lunes, 20 de septiembre de 2010

XXXI. Cena bajo las estrellas

No recuerdo la última vez que cené a la luz de las estrellas, pero podría aventurar que fue en alguna terraza concurrida de mi ciudad. Sí, lo sé, soy muy romántico. Nunca me gustó el mantelito a cuadros sobre la hierba con el picnic en una cesta de mimbre al lado de una bella muchacha. Nah, demasiado americano para mi. Claro que, puestos a elegir, ahora mismo me quedaría con el cliché de película romanticota.

Iñaki me golpeó en las costillas con el codo. Casi me ahogo.
-Oye, que tenemos que beber todos- abroncó, quitándome la botella de agua de las manos.
-Te… tenemos más… en las otras…lanchas- respondí entre fuertes toses. Incluso de mis ojos brotaban lágrimas-. También tenemos el riachuelo al lado del búnker.
-Ya estoy corriendo, no te fastidia.
Carla y Manuel soltaron una carcajada.
-¿Cuántos somos?- preguntó Bastian, tableta de chocolate en mano-. 1, 2, 3… 5… 9-. El germano dividió la cena a partes iguales. Cogió unas galletas que había dentro del paquete de raciones de emergencia e hizo lo mismo. Esta vez, pero, guardó la mitad para mañana.
Aquello era nuestra cena, galletas secas y chocolate. No era un lujo, pero dadas las circunstancias, no podíamos pedir mucho más. Claro que lo mejor de la cena eran las vistas. Cientos de seres extraños apelotonados en la orilla de la playa, con sus quejidos horripilantes y de movimientos torpes y lentos. El foco de luz de la lancha golpeaba de pleno sobre aquellos seres, que ni tan siquiera respondían a la luz directa. Yo me quedaría ciego en cuestión de segundos.
-Son gente rara- dijo Joao, inspeccionando el vendaje que protegía la herida de la pierna. Julia, en sus años mozos, había trabajado de enfermera y no tuvo problemas en hacer un torniquete con un cinturón y limpiar la herida con un kit de primeros auxilios-. Nunca había estado en una isla con tribus carnívoras. Me da repelús.
-Pues para ser tribus son un poco idiotas- agregó Carla, tras tragar un cacho de galleta- Míralos bien, están allí parados y el haciendo el tonto.
-Puede que les asuste el agua- tan pronto como dije aquella frase me arrepentí de hacerlo. A veces, calladito estoy más mono.
-¿De qué habláis?- me preguntó Frings. Los hermanos germanos, Volkov, que no hablaba nunca, y la chica holandesa no entendían nada de la conversación. Rápidamente les hice un pequeño resumen.
-Ah… esos tipos parecen estar muertos. Huelen fatal- dijo Van Dijke, sacando la lengua y arrugando la frente. La cara de asco de la muchacha no tenía precio.
Durante unos segundos sólo se escuchó el continuo oleaje del mar. Nadie quiso opinar sobre la frase de Van Dijke cuando la traduje.
-Lo mejor de todo es que no son tribus carnívoras, tampoco están muertos- dijo Andrés con voz queda- Técnicamente tampoco están vivos… -el tipo hizo un silencio incomodo- digamos que están ligeramente muertos. Son zombis.
-¡¿Zombis?!- repitió todo el grupo al unísono. Aquello era una palabra común en todos los idiomas.
-Pero eso son sólo películas- dijo Carla- No nos asustes, burro.
-Míralos, mira sus ropas. Mírales las caras, bueno, lo que les queda de cara, y encontraras a gente que conociste en el barco- explicó preocupado.
-¿Por eso todos llevan chaleco salvavidas, no?- pregunté. Tenía miedo a la respuesta. De hecho, en aquel momento tenía todos los pelos del cuerpo erizados. Flotando cerca de la orilla de la playa, pasando hambre y frío. Quizás el cansancio nos hacía delirar. Quizás nada de aquello era real.
-Seguro que habéis visto películas de Romero, la noche de los muertos vivientes, por decir una. Joder, se comportan igual- dijo Andrés.
-¿Te basas en películas?- Manuel lo miró inquisitivamente. Pensé que el viejo iba a tirar por la borda al musculitos-. Claro, como has visto tantas películas ya eres un doctorado, ¿no? ¿Crees que hay tribus haciendo vudú para convertir a los supervivientes del crucero en zombis o zombies, o como puñetas se diga?- La vena del cuello estaba tan hinchada que me extrañó que al tipo no le diera un tabardillo-. Estamos perdidos en una jodida isla del pacifico, casi no podemos comer, ya no digamos dormir, y mucho menos descansar. ¡A saber si alguien nos viene a buscar, y a ti, pedazo de imbécil, no se te ocurre otra genial idea que decir que somos la puta cena de unos supuestos zombies!
-¡Eh, abuelo! Que yo estoy tan asustado como tú. Sólo digo que están deformes, que les faltan trozos de carne y se mantienen en pie. Que no hablan, mucho menos piensa y se tambalean cada vez que andan. Joder, hasta mi abuela con tacataca anda más rápido. Yo sólo digo lo que creo.
-Joder, ¿Estamos en pleno siglo XXI y sólo piensas en zombies?- intervine ante la mirada del grupo que, con los ojos como platos miraban a los dos ogros que gritaban como descosidos y volvían la vista a los seres extraños de la orilla del mar.
-Pensad lo que queráis, para mi esos tipos son muertos vivientes. Y nosotros somos su cena.

lunes, 6 de septiembre de 2010

XXX. Sangre en la arena

Da igual donde estés, siempre buscas un punto de partida. Un lugar donde levantar tu cuartel general y pasar la noche. El problema viene cuando no esperas que tu hogar temporal desaparezca de la noche a la mañana. Cuando vuelves a casa después de un duro día y descubres que no hay nada.

-¿Esto es algún tipo de broma cruel, no?- dijo Joao-. Venga chicos, salid del escondite.
Basta de bromas.
La playa estaba desierta. No había rastro de los supervivientes pero las lanchas seguían en el mismo lugar. Parecían intactas.
-Estarán durmiendo dentro de las barcazas- sugirió Julia, bajándose de las espaldas de Iñaki.
-Luís, ven conmigo- Joao me hizo un gesto con la cabeza. El tipo, antorcha en mano, se encaminó hacia el transporte más cercano cuando tropezó y cayó al suelo.
-Que torpe...oye Bastian, déjame la antorcha- solicité.
-¿Pero qué dices? Es lo único que nos mantiene con vida si esos bichos…
-¡Me están mordiendo!- berreó Joao. El tipo estiró su cuerpo al máximo para agarrar la antorcha y se la acercó a los pies. Una silueta sin piernas se retorció en la arena entre gemidos al tiempo que soltaba el pie derecho del muchacho portugués.
-¡Hijo de puta!- Joao se puso en pie y de una estocada clavó la antorcha en la espalda del monstruo-. ¡Me ha mordisqueado el jodido tobillo!
-¡Aguanta!- gritó Bastian. El germano salió corriendo hacia su compañero.
-¡No vayas, idiota!- le dijo Frings, pero su hermano ya había llegado a la altura del herido.
-¿Qué son?- preguntó Julia, con asco.
-Creo que la pregunta correcta es: ¿Quiénes son?- respondí.
-No te entiendo.
-¿Míralos bien, no te suenan sus ropas? Todos llevan chalecos salvavidas.
-Es verdad- respondió Iñaki, perplejo.
-¿Se han vuelto locos?- Julia me miró sin entender nada cuando escuchamos unos gemidos no muy lejos de nosotros.
-Esto no me gusta. Vayamos con ellos- señalé a Joao y a Bastian-. A prisa, antes de que sea demasiado tarde.
-Tengo una idea- Andrés se separó del grupo.
-¿Pero qué haces?
-No tenemos luz- gritó- pero las luces de las lanchas se activan cuando tocan el agua.

Yo e Iñaki cargamos con Joao a la vez que Bastian alumbraba el camino.
-Hay que llevarlo a la lancha- me dijo Iñaki.
-Mirad- Carla señaló la entrada de la jungla. Los primeros seres comenzaban a llegar a la playa-. ¡Rápido!
-¡Andrés! ¿Dónde estás?
Un intenso haz de luz respondió a mi pregunta.
-Fantástico, volveremos al agua- ironicé.
-Espero que estos cabrones no sepan nadar- comentó Iñaki.

XXIX. Luz Roja

No recuerdo haber corrido tanto desde que hacía educación física en el colegio. Y eso que mis padres me decían que no podía hacer ejercicio, que mis bronquios no estaban para muchas fiestas. Así pues, aquella cantinela la apliqué cuando acabé la vida estudiantil y dejé de hacer cualquier tipo de ejercicio. No fue una buena idea.
-No podemos seguir a este ritmo- se quejó Manuel. Sus jadeos cortaban las palabras-. Yo y mi mujer ya no estamos para estos trotes.
-Vamos, sólo un poco más- les animé.
La pareja dejó de correr.
-Somos… somos una carga para el grupo, seguid sin nosotros- Manuel respiraba a marchas forzadas. Pensé que en cualquier momento escupiría los pulmones-. Os alcanzaremos al llegar al campamento.
-Tonterías- respondió Andrés. El grandullón fue en busca de Manuel-. Suba a mi espalda. Yo le llevo hasta el campamento.
-¿Está loco?
-Se acercan- alarmó Bastian, al final del grupo-. Sus gruñidos vuelven a escucharse.
-Iñaki, tú coge a Julia- ordenó Andrés-. Venga, no tenemos tiempo Manuel, a caballito.
-Siento ser una carga- dijo al fin el tipo. Resignado, subió a la espalda de Andrés, que inclinó la espalda para mantener bien el equilibro. Los brazos de Manuel rodearon el cuello del grandullón-. No aprietes demasiado- comentó el tipo.
-Listo- informó Iñaki, que llevaba a Julia a caballito.
-Vamos- dijo Joao- Hace tiempo que no escucho el rumor del riachuelo, debemos estar cerca del campamento.
-¿Alguien ha visto a Ashley?- preguntó Carla preocupada.
-¿Y a Frings?
-Estoy aquí, hermanito- respondió. Sus espaldas subían y bajaban con rapidez. Desde mi posición podía escuchar sus jadeos.
-Creo que Ashley no está con nosotros desde que nos atacaron- respondió la muchacha holandesa, cuyo nombre no recordaba.
-No podemos hacer nada- dije, aquello sonó bastante borde-. No debemos volver…
Una estela roja se irguió hasta el cielo seguido de una explosión de luz.
-Wingman- dijo Manuel-. ¡El campamento!
-¡Corred!- gritó Bastian-. Esos cabrones ya nos pisan los talones.
La bengala reveló la posición de aquellos extraños seres. Formaban una media luna enorme y se acercaban a nosotros con pasos lentos y torpes. Seguían gruñendo como de costumbre. Algunos tropezaban y, sin aparentes reflejos, caían de morros al suelo sin decir palabra. Eran tipos raros.
Con aquella luz rojiza, reanudamos la marcha.