jueves, 27 de enero de 2011

XLIII. Mala pata (Y nunca mejor dicho)

No voy a dar una clase de ciencia, básicamente porque soy especialista en otros menesteres, pero es sabido por todos que por razones que ahora no vienen al caso tenemos una memoria selectiva. Yo, sin ir más lejos, tengo recuerdos sórdidos y vanos que, por razones que desconozco, se han instalado en mi mente. Pero no he de hurgar mucho en ella para saber que nunca antes había pataleado tanto como en la azotea de aquélla casa. Joder, si me ponen una bicicleta entre las piernas gano el tour de Francia con los ojos cerrados. Vamos, que voy y vuelvo en menos que canta un gallo.

Patalee como un descosido en un sofocante intento por no ser el desayuno de esos cabrones. Escuchaba crujidos y chasquidos a la vez que se instalaba una sensación de humedad pegajosa en los. Mis pies… miré hacia abajo en busca de mis zapatillas. Si esos zombies me las habían quitado y me hacían cualquier herida estaría listo de papeles, es decir, caput, muerto, tieso, criando malvas o como queráis decirlo. Pero no fue así. Las zapatillas seguían en su sitio. Empapadas de sangre pero en su sitio. Los pantalones corrían la misma suerte. Impregnados y pesados se deslizaban cintura abajo cada vez que aquellos infelices tiraban de mi y no tardaría mucho en quedarme en paños menores. Una idea, que todo sea dicho de paso, no me hacía ni puta gracia. Así que sin darle más importancia al entumecimiento de manos, seguí pataleando y con tanto meneo conseguí romper unos cuantos brazos y alguna que otra cabeza.

Bastian y Frings dijeron simultáneamente algo en alemán y tiraron de mis brazos con tanta fuerza que por unos segundos pensé que me los arrancarían de cuajo. Aquello me hizo volver al mundo real.
-¡Un poco más! – Iñaki se unió a los germanos sujetándome por debajo de las axilas.
Me daba igual las rascaduras en el pecho o las uñas clavadas como agujas en los brazos, gruñí como un becerro y a tientas busqué un punto de apoyo para mis pies. Encontré la repisa de una ventana y cogí impulso. Misión cumplida.
-¿Le han mordido?- Volkov no estaba para tonterías. Para qué un “me alegro de verte” o “no te mueras tan rápido” o un simple “¿Qué tal?  Bien gracias.
Y allí estaba yo. Tirado en el tejado, con los pantalones por las rodillas, exhausto y al borde de pasar a mejor vida, por así decirlo. Sin tiempo para asumir lo que acababa de ocurrir los germanos me pusieron en pie.
-¿Estás bien?
Me palpé las piernas en busca de cualquier rasguño. Todo parecía estar en orden-. Creo que sí.
-¿Heridas?-
-Joder, no lo sé- exploté antes de subirme los pantalones-. Pero no he notado nada. Tan siquiera han roto la ropa.
-Si te han mordido no durarás mucho, un día, quizás horas- dijo Andrés-. Joao enfermó. Así que si te empiezas a encontrar mal, haznos un favor y dilo. No sufrirás.
Asentí con resignación. No sé si aquello último era bueno o malo. Pero por el momento seguía siendo yo. Manuel palmeó mi nuca varias veces.
-De momento haces buena cara, así que sigamos. Tenemos que bajar de aquí y buscar comida.
-De eso me encargo yo- Andrés reventó los cristales de la ventana que daba a la azotea. Echó un vistazo rápido e hizo una señal con la cabeza- Vía libre.

Nos escurrimos como ratas por la ventana y fuimos a parar a una pequeña habitación que hacía las veces de estudio. Pero lo que nos llamó la atención fue un olor nauseabundo. Una mezcla de carne putrefacta con hierro y pólvora. Nos tapamos la nariz y la boca con el cuello de la camiseta y nos abrimos paso hasta el pasillo. Fue entonces cuando supimos de donde provenía todo.
-¿Qué cojones…?- pronuncié con lentitud al ver una maraña de moscas rondando arriba y abajo.
Sentada en el suelo yacía lo que antes había sido una mujer. Le habían volado media cabeza de un balazo y sus sesos estaban distribuidos por la pared. Su mano izquierda estaba entrelazada con la mano de un segundo cadáver al cual le faltaba media mandíbula. En el suelo, al lado de la mano inerte del muchacho había una pistola. Sobre ellos había una oración escrita con sangre en la pared:
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”

Perdon por el retraso

¡Buenas noches a todos!
Después del parón, más largo de lo pensado por una serie de circunstancias imprevistas, vuelvo con el blog. Y por supuesto, añado un nuevo capítulo que podréis leer sobre estas lineas.
Así que sólo me queda pedir perdón por el retraso y dar las gracias a todos por seguir leyendo Ligeramente Muertos.

¡Un saludo y a continuar disfrutando de la lectura!