soplándote la nuca.
El sofá seguía en su sitio, taponando la entrada que también había sido entablillada. Pero algo tan insignificante como un destello me llamó la atención. Con cautela iluminé lo que había bajo una ventana y descubrí restos de cristales hechos añicos. Tragué saliva y, con pulso tembloroso, iluminé la ventana. Di un salto hacia atrás al ver una docena de dedos y manos filtrándose por entre las tablas de madera. Acerqué la llama a uno de los dedos por curiosidad. El quejido de la vestía fue más que digno. Entre risas retrocedí y acabé la ronda. Nada reseñable. Al subir al segundo piso, Andrés estaba sentado en la silla.
-¿Te has divertido?-me preguntó en un tono más amenazador que interrogatorio.
-Sólo experimentaba.
-¿Ha dado resultado?
-Una vez, un sabio dijo: “Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás…
-pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.- interrumpió el grandullón-. El arte de la guerra de Sun Tzu.
-Vaya, para ser un musculitos tienes cerebro- le solté. Como dirían en mi pueblo: ¡Zas, en toda la boca!
-He partido piernas por menos que eso.
-¿Y eso te hace más valiente?- miré al tipo con desprecio y aguanté su mirada, tiznada de rojo por la llama de las velas-. Mira, Andrés, en estos momentos los cimientos del mundo que yo entendía y conocía han desaparecido. Así que tú, precisamente, eres quien menos me preocupa. Yo sólo quiero salir de aquí.
-Eso es lo que queremos todos nosotros, pero el problema es que eres tan idiota que al quemar a uno de esos monstruos, su aullido habrá alarmado a más zombis- el tipo se sentó en la escalera.
-Como se suele decir: Éramos pocos y parió la abuela.
-Sí, algo así
El aumento de quejidos y gruñidos no se hizo esperar.
-Allí están.
Me relamí los labios pensando una y otra vez en aquella gran y elocuente jugada de quemar al puto zombie sólo por diversión. Negué con la cabeza y, bate de béisbol en mano, me puse en pie.
De pronto, el ruido de una tablilla al chocar contra el suelo nos alarmó.
-Están entrando- Andrés agarró la botella de alcohol y bajó las escaleras. Tras destaparla, vertió el contenido zigzagueando por los peldaños.
-¿Qué narices estás haciendo?
-Levanta al grupo- respondió- nos vamos de aquí cagando leches-. Dejó caer una vela en las escaleras y una llama azulada brotó de los primeros peldaños-. Con un poco de suerte no subirán. ¡Vámonos de aquí, rápido!

miércoles, 24 de noviembre de 2010

XL. Joao

Ahora es cuando, por bocazas, me tengo que tragar todas mis palabras. Buen provecho, tío.

-Cielo santo…-musité con los ojos salidos de las orbitas. Joao estaba caminado hacía nosotros, arrastrando los pies a lo largo del comedor con torpeza. Desprendía un olor nauseabundo, sus ojos rojizos casi brillaban como esmeraldas. Estaba allí, de pie y muerto, por los clavos de Cristo que lo estaba.
-¿Qué pasa, Luís?- me preguntó Iñaki-. Haces mala cara.
No articulé palabra, sólo moví el mentón en dirección a Joao, o lo que quedaba de él. Aquello bastó para que mis compañeros se pusieran en pie de un salto y soltaran cuatro gritos de angustia.
-¿Y ahora, qué, experto?- preguntó Manuel con retintín- ¿Quieres un cuchillo?
-Tengo uno justo al lado de la puerta- se pavoneó-. Pero no es tan fácil como parece-. El grandullón recogió una vela del suelo y se acercó a una silla-. Iluminad más a ese cabrón.
-Es Joao- interrumpió Julia-. Es nuestro compañero. No es uno de ellos.
-¿En serio? Habla con él, con suerte te reconocerá y quizás te invite a unas cañas…-bromeó el tipo. Agarró la silla por el extremo del respaldo-. El Joao que conocíamos ya no existe. Esa cosa que tenemos en frente sólo quiere comernos. Somos su presa, no sus compañeros.
El tipo resopló un par de veces.
-¿Estas seguro de ello? –pregunté inseguro.
-Sí, tranquilo. Me he pegado con tipos más grandes…
-Pero lo tienes que matar.
-Ya está muerto, colega. Sólo tengo que rematarlo.
-Dicho así suena fácil- comentó Carla sin entonación alguna.
Mientras nosotros hablábamos a Joao le dio tiempo a dar varios pasos.
-¿Alguna pregunta más?- Andrés se relamió los labios y miró al zombie con desprecio-. Lo siento, tío-. Cargó feroz como un león contra un ñú. Objeto en alto, el herido tan siquiera rectificó su posición y Andrés partió la silla en la cabeza del zombie. Un río de sangre corrió por el rostro del portugués antes de desplomarse entre restos de madera y astillas.
Me estremecí. Torcí el gesto a la vez que miraba a mis compañeros. Sus rostros no eran mejores que los míos. Volví la vista al grandullón.
-¿Y ya está?- pregunté.
Andrés cogió un trozo de madera y lo incrustó en el cerebro del tipo en medio de viscosos chasquidos reventando el ojo izquierdo. Una fuente rojiza brotó con presión manchando los pantalones de Andrés.
-Ahora sí- respondió. Acto seguido se encaminó hacía a mi-. ¿Ahora me crees, capullo?-. El tipo pasó de largo, chocando hombro con hombro. Reculé varios pasos por la fuerza del golpe a la vez que miré las espaldas de armario ropero de aquel tipejo.
-¿Qué hacemos ahora con el cadáver?- pregunté, casi con miedo a la respuesta.
-Si hay virus… - intervino Carla- lo mejor sería quemarlo, ¿no?
-¿Quemarlo?- Frings se acercó a Joao con manta en mano-. Lo enrollamos con esto y lo tiramos ventana abajo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

XXXIX. La explicación de un experto


Nunca me he sentido cómodo en una casa que no sea la mía, o la de mis padres.  Para empezar contamos con los olores: Algo sutil, a veces no tanto, que diferencia un hogar de otro. También sufrimos una sensación de acartonamiento y rigidez al andar que se acentúa cuando no sabemos a donde ir o si podemos sentarnos. Allí, quietos como estatuas de sal buscamos a un alma caritativa que nos diga con una sonrisa: tranquilo, siéntate donde quieras. Hay más varíales, como el maldito televisor con el volumen al máximo y tus tímpanos a punto de explotar. Por supuesto son sólo algunos ejemplos… Dios, quiero volver a casa, tirarme en boxers encima del sofá, abrir un refresco y ver un buen partido de futbol sin más. Tranquilidad y diversión. 

-He …ntrado ropa… mujer- gritó Carla desde el segundo piso. Con los continuos martillazos de Andrés apenas pude entender a la muchacha- avisad… chic…

Dejé tres botellas de agua de litro y medio en el suelo y recogí la última vela que quedaba en el armario. Olía a fresa. Tras encenderla me acerqué al grandullón, que estaba desmontando una estantería de madera.
-¿Ahora te da por hacer bricolaje?- bromee-. ¿De dónde has sacado toso eso?
Andrés se secó el sudor de la frente con el reverso de la mano. De ella pendía un martillo bocabajo.
-Encontré una bolsa de herramientas dentro de un cajón. Hay de todo: una docena de clavos, un martillo, un par de destornilladores- cogió dos clavos y se los puso en la boca.- Un juego de llaves inglesas y creo que unos alicates pequeños-. Agarró una plancha rectangular de madera, que antes soportaba el peso de gruesos libros, con la mano izquierda, en la derecha sujetaba el martillo. Se acercó a la primera ventana-. Aguanta allí, por favor- Me señaló el extremo de la madera-. Y no mires por la ventana.
Siempre que te dicen: No hagas tal cosa, lo hacemos. Es un impulso involuntario, imposible de evitar. Y como tal, yo hice caso omiso de lo que me dijo el grandullón y tras correr las cortinas observé tres o cuatro caras aplastas contra el cristal agrietado de la ventana. Dí un paso atrás de un salto. El corazón me dio un vuelco. Aquello no era…
-Aguanta, coño- interrumpió Andrés, golpeándome con la madera en el brazo-. Hay que tapiar las ventanas-. Cogió uno de los clavos que tenía en la boca y de un movimiento seco y potente, unió madera y pared. Segundos más tarde repitió el proceso en la otra punta-. Con tan pocos clavos no puedo hacer mucha cosa más. Ves a ponerte ropa seca mientras acabo de reforzar esto.
-¿No llamarás más su atención a los caníbales con esos ruidos?
-¿Más? Están tan cerca de nosotros que casi puedo mear por ellos, tío. Con entablillar las ventanas nos bastará para pasar lo que queda de noche. Que no será mucho… creo. Asentí con la cabeza, recogí mi vela del suelo y me encaminé hacia el segundo piso.
-Una última cosa, Luís.
-Dime- respondí, parado en mitad del comedor.
-Llena una bañera con agua- el grandullón cogió la segunda tabla y la clavó al marco de la ventana-. Luego os lo explico. Rápido.

La madera se estremecía ocasionalmente bajo incómodos y tensos pasos en busca del lavabo que había en la primera planta. Al final del pasillo vi una luz rojiza. Era la vela de Julia, la mujer estaba sentada al filo de la bañera, parecía estar preparándose una buena ducha de agua caliente.  
-Julia, creo que Carla ha encontrado ropa seca en el segundo piso, y hay que llenar la bañe… ¡¿Qué narices haces con el lisiado?!
Joao estaba dentro de la bañera con el agua hasta el cuello. Parecía un garbanzo en remojo.
-Estoy intentando que le baje la fiebre, el pobre está ardiendo.
Miré la cara pálida del portugués. Casi podía brillar en la oscuridad. También llegué a la conclusión de que esa bañera no me iba a servir.
-Tiene muy mala cara- observe-. Peor que hace unas horas ¿Crees que saldrá con vida?- taponé el desagüe de la pica y abrí el grifo sin mirar a mi compañera.
-La verdad es que… - la mujer miró la herida del tobillo con desconfianza-. Es la primera vez que veo a alguien ponerse así por una simple mordedura-. Julia miró extrañada la pica-. ¿Qué haces con el agua?-
-Andrés- dije encogiéndome de hombros-. El tipo esta decidido a hacer de esta casa un fuerte. Me ha dicho que tenía que llenar una bañera de agua- miré a Joao-. Ésta mejor la descartamos-. El agua cercana al cuello estaba sucia, de un color rojizo.
-¿Está sangrando?
-El grandullón, como tú lo llamas, le ha dado un golpe en la cabeza cuando lo ha tirado al suelo.
-De eso no me he enterado ni yo- respondí entre risas- ¿Cuándo?
-En la puerta, cuando la mano le cogió de la camiseta. Joao se cayó de espaldas-. Julia estornudó con efusividad.
-Salud- me hice a un lado con una sonrisa cómplice-. Ve arriba y ponte ropa seca, anda. Avisa a Van Dijke.
Julia asintió y desapareció al girar la esquina. Al final del pasadizo Bastian ayudaba a Andrés entablillar las últimas ventanas. Cerré el grifo y me encaminé al segundo piso.

Las zapatillas balbuceaban y escupían agua por los cuatro costados cada vez que subía un peldaño de las escaleras. Me agarré al pasamos, con la mano libre,  para evitar resbalarme y partirme los morros. Era una sensación incomoda, todo enganchado al cuerpo, frío y casi entumecido en su totalidad. Al llegar al descansillo del segundo piso me topé con tres habitaciones y otro cuarto de baño. Fui directo, pero había plato de ducha. Así que volví a taponar el desagua de la pica y dejé correr el agua hasta que rebosó. Cerré el grifo e investigué la segunda planta. Entré en la primera habitación y descubrí un estudio plagado de estanterías, un ordenador, dos sillas de oficina y un ventanal completamente negro. Abandoné la sala y entré en la siguiente habitación. Debí picar antes.
-Lo siento- dije, agachando la cabeza y retrocediendo. Me había puesto rojo como un tomate- Lo siento, no sabía que estabas aquí- repetí atropelladamente- Perdón.
Carla se llevó rápidamente las manos sobre los pechos desnudos al tiempo que giraba sobre si misma.
-¡Llama antes de entrar! – gritó indignada. La luz difusa de la vela desveló un tatuaje justo por encima de la cintura. Parecía uno de aquellos tribales que tanto se habían puesto de moda en los últimos años.   
-Lo siento, lo siento- repetí de nuevo. Cerré la puerta muerto de vergüenza y continué con mi búsqueda.

La sudadera no era de mi gusto, el cuello de pico no me hacía especial gracia, pero era una muda seca y era todo lo que necesitaba. Por lo menos no picaba. Encontré varios tejanos en una cómoda pero ninguno de mi talla. Así que tiré por lo fácil, un pantalón deportivo con goma en la cintura que sonaba a plástico y calzado seco: Unas zapatillas negras de suela plana. Bajé las escaleras con una gran sonrisa cuando me enteré de que el resto de compañeros ya estaban reunidos: Sentados sobre las mantas tiradas en el suelo rodeaban el grueso de velas que iluminaban tenuemente la estancia. Carla me dedicó una mirada tensa. Me sonrojé y agaché la cabeza, casi tanto como un avestruz. Que idiota.
-¿Estamos todos?- preguntó Iñaki.
Me senté entre Bastiana y Manuel.
-Sí. Ahora sí- respondió Julia.
-Perfecto- Andrés se aclaró la garganta. Buscó las palabras más adecuadas para comenzar el discurso y cuando las encontró, nos miró a todos a la cara. El juego de sombras que dibujaban las velas daba unas pinceladas de misticismo a la situación. En mitad del silencio, el grandullón chasqueó la lengua y se frotó las manos- Vampiros, hombres lobo, momias, esqueletos andantes, zombis…el mundo está plagado de mitos, historias y leyendas que alimentan el folclore de las culturas del mundo. Algunas basadas en historias reales como Vlad Tepes el Empalador y el mito del Conde Drácula. Otras son reales desde cierto punto de vista, como sería el caso de las momias egipcias, e incluso tenemos mitos enlazados con viejos rituales vudú en el continente africano que dan como resultado los ya famosos zombis, protagonistas de un sinfín de películas-.
El grandullón hizo una parada para dar un rápido sorbo a una de las botellas de agua. De fondo se podía escuchar el incesante repiqueteo de la lluvia contra el techo de la casa.
-¿Y qué tiene que ver eso con nosotros?- dijo Julia, escéptica-. Son sólo eso, mitos y leyendas. No hay chupasangres flotando por el mundo, ni hombres lobos aullando cuando hay luna llena y mucho menos unos tipos saliendo de tumbas en busca de cerebros.
-Es difícil explicar esto si no ponéis de vuestra parte, amigos- el grandullón intentó justificar sus inicios de la explicación. Se frotó el mentón y volvió la vista atrás, hacia el sofá con la mano inerte encima de un cojín-. Esos seres son lentos, no hablan, gruñen y se mueven con pasos rígidos, torpes. Deambulan en manadas en busca de comida… por Dios, Luís, tu los has visto antes, en la ventana. ¿Dime que tenían de humanos? Joder, si a uno de ellos le faltaba media mejilla, se le podían ver hasta las caries y eso que tenían la boca cerrada.
-Eso es cierto- admití, frotándome las manos con fuerza para generar un poco de calor.
-¿Qué pasa cuando morimos?-. Andrés nos miró a todos en completo silencio- Nuestro cuerpo se vuelve rígido, frío y se descompone. Justo como esos de allí fuera.
-¿Así que confirmas tus teorías?- traduje la pregunta de Bastian- ¿No son tribus, sino zombis?
-Joder, sí. Sé que es algo tan surrealista como estúpido, pero esos tipos no son normales. Ni tribus carnívoras ni ostias, esos cabrones son fiambres que buscan comida fresca.
-Andrés, yo no entiendo como lo ves así. Es decir, te guías por películas. Nunca antes ha pasado algo así- protesté desconcertado.
-Yo nunca he visto un millón de euros pero sé que existe- respondió.
-¿Qué quieres decir?
-Siempre hay una primera vez para todo.
Aquella supuesta respuesta me jodió, y mucho. ¿El grandullón nos estaba llevando al huerto? Me rasqué la barba de cuatro días y miré a Carla de soslayo. La chica comentaba la jugada con Andrés.
-Supongamos que sí, que existen zombies, que estamos rodeados por ellos. ¿Qué hacemos ahora?- preguntó cuando sus ojos se posaron en los míos desvié la vista a las velas buscando un cobijo inexistente.  
-Sobrevivir.
-¿Ya está? Somos la cena, el buffet libre de esos cabrones y ¿todo lo que dice el experto es sobrevivir?
-No me has dejado acabar- se exculpó Andrés, mirando hacía la ventana-. Esas cosas son lentas y no muy cuerdas. Caminan hacía su presa en manada pero sin pensar, dudo de que tengan esa facultad. Por eso su fuerza reside en la cantidad.
-Y que son inmortales- apuntilló Manuel.
-Digamos que son inmortales sino atacamos su cerebro. Es la parte fundamental de su no-vida. Acaba con el cerebro, y acabarás con el zombie.
-¿Y qué pasa con el chico portugués, el herido?- preguntó Van Dijke.
-Es de sobra conocidos que, todos aquellos que son mordidos por un zombi, tarde o temprano se convertirá en uno de ellos. Basta con una herida, con un pequeño corte por donde entrar la infección y estás listo. Es cuestión de horas, quizá días.
-¿Entonces, Joao no está enfermo?
-A decir verdad, debería estar muerto y luego volver a la vida. Por así decirlo.
-No me jodas, Andrés. Dí algo con sentido- protesté. Me estaba poniendo nervioso. Extendí las manos hacia las velas y durante unos segundos sentí un pequeño halo calido que me relajó durante unos segundos.
-Les asusta el fuego, nos huelen, el ruido les atrae al igual que la luz y como ya he dicho, son lentos. Se cree que por la noche son más fuertes y rápidos, pero eso ya es mucho decir- el tipo se aclaró la garganta-. He asegurado las ventanas con tablas de madera. No sé cuanto tiempo aguantarán, pero hasta el momento haremos de esta casa nuestro bunker. Tenemos que subir al segundo piso y plantar un cuartel con lo básico: mucha comida, a poder ser enlatada, agua, armas, botiquín, libros para estar ociosos… en otras palabras, lo indispensable para sobrevivir. Y por la noche haremos guardias en las escaleras del segundo piso.
-Creo que ya he escuchado muchas cosas por hoy- interrumpí. Me levanté del círculo de frikis con desdén cuando, al dirigir la vista al sofá, se me heló el corazón. Allí, de pie, Joao caminaba arrastrando el tobillo putrefacto y con la cabeza ladeada a la izquierda a la vez que emitía aquellos extraños quejidos.

domingo, 14 de noviembre de 2010

XXXVIII. Estamos secos

Somos animales. Descendemos del mono y a veces, por equivocación o supuesto estudio profesional, se dice que somos inteligentes. Yo, personalmente, cada día lo pongo más en duda. En serio, hay cada ejemplar suelto por las calles que piensas que bien podían ser el eslabón perdido. Por no hablar de los políticos, a estos hay que darles de comer aparte. Pertenecen a una clase especial, un subgénero llamado Homo Politukus, fáciles de distinguir por sus enormes cráneos pero de pequeños cerebros y con una gran capacidad de decir mentiras una tras otra, pero prefiero no andarme por los cierros de Úbeda. Como iba diciendo: somos animales y como tal, nos regimos por instintos a pesar de que muchos lo nieguen. Y en situaciones extremas, el ser humano sólo responde a un puñado de impulsos en el cual uno está por encima de todos: Supervivencia.

Al muy cretino no le dio tiempo a decir esta boca es mía cuando Andrés descargó una violenta patada sobre el brazo. Zas. El hueso del tipo que estaba al otro lado de la puerta chasqueó seguido por una erupción de sangre. El cubito, con carne putrefacta adherida, se había abierto paso hasta la luz del móvil de Van Dijke. Un riachuelo de sangre estaba poniendo a perder la alfombra color caqui que había en el suelo.
-¡Suéltame hijo de la gran puta!- berreó Andrés, zarandeando la camiseta, en un inútil esfuerzo por zafarse del enemigo-. ¡Te arrancaré el brazo aunque sea lo último que haga!
Yo estaba inmóvil, mis músculos no se movían y seguía sin poder apartar la mirada del brazo mutilado. Aquél cabronazo ni tan siquiera se quejó cuando se lo destrozaron. Era como si no sintiera nada. Por el amor de dios, un hueso le sobresalía del brazo casi a la altura del codo, eso duele aunque estés colocado hasta las trancas, no me jodas. Escuché unos pasos apresurados tras de mí. Un golpe seco y Bastian blasfemando en alemán, por momentos me recordó a los meeting de Hitler. Luego oí un abrir y cerrar de cajones para de nuevo escuchar unos pasos y ver refulgir bajo la haz de luz un enorme filo afilado.
-Apunta bien, cabronazo- repetía una y otra vez Andrés-. Por Dios, enfocarle bien.
El cuchillo de carnicero dejó una fulgurante estela tras de si antes de producir un sonido siseado y limpio salpicando de sangre la puerta de la casa. Andrés cayó al suelo con el brazo inerte colgando de la camiseta ante la mirada de asco de los presentes. Rápidamente me tapé la nariz con la mano en un triste intento por no oler aquél hedor y vomitar lo poco que podíamos comer durante estos días.
-Joder, tío- dijo Andrés con un gran alivio- Muchas gracias. Casi me meo encima, te lo juro.
Bastian clavó el cuchillo en la pared y ayudó a Andrés a levantarse del suelo.
-Gracias- repitió el grandullón. El germano asintió limpiándose la cara con el reverso de la mano.
Los cristales de la puerta volvieron a crujir tras el ímpetu de aquellas cosas.
-Tenemos que apuntalar esa puerta- dijo Carla sin mucha convicción.
-Y tapiar las ventanas- dijo Andrés, cogiendo algo de aire. Segundos más tarde se quitó la camiseta ante los vítores de las damas presentes. El tipo negó con la cabeza repetidas veces con una media sonrisa-. Hay que buscar un armario grande y tapar la puerta.
-¿Te sirve un sofá?- preguntó Manuel.
-Si es grande, cualquier cosa sirve.

La casa estaba amueblada con lo mínimo. Una mesa con cuatro sillas en el comedor, varias estanterías plagadas de libros de investigación y unos tantos de novelas históricas al lado de una tele colgada en la pared. Tres ventanas alrededor añadirían una gran cantidad de luz en los días soleados. La cocina era pequeña, con sólo dos fogones, una mesa de mármol incrustada en la pared apoyada por un único soporte, una nevera, un microondas y tres o cuatro armarios. En una diminuta sala contigua estaba el fregadero repleto de platos y una lavadora a medio preparar. La última estancia de la primera planta era un lavabo completo.
Van Dijke, que iba a la cabeza del grupo con su luz, se detuvo en las escaleras de madera que conectaban con la segunda planta.
-¿Subimos?
-Traer el puto sofá de una vez- gritó Andrés, desde la otra punta de la casa.
Raudos y veloces volvimos al comedor y empujamos el sofá con intenso chirridos.
-¡No hacer tanto ruido, idiotas!
-Pues cállate de una vez- replicó Manuel.
Giramos el sofá para poder meterlo en el recibidor.
-¿Suficiente grande?
-Eso espero- Andrés se apartó de la puerta y empotró el sofá contra está-. Esto los tendrá entretenidos un rato- Y tiró encima la camiseta con el brazo seccionado.
-¿Y ahora?- pregunté. Todo aquello me resultaba tan familiar, tan cinematográfico que la respuesta del grandullón me asustaba.
-Joao.
-¿Joao? Está enfermo- reproché con desden.
-No, le han mordido y pronto será como ellos. Si es que ya no lo es.
-¿Cómo ellos? Por Dios, quítate esa jodida idea de la cabeza. Los Zombies no existen. Estás enfermo.
Andrés se masajeó las sienes con una sola mano al tiempo que resoplaba exhausto.
-Míranos por un momento- Andrés alzó el tono de voz- Estamos tiritando, muchos de nosotros estamos con un catarro de narices y allí afuera, por sino lo sabes, nos quieren matar. Por el amor de Dios, le hemos amputado el brazo a ese mal nacido y sólo ha soltado un miserable quejido asqueroso. Mira como andan, como corren, como huelen. Están podridos. Son cuerpos rígidos con instintos primarios.
-¿Y dices que Joao es uno de ellos?- preguntó Julia abrazada por Manuel, intentando mantener un poco de calor entre ellos.
-Cojamos unas mantas, busquemos ropa seca y os cuento- Andrés dio un último vistazo a la puerta antes de desaparecer en la oscuridad del pasillo.

sábado, 13 de noviembre de 2010

XXXVII. La Casa

Héroe. ¿Cómo una palabra tan pequeña, de agradable sonido, pero pequeña, casi irrisoria, tiene un significado tan grande? ¿Es grande Per se o nosotros le hemos dado esa magnificación? ¿Qué consideramos por héroe? ¿Existen? ¿Llevan una etiqueta grapada en la espalda? ¿Y los villanos? Todos son etiquetas, y como tales, son subjetivas. Para mi, por ejemplo, mis padres son héroes. No han batallado en una guerra mundial, tampoco han salvado vidas ajenas o han rescatado a presos pero, han conseguido sacar a una familia adelante. Se han partido la espalda por llevar un plato a la mesa, por nuestros estudios y por intentar llevar una vida digna. Han hecho frente a los problemas que les ha planteado esta vida, los han sorteado como han podido y, con la cabeza bien alta, sobrevivíamos día tras día. Me gustaría que mis hijos me recordaran así, pero por desgracia, en estos momentos, esa etiqueta me viene demasiado grande.

-Lo tengo- gruñí sujetando los brazos helados de Joao. Estaba de puntillas, hundiéndome en el fango viscoso al tiempo que me dejaba caer sobre la alambrada, más estirado y tenso que un tanga en el trasero de una quinceañera para agarrar a aquél tipo inerte, con el torso contorsionado por encima de los alambras de espino aporreados y destensados por Volkov.
-El cabrón pesa como un muerto- Andrés, al otro lado de la verja, ayudaba a Bastian a pasar al herido por encima del cerco. La espalda del grandullón estaba apoyada en la alambrada y las piernas, que formaban un ángulo recto perfecto, como si estuviera sentado en una silla invisible, aguantaba el peso del alemán y del herido.
-Sí, ya tiene pinta de estarlo-bromeé. La intensa cortina de agua me obligaba a entrecerrar los ojos cuando resbalé y me caí en el barro-. ¡Joder!
-Lo de muerto lo decía por Bastian, y eso que los alemanes sólo comen salchichas-. Ironizó Andrés, jadeante-. ¿Ha pasado algo?
-Nada, nada- se apresuró a contestar Iñaki, dándome la mano. De una fuerte estirada me puse en pie-. Acabemos con esto de una vez, quiero ir a secarme y a comer como Dios manda.
Me sacudí los pantalones empapados con hastío, intenté quitar el barro de mi cara pero sólo conseguí espaciarlo más. No era mi día. Creo que no era el de nadie.
-Aguantad un poco más, ya queda poco- informó Bastian, que sujetaba a Joao por el cinturón-. ¿Lo tenéis bien cogido?- preguntó. Aquellos ojos azules cristalinos aparecieron por encima del pantalón tejano del herido.
-Suéltalo- dijimos.
El peso del hombre nos cogió por sorpresa, nos fallaron las muñecas y, cuando el cuerpo de Joao cruzó la alambrada, sus piernas vinieron hacia nosotros formando una grotesca U invertida. Noté como mis brazos iban hacía atrás sin poder poner resistencia justo cuando me dí cuenta de que era demasiado tarde para soltarlo y caí de espaldas junto a Iñaki. Joao cayó de morros.
-¡No hagáis tanto ruido!- Manuel nos abroncó con intensos susurros.
-Estamos… -tosí dos o tres veces a causa del golpe-. Estamos bien, gracias.
Manuel volteó a Joao por acto reflejo. Se sorprendió a notar tan caliente la cara del herido.
Me arrastré por el barro como una serpiente para dejar paso a Bastian, que descendió de la alambrada y se unió al grupo. Andrés hizo lo propio más tarde, demostrando que a pesar de su musculatura, aun era ágil y con cierta libertad de movimientos.
Estornudé repetidas veces, limpié la mucosidad que goteaba de la nariz con la mano en el preciso instante que la tierra retumbó bajo otro trueno amenazante. Instantes más tarde la noche se volvió día por segundos.
-Oh, no…- dijo alguien con voz queda. Rota-. Otra vez no-. Aquello no sonó espacialmente bien.
-¿Qué pasa?- preguntó Iñaki preocupado, levantándose del suelo.
-Hay cientos de ellos- Julia dio varios pasos atrás con los ojos abiertos como platos hasta que se topó con la alambrada. Se estremeció al sentirla fría tras su espalda-. Esto es una maldita pesadilla.
Desde el suelo giré el cuello en busca de un significado a sus reacciones. El haz de luz de Van Dijke era lo suficiente poderosa como para ver a una docena de aquellos caníbales acercándose a nosotros con pasos lentos y rígidos. Me puse en pie de un brinco. Tenía la garganta seca y no podía discernir entre el sudor frío o la helada lluvia.
-Les ha alarmado el ruido- informó Andrés, en voz baja. De nuevo se hacía el listo-. Hay que entrar en una casa-. Dicho esto, cogió a Joao- ¡Vamos, a prisa!
Viramos a la izquierda, sorteando a un pequeño numero de esos tipos extraños y dejamos atrás a un largo rebaño que, al ver nuestra reacción, gruñeron, alzaron los brazos inútilmente y partieron en nuestra búsqueda.
-¿A dónde vamos?- preguntó Van Dijke, moviendo la linterna de lado a lado.
-Entra… entramos en la primera… que veamos- respondió Volkov
-¿Esa?- Van Dijke alumbró una casa de dos pisos hecha de madera. Tenía un pórtico con tres escaleras ante la entrada.
-¡Cualquiera!- grité, cansado de la estúpida conversación.
Volkov y Van Dijke subieron las escaleras de piedra apresuradamente y se toparon de morros con la puerta.
-¡Maldita sea, esta cerrada!- maldijo Volkov, llevándose las manos a la cara.
Van Dijke ojeó rápidamente la puerta. Tenía tres ventanas centrales, rompió una de ellas con el codo.
-Aprisa, ya les escucho- dijo Iñaki, empujando a la gente escaleras arriba.
La muchacha holandesa introdujo el brazo en la pequeña ventana y palpó repetidas veces la puerta hasta dar con el pomo. Abrió la puerta.
-¡Están aquí!- Iñaki señaló las siluetas oscuras que habían a escasos metros cuando, de nuevo, otro rayo iluminó la zona. Y era cierto, estaban aquí, más cerca de lo imaginado.
-¡Puerta abierta, entrad!
Fue entonces cuando, presos del pánico, se formó un pequeño embudo que apenas duró unos segundos alrededor de la entrada.
-¡Vamos, vamos!- espoleé nervioso, sin apartar los ojos de aquellos bichos. Uno de ellos ya subía por las escaleras. Sin pensármelo dos voces, le solté una patada en la cara. El tipo cayó hacía atrás acompañado de un viscoso y repugnante chasquido.
-Diablos, entra de una jodida vez Luís-. Andrés me cogió del hombro y me metió en la casa de un fuerte tirón. Acabando por los suelos a la vez que cerraron la puerta.
-¿Estáis bien?- preguntó Andrés entre sofocos-. ¿Hay algún herido?- Entonces, una mano esquelética entró por el agujero de la ventanilla y agarró a Andrés de la camiseta.

martes, 9 de noviembre de 2010

XXXVI. La alambrada

Como dijeron una vez en una galaxia muy, muy lejana: “Tus ojos pueden engañarte, no confíes en ellos”. En eso mismo estoy pensando ahora mismo, aunque opino que en mi estado mental y físico, todos mis sentidos me engañan. Estoy jodido. Corrección: Estamos jodidos.

-Una ciudad en mitad de la nada… ¿Qué pasa aquí?- dijo Iñaki, con los ojos entrecerrados a causa de la lluvia. Quitó las gotas que corrían por su frente y fue a la alambrada con prudencia- Una jodida ciudad…
-Es una broma ¿no?- Incrédulo, me acerqué al cerco. Mis ojos enviaban una imagen al cerebro que yo negaba a toda costa. Por momentos una sensación de desesperación se mezclaba con cierto alivio dando como resultado una explosión de inseguridad y aturdimiento.- Me estoy volviendo loco-. Forcé la vista y discerní la silueta de pequeñas casa de la oscuridad de la noche
-No sé que hace aquí eso, pero está abandonado. No hay ni luz- Carla inspeccionó la alambrada-. ¿No hay puertas? Yo quiero meterme dentro de alguna choza y pasar la noche.
-Ya tardamos en ocupar una bien grande- intervino Andrés-. Estaremos secos durante unas horas. Y dormiremos, pero esta vez de verdad. Quien sabe si encontramos un supermercado.
-Y de paso buscamos una farmacia. Joao está fatal. Delira-. Comento Julia. A su lado, Manuel se mocaba con fuerza.
-Recemos para que no haya nadie- dijo.
De nuevo, escuchamos aquellos quejidos y los pies arrastrándose torpemente por entre las piedras. Miré atrás instintivamente, nervioso. Aquellos tipos estaban por toda la isla. Me acerqué a Van Dijke y al resto de compañeros para traducirles la charla que habíamos tenido segundos antes.
-Mejor allí dentro que aquí. Y rápido.
-¿Qué hay de la alambrada?-me preguntó Frings-. ¿Estará electrificada?
-¿Lo dictes por el cartel?- intervino Volkov-. No hay luz así que dudo que nos quedemos pegados. Y si está electrificada, permanente gratis para todos. Invita la casa.
-No es momento para... -no había acabado de hablar cuando Volkov ya toqueteaba la alambrada. No pasó nada. El tipo giró sobre si mismo y sonrió de oreja a oreja.
-Tranquilos, esta desactivada.
-Digo yo que habrá una entrada, ¿no?- repitió Carla, golpeándome en la espalda.
-Déjate de buscar la entrada…- sugerí-. Y saltemos la alambrada.
Volkov, que parecía perro viejo en esto de saltar sistemas de seguridad, cogió varias piedras planas del suelo embarrado hasta encontrar una que fue de su agrado y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Acto seguido se sacó la camiseta y la puso en la boca. Trepó con rapidez y al llegar a los alambres de espino, hábil como un mono, cogió la piedra del pantalón y, con un movimiento centrifugo, enrolló la camiseta en la mano. Empezó a golpear la alambrada con fuerza.
-Este tipo está loco- opinó Andrés con una risita.
-Sí, ya sabes que los de Europa del Este no están para tonterías.
-De todas formas, y no lo digo para tocar la moral, pero a este plan le veo lagunas.
-¿Lagunas?
-Sí. ¿Cómo subimos al tipo que tengo en la espalda? Sólo por curiosidad.
-Mierda.
-Eso digo yo, mierda. Y esos cabrones están cruzando el túnel. Suelte que son lentos.
-Joder, me había olvidado de ellos-. Miré a Volkov. Seguía aplastando la alambrada con ímpetu-. ¿Podías subirlo a pulso?
-No lo sé-. El musculitos se frotó el mentón mientras miraba pensativo la alambrada-. No es muy alta…
-Nosotros te ayudaremos a subirlo y a bajarlo.
-Es una locura…
-Pero no podemos hacer otra cosa y lo sabes.
-Sí, eso es lo jodido, que lo sé y no tengo cojones a dejarlo aquí tirado.

jueves, 28 de octubre de 2010

XXXV. Buenas y Malas noticias

Mi ex pareja me decía que tenía mucha imaginación y tiempo libre para crear mi propio mundo partiendo de la realidad. Algunas perlas que se me ocurrían cuando era pequeño eran bastante burras, como el hecho de nacer grande o pequeño, es decir: creía que me había tocado nacer como niño, mientras que a un abuelo, le había tocado ser abuelo. Que siempre eramos igual físicamente, no pensaba que eran fases de la vida. También creía que la línea del horizonte de la playa era una enorme cascada o que el logotipo de unos interruptores de una tal Simons eran dos gigantes que por la noche venían a buscarme…como bien decía antes, historias para mandar al niño a la cama a una hora decente. De todas formas, actualmente sigo dándole vueltas a muchas cosas y reflexionando. Ahora mismo intento entender como es la vida de una persona invidente pues en cierto modo, actualmente lo soy. No veo nada. Antes, en mis años mozos, cerraba los ojos e intentaba caminar por casa. El resultado era obvio: un buen golpe en la rodilla con el canto de la mesa con sus consecuentes insultos al mueble. A veces era peor y me comía la viga del pasillo. Pero desde entonces hasta ahora, la sensación de angustia, inseguridad y la completa desorientación poco han cambiado. Ahora sufro las mismas sensaciones pero con la excepción de que aun teniendo los ojos abiertos, no veo tres en un burro.

Ahuequé la mano izquierda colocándola sobre mis cejas en un inútil intento por poder abrir los ojos sin que el agua de la lluvia me molestara. Forcé la vista durante unos instantes pero no logré diferenciar la silueta de mis compañeros de los enormes riscos.
-¿Dónde estáis?- grité entre fuertes jadeos-¿Qué pasa?
-¡Estamos bien!- respondió Iñaki, creo. La voz hacía y venía de la izquierda-. ¡Hemos encontrado una cueva!
-¿Una cueva?- me pregunté con asombro. El nudo del estomago se deshizo en segundos, la angustia de no ver nada se volvió un poco más liviana al pensar en un gruta seca, aislada de la lluvia y, por qué no, con una hoguera-. ¿Dónde estáis?- grité a pleno pulmón. Dejé de trotar y me detuve en busca de la respuesta, concentrado para intentar identificar de donde venía la voz del hombre. Volví a repetir al pregunta, esta vez en inglés.
Una luz azulada se zarandeó a la izquierda. Parecía la luz de un teléfono móvil. No recuerdo mucho aquella zona cuando aun había un poco de luna entre los nubarrones, pero creo que era los inicios de la jungla-. ¡Aquí!.

La luz se apagó varias veces en el rato que tardaba en llegar hasta ella. El grupo entero se había reunido junto a un agujero redondeado, no más alto de metro y medio pero tan ancho como un coche de lado.
-Pasaremos aquí la noche- dijo Van Dijke, la tipa holandesa se mostraba risueña al haber encontrado la cueva-. Está seca y cabemos todos.
-¿Cómo diablos has encontrado esto?- preguntó Volkov. El tipo me había quitado la pregunta de las manos.
-Con esto- la joven mostró una rama rota y el telefono-. Con la luz del movil en función linterna y toqueteando con el palo. Como los ciegos- explicó.
-¿Móvil con función de linterna?- pregunté con cara de idiota-. Dios, en España somos tercermundistas.
-¿Y aun te extraña?- me dijo Manuel entre risas.
-Yo he encontrado un mechero, tiene ganas pero no sale llama. Puede que no tenga piedra o yo que sé.
-A ver- Carla me palpó el brazo repetidas veces en busca del mechero. Tenía las manos heladas.

Con Van Dijke a la cabeza del grupo nos adentramos en la gruta. El suelo estaba repleto de surcos rellenos de arena y grandes piedras aquí y allá. El techo era abombado y limpio, sin malformaciones, agujeros o estalactitas rocosas. A decir verdad, demasiado perfecto. Metido en mis pensamientos no me percaté de que el grupo había parado y me choqué con Carla.
-Me has pisado- gimió la pobre joven llevándose la mano al tobillo.
-Perdón- me disculpé. Noté como me ponía rojo como un tomate. Suerte de que apenas había luz-. ¿Por qué paramos?
-No lo…
-Schh….callad un momento- dijo Frings-. Escuchad.
Traduje la frase para el resto del grupo.
Presté atención pero únicamente logré discernir mi respiración de la lluvia al impactar contra la montaña. Era un continuo tamborileo, pero me resultaba agradable. Más tarde me pareció oír un quejido. Tenía la garganta seca. Me quité las gotas de la cara con la mano, tragué saliva y volví a concéntrame. Esta vez escuché unos pasos claros, seguidos de gemidos apagados y guturales.
-No me jodas…
-¡Hay que moverse!- vociferé mientras miraba la entrada de la cueva. Sólo vi oscuridad.
El grupo comenzó a moverse con rapidez cuando se volvió a parar.
-¿Qué pasa ahora?- gritó Iñaki, enfadado.
Volví la vista atrás, de nuevo a la entrada. No había nada, o nadie. Fue entonces cuando un partió el cielo y por unos segundos pude ver la silueta de un tipo cojo entrando a la cueva. El corazón me dio un vuelco.
-¡Están aquí!- grité, nervioso. Escuché un ruido arenoso, largo y pesado. El tipo arrastraba una de las piernas. Aun podíamos escapar- Por el amor de Dios, ¿Qué pasa?
-Hemos encontrado un panel de mandos- respondió Van Dijke.
-¿Cómo?- pregunté perplejo-. ¿Un panel?
-Sí. Tres botones redondos, parecen setas. Uno es verde, sí. Es verde, en medio hay uno con un dibujo que no logro descifrar, parece una mano o algo parecido. Y el tercero es rojo. Están en una caja amarilla, taladrada a la pared. Y unos cables gordos recorren el techo gruta adentro. En el suelo creo que hay unos raíles.
-¿Has pulsado algún botón?
La mujer apretó uno de ellos. No sé cual pero algo se puso en marcha. Escuchamos un zumbido seguido de un chirrido a los lejos. Instantes más tarde, una explosión seca acabó con todos los sonidos.
-¿Qué pasa ahora? Por aquí empieza a entrar gente y no parecen que sean muy simpáticos- ironicé. Otro relámpago me permitió contar hasta tres tipos.
-No lo sé, no funciona.
-¡Pues es igual! ¡Corre, joder!

Apiñados alrededor de Van Dijke, corrimos como un banco de peces en busca de una salida, si es que la había. La gruta era cada vez más empinada y serpenteaba con lentitud hacía la derecha. Si estábamos cansados, que lo estábamos, no era el momento para demostrarlo. Un claro ejemplo de ello era Andrés, que cargaba con Joao. Julia y Manuel podían seguir el ritmo hasta el momento. Volví la vista atrás unas cuantas veces pero no pude apreciar nada en la oscuridad.
-¡He…he visto un destello al final de la cueva!- alarmó Carla.
-¿Dónde?- preguntamos al unísono.
-Allí arriba, ya…ya debemos…estar cerca- dijo entre jadeo y jadeo. La voz se le apagaba por momentos.

Con el último esfuerzo de la noche esprintamos hasta llegar a la otra entrada de la cueva.
-Mirad- dijo Bastian señalando otro panel con botones. El tipo se apoyó en la pared para recoger un poco de aire. Sus jadeos eran más que intensos.
-Tres botones- informo Van Dijke, tragando saliva y reponiéndose del esfuerzo.-. Igual que en la entrada de la cueva.
-No…esto no es una cueva- Volkov se acercó a un objeto cuadrado de color negro con gruesas franjas amarillas-. Esto es un túnel…y esto una vagoneta.
La chica holandesa movió el haz de luz hacía el germano. El tipo entrecerró los ojos cuando Van Dijke le deslumbró.
-¿Dónde narices estamos?- pregunté enojado. Cogí uno de los inhaladores y me pegué un chute. Aquello podía llamarse dopaje.
-Al final del túnel-. Andrés corrigió la posición de Joao sobre su espalda con un ligero salto y se encaminó hacia Van Dijke. Todos hicimos lo propio.

De nuevo escuchamos la incesante lluvia, el fuerte viento meciendo la vegetación y silbando por entre las rocas. Lo habíamos logrado, estábamos en la otra punta de la gruta o del túnel o como queráis llamarlo. Abandonamos la formación rocosa con un gran alivio para atravesar unos cuantos arbustos y toparnos con…
-¿Dó…Dónde estamos?- pregunté petrificado.
Hubo un silencio sepulcral entre los miembros del grupo. Me froté los ojos repetidas veces pero el letrero era autentico y decía así:

PELIGRO: ALTO VOLTAJE
NO PASAR
SÓLO PERSONAL AUTORIZADO

Era un letrero oxidado de color amarillo con las letras, muchas ya descorchadas, impresas en negro. Debajo del texto estaba la típica señal del rayo. El rotulo colgaba de una gran valla de alambre de dos metros de alto que acaba con alambre de espino. Tras las espigadas protecciones se dibujaba la silueta de una ciudad situada en las faldas de la montaña.
-¿Es curioso que pongan un cartel de no pasar en una isla deshabitada, no?- dijo Frings sin apartar la mirada del letrero.

miércoles, 27 de octubre de 2010

XXXIV. Oscuridad

Cuando éramos pequeños nos contaban historias para ir pronto a la cama: que si el hombre del saco, el coco, el monstruo del armario o el tipo raro que se escondía debajo de la cama. Todos ellos tenían una cosa en común: eran mentira. Pero partiendo de esta pequeña base de monstruos nocturnos encontramos el foco de todos los problemas: La oscuridad. Simple y llanamente, la ausencia total de luz. Seamos sinceros, ¿quién no ha tenido miedo en la cama, bien tapadito, mirando en la absoluta oscuridad y aun así imaginar sombras y siluetas? Y ni hablar de sonidos extraños. Nuestra mente es perversa, y tememos a lo desconocido. La oscuridad no es ficticia, está ante nosotros cada día, y aunque la miremos de frente, no sabemos por donde nos puede atacar.

Estornudé hasta cuatro veces seguidas, creí que la última vez me saltarían los ojos pero por fortuna no fue así. Me limpié la mucosidad de la nariz con el reverso de la mano y miré al cielo tormentoso con aire de resignación. El muy estaba plagado de nubarrones que seguían descargando una intensa cortina de agua.
-Aquí no es donde desembarcamos- dijo Julia. Miró a su marido y luego dejó a Joao apoyado en las faldas de un enorme risco, cobijado a duras penas de la lluvia-. Esto parece un callejón sin salida.
-No vemos nada- concretó Manuel, acariciándose el estomago.
-Preguntaré a Volkov si tenemos alguna linterna, pero juraría que se quedaron en otro bote. Por cierto- dije, antes de partir- ya queda poco para comer.
Manuel asintió con una sonrisa. Bueno, a decir verdad, parecía más una risa cansada y forzada que otra cosa. Totalmente normal después de los días que llevamos aquí perdidos. ¿Han pasado ya cuatro noches? Cinco tal vez…
-Eh, Luís, me estoy congelando- Carla interrumpió mis pensamientos. Al girar la cabeza hacía la derecha vi a la joven de brazos cruzados, con el cuello metido entre los hombros y tiritando. El cielo se iluminó con brusquedad y acto seguido un trueno hizo retumbar la isla.
-Lo sé, chica-me despegué la ropa que tenía enganchada al cuerpo por culpa de la lluvia- Estamos todos igual. Pillaremos un buen catarro.
-Ahora mismo, eso es lo de menos. Iñaki y Andrés se han ido con la moza holandesa y Firngs en busca de alguna cueva o gruta en esas montañas de allí.
La zona hacía forma de U invertida. La obertura era la orilla del mar y estábamos rodeados por espesa jungla y empinados riscos. De hecho, nuestra única vista más allá de nosotros era el océano.
-¿Te acuerdas de las linternas?
La mujer negó con la cabeza.
-Lo ultimo que recuerdo es al capitán Wingman y sus secuaces cogiendo unas linternas para ir a examinar el otro lado de la maldita isla.
-Wingman… -dije con voz queda- ya no me acordaba. ¿Qué habrá sido de él y el resto de turistas?
-No lo sé, pero éramos más de dos mil personas y todas han desaparecido del mapa.
-Es tan surrealista… se habrán adentrado en la jungla, estarán como nosotros, o ves a saber, quizás peor.
Julia no respondió. Sus dientes seguían castañeando rítmicamente cuando Volkov y Bastian se cruzaron en nuestro camino.
-¿Linternas?-pregunté.
-Nada. La única luz que tenemos es la del bote cuando toca el agua- respondió Bastian, cargado con varias bolsas de plástico-. Es la comida y kit de primeros auxilios- dijo levantándolas.
-Vamos listos- dijo Carla, volviendo tras sus pasos negando con la cabeza.

Me acerqué a inspeccionar el bote, no por desconfianza, sino en busca de un poco de inspiración. Quien sabe, puede que encuentre algo y se me ocurra alguna idea. Volví a estornudar. Aparté bolsas rotas, hurgué entre chalecos salvavidas para encontrar unas gafas de sol, una pulsera de plástico trenzado de color negro, un Ventolín y un mechero rosa.
-¡Coño, esto es mío!- cogí el Ventolín y me lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón con una gran sonrisa-. Y se hizo la luz- dije en voz alta cuando accioné el mechero. No hubo llama. Mi gozo en un pozo-. Mierda-. Volví a intentarlo sin éxito. Zarandeé el objeto cerca de la oreja. Tenía gas-. Puede que sirva para algo después de todo.

De camino al grupo, cabizbajo, mirando como mis pies se hundían en la arena y la lluvia masajeaba la nuca escuché un grito. Arranqué a correr con miedo a estamparme de morros con alguien o algo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

XXXIII. Volviendo a tierra firme

Creo que nosotros, los humanos, nunca escarmentamos. Siempre tropezamos dos veces con la misma piedra, o incluso más. De hecho, no descarto que tropecemos a propósito. Recuerdo una antigua anécdota de cuando yo iba al colegio y comenzamos una nueva asignatura: Tecnología. El trabajo final era hacer una pequeña casa de madera con un simple pero vistoso circuito eléctrico que añadía un toque de luz a la maqueta. La energía salía de aquellas grandes pilas de petaca agarradas a la madera con cinta aislante. Me acuerdo de la curiosidad de un colega que no dudó en plantar un lametazo en los polos de la pila. La descarga fue más que digna, y las muecas del tipo un poema. Pero no contento con ello, el chaval repitió la escena ante la atónita mirada del profesor.
Nosotros, los compañeros, nos meábamos de risa.
Aquello fue lo que me aseguró que los seres humanos podíamos tropezar muchas veces con la misma piedra.

El cielo se partió en dos antes de iluminarse por completo. Empapados, remábamos con fuerza bajo la cortina de agua. Primero a contramarea, luego a favor. El bote se agitaba como un sonajero en manos de un bebé. Sólo que éste no vomitaba.
-¡Cambio! –gritó Frings. El tipo abandonó el puesto de remo entre fuertes temblores. Andrés entró en su lugar. A su lado, Bastian trataba de mantener el ritmo.
Las votaciones dieron como resultado volver a tierra firme, pasado la medialuna de arena que había en la zona donde desembarcamos.
-¡Un poco más! – gritaba Manuel, que remaba con las manos desnudas. Tras él, yo hacía lo mismo.
-¡Cambio!- el tipo germano abandonó el puesto y entro Volkov. Las fuerzas renovadas del ruso y del grandullón aumentaron parcialmente la velocidad de navegación. Pero por desgracia, el aire giró y comenzó a soplar en nuestra contra.
-¡No avanzamos!- gritó Andrés.
-¡Tú rema!- espoleamos los españoles.
Los remos crujían al ser llevados al límite. El bote saltaba en las crestas de las olas para caer en picado momentos más tarde. El vaivén era tan duro como el de una montaña rusa. Y yo las odiaba.
Me dolía el brazo derecho, notaba un hormigueó que me iba desde mano hasta el pectoral. Era un dolor agudo, pero por desgracia, después de tanto rato remando, ya comenzaba a ser algo habitual pero no por ello menos molesto. Con los ojos entrecerrados a causa de la lluvia distinguí las siluetas de la vegetación de la jungla que cada vez se metía más tierra adentro. Otro rayo iluminó la noche el tiempo suficiente para ver de nuevo la playa. Apenas quedaban quince o veinte metros.
-¡Tierra a la vista!- vociferó Van Dijke. La muchacha estaba en la proa del bote, junto a la luz.
A todos se nos iluminó la cara.

La orilla estaba limpia. No había rastro de aquellos bichos. La playa hacía forma de U, rodeada por espigadas formaciones rocosas y la frondosa jungla. En el horizonte, se dibujaban las formas montañosas de la isla. Levantamos a Joao con cuidado y lo sentamos en la arena, cerca de un árbol donde apoyar la espalda.
-Tiene fiebre- informó Julia, tocando la frente del herido-. Tenemos que secarlo o empeorará.
El cielo se volvió a iluminar, momentos más tarde otro trueno estalló.
-¿Cómo?- pregunté-. Estamos todos mojados-. Me fijé en el vendaje del tobillo. Seguía rezumando sangre. La mujer quitó las gasas, apretó de nuevo el cinturón por encima de del bocado y, arrancó la manga raída de su camiseta para envolver la herida. El tipo gimió de dolor.
-Lo siento- Julia se limpió la nariz con el reverso de la mano-. Esto es todo lo que puedo hacer hasta ahora.
-Ya has hecho mucho- le dije.
Manuel se acercó a su mujer y la abrazó.
-Lo estas haciendo muy bien, no te preocupes. El muchacho se recuperará.
Giré la cabeza y vi a Volkov y a Bastian atando la cuerda del bote a un árbol. El transporte se mecía con brusquedad sobre la mar espumosa.

XXXII. Tempestad

Desde pequeño he ido escuchando que, por norma general, la primera idea que te viene a la cabeza suele ser la más acertada. Cuando estudié inglés corroboré la pequeña regla casera. En otras palabras: nunca de los jamases cambies la primera respuesta que te viene a la cabeza para resolver el ejercicio, pues me atrevería a decir que el noventa por ciento de las veces la respuesta es correcta.
Por desgracia esto no es aplicable a todo, como otra gran regla casera en inglés: si suena mal, seguro que está mal. Pero como iba diciendo, no siempre la primera idea es la correcta….si no que se lo pregunten a Andrés.
Creo que se metió tanta mierda en el cuerpo para tener esos músculos, muchos de los cuales yo ni sabía que existían, que la sangre no le llega bien al cerebro. ¿Zombies? ¡Por el amor de Dios, que cosa más sórdida!

Refunfuñé adormilado cuando algo frío y húmedo impactó en mi cara, cerca de la nariz y descendió con lentitud hacía los labios. Los relamí inconscientemente cuando en la frente noté otro impacto, y luego otro, y otro. Abrí los ojos con lentitud, medio atontado, y observé finas estelas brillantes ante un cielo oscuro. Entonces una intensa luz iluminó las nubes y segundos más tarde la lancha tembló ante el tremendo estruendo. Empezaba a llover.
Intenté levantarme pero las cervicales me crujieron con tanta fuerza que me quedé plegado allí mismo, como un abuelo, gimoteando y maldiciendo por dormir en poses tan grotescas.
Volkov ya estaba despierto, podía escuchar sus arcadas desde la otra punta del bote. Carla y Van Dijke se despertaron con el trueno. Manuel e Iñaki no tenían pinta de haber dormido en días, sus ojeras llegaban hasta el suelo. Frings y Bastian hacían guardia en la punta del transporte. Joao seguía durmiendo, a su lado, Julia cabeceaba a causa del cansancio.
-Eh, Iñaki- zarandeé a mi compañero que roncaba profundamente- Despierta, está lloviendo. Venga, arriba. Despierta- El tipo gruñó y me dio la espalda-. Joder, parezco tu madre ¡levántate!-. Adormilado, Iñaki hizo un gesto con la mano para que lo dejara en paz.
Andrés se me acercó, sorteando al resto de supervivientes con bastante torpeza.
-Eh, tío- me dijo- siento aquello que te dije hará un par de días, o ayer… o bah, no sé cuando pasó, desde que estamos aquí he perdido la noción del tiempo-. El grandullón parecía arrepentido. Si más no, su voz era apagada y triste-. No quise ofenderte.
En aquél momento, escuché un pitido breve. No le dí importancia.
-Ya tenemos suficientes problemas para salir vivos de aquí, si es que salimos. Así que de aquello ya ni me acuerdo- el tipo esbozó una sonrisa y acto seguido me tendió la mano-. Sin rencor- dije.
-Sin rencor- repitió.
-Siento cortar este momento tan tierno- se burló Frings-. Pero debemos regresar a tierra o la marea nos engullirá. El agua está brava.
-¿Ahora que le pica al Tercer Reich?- me preguntó Andrés.
A duras penas conseguir contener la risa pero cuando miré las olas que se acercaban por el horizonte las ganas de juerga se me pasaron de golpe.
-Debemos volver a tierra firme.
-Esos cabrones siguen allí de pie. Seguimos siendo su cena.
-Andrés, déjate de gilipolleces y olvida a esos pobres desnutridos. Tenemos que salvarnos el pellejo.
-¿Y si bordeamos la jungla?- interrumpió Manuel-. Podemos ir por donde desembarcaron Julia y el resto.
-Eso estará infestado de zombies.
-Que pesado que eres con esa mierda- dijo Manuel con desdén.
-No podemos hacer otra cosa- opinó Iñaki entre bostezos.
-Mira, se ha despertado la bella durmiente- dije.
Andrés barrió con la mirada a Manuel. Tras unos segundos, soltó una risita burlona y negó con la cabeza.
-Hay más gente en el bote- gritó Carla-. Nuestras vidas no dependen de vuestras ideas.
-¿Qué propones?- pregunté.
-Votaciones.
De nuevo escuché un breve pitido. El sonido me resultaba familiar. El teléfono móvil. Saqué el aparato del bolsillo. El icono de la batería parpadeaba en la esquina superior derecha. En el lado opuesto, un dibujito de una antena tachada me indicaba que no había cobertura. Eran las cuatro menos diez de la madrugada. El móvil volvió a pitar antes de apagarse.

lunes, 20 de septiembre de 2010

XXXI. Cena bajo las estrellas

No recuerdo la última vez que cené a la luz de las estrellas, pero podría aventurar que fue en alguna terraza concurrida de mi ciudad. Sí, lo sé, soy muy romántico. Nunca me gustó el mantelito a cuadros sobre la hierba con el picnic en una cesta de mimbre al lado de una bella muchacha. Nah, demasiado americano para mi. Claro que, puestos a elegir, ahora mismo me quedaría con el cliché de película romanticota.

Iñaki me golpeó en las costillas con el codo. Casi me ahogo.
-Oye, que tenemos que beber todos- abroncó, quitándome la botella de agua de las manos.
-Te… tenemos más… en las otras…lanchas- respondí entre fuertes toses. Incluso de mis ojos brotaban lágrimas-. También tenemos el riachuelo al lado del búnker.
-Ya estoy corriendo, no te fastidia.
Carla y Manuel soltaron una carcajada.
-¿Cuántos somos?- preguntó Bastian, tableta de chocolate en mano-. 1, 2, 3… 5… 9-. El germano dividió la cena a partes iguales. Cogió unas galletas que había dentro del paquete de raciones de emergencia e hizo lo mismo. Esta vez, pero, guardó la mitad para mañana.
Aquello era nuestra cena, galletas secas y chocolate. No era un lujo, pero dadas las circunstancias, no podíamos pedir mucho más. Claro que lo mejor de la cena eran las vistas. Cientos de seres extraños apelotonados en la orilla de la playa, con sus quejidos horripilantes y de movimientos torpes y lentos. El foco de luz de la lancha golpeaba de pleno sobre aquellos seres, que ni tan siquiera respondían a la luz directa. Yo me quedaría ciego en cuestión de segundos.
-Son gente rara- dijo Joao, inspeccionando el vendaje que protegía la herida de la pierna. Julia, en sus años mozos, había trabajado de enfermera y no tuvo problemas en hacer un torniquete con un cinturón y limpiar la herida con un kit de primeros auxilios-. Nunca había estado en una isla con tribus carnívoras. Me da repelús.
-Pues para ser tribus son un poco idiotas- agregó Carla, tras tragar un cacho de galleta- Míralos bien, están allí parados y el haciendo el tonto.
-Puede que les asuste el agua- tan pronto como dije aquella frase me arrepentí de hacerlo. A veces, calladito estoy más mono.
-¿De qué habláis?- me preguntó Frings. Los hermanos germanos, Volkov, que no hablaba nunca, y la chica holandesa no entendían nada de la conversación. Rápidamente les hice un pequeño resumen.
-Ah… esos tipos parecen estar muertos. Huelen fatal- dijo Van Dijke, sacando la lengua y arrugando la frente. La cara de asco de la muchacha no tenía precio.
Durante unos segundos sólo se escuchó el continuo oleaje del mar. Nadie quiso opinar sobre la frase de Van Dijke cuando la traduje.
-Lo mejor de todo es que no son tribus carnívoras, tampoco están muertos- dijo Andrés con voz queda- Técnicamente tampoco están vivos… -el tipo hizo un silencio incomodo- digamos que están ligeramente muertos. Son zombis.
-¡¿Zombis?!- repitió todo el grupo al unísono. Aquello era una palabra común en todos los idiomas.
-Pero eso son sólo películas- dijo Carla- No nos asustes, burro.
-Míralos, mira sus ropas. Mírales las caras, bueno, lo que les queda de cara, y encontraras a gente que conociste en el barco- explicó preocupado.
-¿Por eso todos llevan chaleco salvavidas, no?- pregunté. Tenía miedo a la respuesta. De hecho, en aquel momento tenía todos los pelos del cuerpo erizados. Flotando cerca de la orilla de la playa, pasando hambre y frío. Quizás el cansancio nos hacía delirar. Quizás nada de aquello era real.
-Seguro que habéis visto películas de Romero, la noche de los muertos vivientes, por decir una. Joder, se comportan igual- dijo Andrés.
-¿Te basas en películas?- Manuel lo miró inquisitivamente. Pensé que el viejo iba a tirar por la borda al musculitos-. Claro, como has visto tantas películas ya eres un doctorado, ¿no? ¿Crees que hay tribus haciendo vudú para convertir a los supervivientes del crucero en zombis o zombies, o como puñetas se diga?- La vena del cuello estaba tan hinchada que me extrañó que al tipo no le diera un tabardillo-. Estamos perdidos en una jodida isla del pacifico, casi no podemos comer, ya no digamos dormir, y mucho menos descansar. ¡A saber si alguien nos viene a buscar, y a ti, pedazo de imbécil, no se te ocurre otra genial idea que decir que somos la puta cena de unos supuestos zombies!
-¡Eh, abuelo! Que yo estoy tan asustado como tú. Sólo digo que están deformes, que les faltan trozos de carne y se mantienen en pie. Que no hablan, mucho menos piensa y se tambalean cada vez que andan. Joder, hasta mi abuela con tacataca anda más rápido. Yo sólo digo lo que creo.
-Joder, ¿Estamos en pleno siglo XXI y sólo piensas en zombies?- intervine ante la mirada del grupo que, con los ojos como platos miraban a los dos ogros que gritaban como descosidos y volvían la vista a los seres extraños de la orilla del mar.
-Pensad lo que queráis, para mi esos tipos son muertos vivientes. Y nosotros somos su cena.

lunes, 6 de septiembre de 2010

XXX. Sangre en la arena

Da igual donde estés, siempre buscas un punto de partida. Un lugar donde levantar tu cuartel general y pasar la noche. El problema viene cuando no esperas que tu hogar temporal desaparezca de la noche a la mañana. Cuando vuelves a casa después de un duro día y descubres que no hay nada.

-¿Esto es algún tipo de broma cruel, no?- dijo Joao-. Venga chicos, salid del escondite.
Basta de bromas.
La playa estaba desierta. No había rastro de los supervivientes pero las lanchas seguían en el mismo lugar. Parecían intactas.
-Estarán durmiendo dentro de las barcazas- sugirió Julia, bajándose de las espaldas de Iñaki.
-Luís, ven conmigo- Joao me hizo un gesto con la cabeza. El tipo, antorcha en mano, se encaminó hacia el transporte más cercano cuando tropezó y cayó al suelo.
-Que torpe...oye Bastian, déjame la antorcha- solicité.
-¿Pero qué dices? Es lo único que nos mantiene con vida si esos bichos…
-¡Me están mordiendo!- berreó Joao. El tipo estiró su cuerpo al máximo para agarrar la antorcha y se la acercó a los pies. Una silueta sin piernas se retorció en la arena entre gemidos al tiempo que soltaba el pie derecho del muchacho portugués.
-¡Hijo de puta!- Joao se puso en pie y de una estocada clavó la antorcha en la espalda del monstruo-. ¡Me ha mordisqueado el jodido tobillo!
-¡Aguanta!- gritó Bastian. El germano salió corriendo hacia su compañero.
-¡No vayas, idiota!- le dijo Frings, pero su hermano ya había llegado a la altura del herido.
-¿Qué son?- preguntó Julia, con asco.
-Creo que la pregunta correcta es: ¿Quiénes son?- respondí.
-No te entiendo.
-¿Míralos bien, no te suenan sus ropas? Todos llevan chalecos salvavidas.
-Es verdad- respondió Iñaki, perplejo.
-¿Se han vuelto locos?- Julia me miró sin entender nada cuando escuchamos unos gemidos no muy lejos de nosotros.
-Esto no me gusta. Vayamos con ellos- señalé a Joao y a Bastian-. A prisa, antes de que sea demasiado tarde.
-Tengo una idea- Andrés se separó del grupo.
-¿Pero qué haces?
-No tenemos luz- gritó- pero las luces de las lanchas se activan cuando tocan el agua.

Yo e Iñaki cargamos con Joao a la vez que Bastian alumbraba el camino.
-Hay que llevarlo a la lancha- me dijo Iñaki.
-Mirad- Carla señaló la entrada de la jungla. Los primeros seres comenzaban a llegar a la playa-. ¡Rápido!
-¡Andrés! ¿Dónde estás?
Un intenso haz de luz respondió a mi pregunta.
-Fantástico, volveremos al agua- ironicé.
-Espero que estos cabrones no sepan nadar- comentó Iñaki.

XXIX. Luz Roja

No recuerdo haber corrido tanto desde que hacía educación física en el colegio. Y eso que mis padres me decían que no podía hacer ejercicio, que mis bronquios no estaban para muchas fiestas. Así pues, aquella cantinela la apliqué cuando acabé la vida estudiantil y dejé de hacer cualquier tipo de ejercicio. No fue una buena idea.
-No podemos seguir a este ritmo- se quejó Manuel. Sus jadeos cortaban las palabras-. Yo y mi mujer ya no estamos para estos trotes.
-Vamos, sólo un poco más- les animé.
La pareja dejó de correr.
-Somos… somos una carga para el grupo, seguid sin nosotros- Manuel respiraba a marchas forzadas. Pensé que en cualquier momento escupiría los pulmones-. Os alcanzaremos al llegar al campamento.
-Tonterías- respondió Andrés. El grandullón fue en busca de Manuel-. Suba a mi espalda. Yo le llevo hasta el campamento.
-¿Está loco?
-Se acercan- alarmó Bastian, al final del grupo-. Sus gruñidos vuelven a escucharse.
-Iñaki, tú coge a Julia- ordenó Andrés-. Venga, no tenemos tiempo Manuel, a caballito.
-Siento ser una carga- dijo al fin el tipo. Resignado, subió a la espalda de Andrés, que inclinó la espalda para mantener bien el equilibro. Los brazos de Manuel rodearon el cuello del grandullón-. No aprietes demasiado- comentó el tipo.
-Listo- informó Iñaki, que llevaba a Julia a caballito.
-Vamos- dijo Joao- Hace tiempo que no escucho el rumor del riachuelo, debemos estar cerca del campamento.
-¿Alguien ha visto a Ashley?- preguntó Carla preocupada.
-¿Y a Frings?
-Estoy aquí, hermanito- respondió. Sus espaldas subían y bajaban con rapidez. Desde mi posición podía escuchar sus jadeos.
-Creo que Ashley no está con nosotros desde que nos atacaron- respondió la muchacha holandesa, cuyo nombre no recordaba.
-No podemos hacer nada- dije, aquello sonó bastante borde-. No debemos volver…
Una estela roja se irguió hasta el cielo seguido de una explosión de luz.
-Wingman- dijo Manuel-. ¡El campamento!
-¡Corred!- gritó Bastian-. Esos cabrones ya nos pisan los talones.
La bengala reveló la posición de aquellos extraños seres. Formaban una media luna enorme y se acercaban a nosotros con pasos lentos y torpes. Seguían gruñendo como de costumbre. Algunos tropezaban y, sin aparentes reflejos, caían de morros al suelo sin decir palabra. Eran tipos raros.
Con aquella luz rojiza, reanudamos la marcha.