miércoles, 24 de noviembre de 2010

XL. Joao

Ahora es cuando, por bocazas, me tengo que tragar todas mis palabras. Buen provecho, tío.

-Cielo santo…-musité con los ojos salidos de las orbitas. Joao estaba caminado hacía nosotros, arrastrando los pies a lo largo del comedor con torpeza. Desprendía un olor nauseabundo, sus ojos rojizos casi brillaban como esmeraldas. Estaba allí, de pie y muerto, por los clavos de Cristo que lo estaba.
-¿Qué pasa, Luís?- me preguntó Iñaki-. Haces mala cara.
No articulé palabra, sólo moví el mentón en dirección a Joao, o lo que quedaba de él. Aquello bastó para que mis compañeros se pusieran en pie de un salto y soltaran cuatro gritos de angustia.
-¿Y ahora, qué, experto?- preguntó Manuel con retintín- ¿Quieres un cuchillo?
-Tengo uno justo al lado de la puerta- se pavoneó-. Pero no es tan fácil como parece-. El grandullón recogió una vela del suelo y se acercó a una silla-. Iluminad más a ese cabrón.
-Es Joao- interrumpió Julia-. Es nuestro compañero. No es uno de ellos.
-¿En serio? Habla con él, con suerte te reconocerá y quizás te invite a unas cañas…-bromeó el tipo. Agarró la silla por el extremo del respaldo-. El Joao que conocíamos ya no existe. Esa cosa que tenemos en frente sólo quiere comernos. Somos su presa, no sus compañeros.
El tipo resopló un par de veces.
-¿Estas seguro de ello? –pregunté inseguro.
-Sí, tranquilo. Me he pegado con tipos más grandes…
-Pero lo tienes que matar.
-Ya está muerto, colega. Sólo tengo que rematarlo.
-Dicho así suena fácil- comentó Carla sin entonación alguna.
Mientras nosotros hablábamos a Joao le dio tiempo a dar varios pasos.
-¿Alguna pregunta más?- Andrés se relamió los labios y miró al zombie con desprecio-. Lo siento, tío-. Cargó feroz como un león contra un ñú. Objeto en alto, el herido tan siquiera rectificó su posición y Andrés partió la silla en la cabeza del zombie. Un río de sangre corrió por el rostro del portugués antes de desplomarse entre restos de madera y astillas.
Me estremecí. Torcí el gesto a la vez que miraba a mis compañeros. Sus rostros no eran mejores que los míos. Volví la vista al grandullón.
-¿Y ya está?- pregunté.
Andrés cogió un trozo de madera y lo incrustó en el cerebro del tipo en medio de viscosos chasquidos reventando el ojo izquierdo. Una fuente rojiza brotó con presión manchando los pantalones de Andrés.
-Ahora sí- respondió. Acto seguido se encaminó hacía a mi-. ¿Ahora me crees, capullo?-. El tipo pasó de largo, chocando hombro con hombro. Reculé varios pasos por la fuerza del golpe a la vez que miré las espaldas de armario ropero de aquel tipejo.
-¿Qué hacemos ahora con el cadáver?- pregunté, casi con miedo a la respuesta.
-Si hay virus… - intervino Carla- lo mejor sería quemarlo, ¿no?
-¿Quemarlo?- Frings se acercó a Joao con manta en mano-. Lo enrollamos con esto y lo tiramos ventana abajo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

XXXIX. La explicación de un experto


Nunca me he sentido cómodo en una casa que no sea la mía, o la de mis padres.  Para empezar contamos con los olores: Algo sutil, a veces no tanto, que diferencia un hogar de otro. También sufrimos una sensación de acartonamiento y rigidez al andar que se acentúa cuando no sabemos a donde ir o si podemos sentarnos. Allí, quietos como estatuas de sal buscamos a un alma caritativa que nos diga con una sonrisa: tranquilo, siéntate donde quieras. Hay más varíales, como el maldito televisor con el volumen al máximo y tus tímpanos a punto de explotar. Por supuesto son sólo algunos ejemplos… Dios, quiero volver a casa, tirarme en boxers encima del sofá, abrir un refresco y ver un buen partido de futbol sin más. Tranquilidad y diversión. 

-He …ntrado ropa… mujer- gritó Carla desde el segundo piso. Con los continuos martillazos de Andrés apenas pude entender a la muchacha- avisad… chic…

Dejé tres botellas de agua de litro y medio en el suelo y recogí la última vela que quedaba en el armario. Olía a fresa. Tras encenderla me acerqué al grandullón, que estaba desmontando una estantería de madera.
-¿Ahora te da por hacer bricolaje?- bromee-. ¿De dónde has sacado toso eso?
Andrés se secó el sudor de la frente con el reverso de la mano. De ella pendía un martillo bocabajo.
-Encontré una bolsa de herramientas dentro de un cajón. Hay de todo: una docena de clavos, un martillo, un par de destornilladores- cogió dos clavos y se los puso en la boca.- Un juego de llaves inglesas y creo que unos alicates pequeños-. Agarró una plancha rectangular de madera, que antes soportaba el peso de gruesos libros, con la mano izquierda, en la derecha sujetaba el martillo. Se acercó a la primera ventana-. Aguanta allí, por favor- Me señaló el extremo de la madera-. Y no mires por la ventana.
Siempre que te dicen: No hagas tal cosa, lo hacemos. Es un impulso involuntario, imposible de evitar. Y como tal, yo hice caso omiso de lo que me dijo el grandullón y tras correr las cortinas observé tres o cuatro caras aplastas contra el cristal agrietado de la ventana. Dí un paso atrás de un salto. El corazón me dio un vuelco. Aquello no era…
-Aguanta, coño- interrumpió Andrés, golpeándome con la madera en el brazo-. Hay que tapiar las ventanas-. Cogió uno de los clavos que tenía en la boca y de un movimiento seco y potente, unió madera y pared. Segundos más tarde repitió el proceso en la otra punta-. Con tan pocos clavos no puedo hacer mucha cosa más. Ves a ponerte ropa seca mientras acabo de reforzar esto.
-¿No llamarás más su atención a los caníbales con esos ruidos?
-¿Más? Están tan cerca de nosotros que casi puedo mear por ellos, tío. Con entablillar las ventanas nos bastará para pasar lo que queda de noche. Que no será mucho… creo. Asentí con la cabeza, recogí mi vela del suelo y me encaminé hacia el segundo piso.
-Una última cosa, Luís.
-Dime- respondí, parado en mitad del comedor.
-Llena una bañera con agua- el grandullón cogió la segunda tabla y la clavó al marco de la ventana-. Luego os lo explico. Rápido.

La madera se estremecía ocasionalmente bajo incómodos y tensos pasos en busca del lavabo que había en la primera planta. Al final del pasillo vi una luz rojiza. Era la vela de Julia, la mujer estaba sentada al filo de la bañera, parecía estar preparándose una buena ducha de agua caliente.  
-Julia, creo que Carla ha encontrado ropa seca en el segundo piso, y hay que llenar la bañe… ¡¿Qué narices haces con el lisiado?!
Joao estaba dentro de la bañera con el agua hasta el cuello. Parecía un garbanzo en remojo.
-Estoy intentando que le baje la fiebre, el pobre está ardiendo.
Miré la cara pálida del portugués. Casi podía brillar en la oscuridad. También llegué a la conclusión de que esa bañera no me iba a servir.
-Tiene muy mala cara- observe-. Peor que hace unas horas ¿Crees que saldrá con vida?- taponé el desagüe de la pica y abrí el grifo sin mirar a mi compañera.
-La verdad es que… - la mujer miró la herida del tobillo con desconfianza-. Es la primera vez que veo a alguien ponerse así por una simple mordedura-. Julia miró extrañada la pica-. ¿Qué haces con el agua?-
-Andrés- dije encogiéndome de hombros-. El tipo esta decidido a hacer de esta casa un fuerte. Me ha dicho que tenía que llenar una bañera de agua- miré a Joao-. Ésta mejor la descartamos-. El agua cercana al cuello estaba sucia, de un color rojizo.
-¿Está sangrando?
-El grandullón, como tú lo llamas, le ha dado un golpe en la cabeza cuando lo ha tirado al suelo.
-De eso no me he enterado ni yo- respondí entre risas- ¿Cuándo?
-En la puerta, cuando la mano le cogió de la camiseta. Joao se cayó de espaldas-. Julia estornudó con efusividad.
-Salud- me hice a un lado con una sonrisa cómplice-. Ve arriba y ponte ropa seca, anda. Avisa a Van Dijke.
Julia asintió y desapareció al girar la esquina. Al final del pasadizo Bastian ayudaba a Andrés entablillar las últimas ventanas. Cerré el grifo y me encaminé al segundo piso.

Las zapatillas balbuceaban y escupían agua por los cuatro costados cada vez que subía un peldaño de las escaleras. Me agarré al pasamos, con la mano libre,  para evitar resbalarme y partirme los morros. Era una sensación incomoda, todo enganchado al cuerpo, frío y casi entumecido en su totalidad. Al llegar al descansillo del segundo piso me topé con tres habitaciones y otro cuarto de baño. Fui directo, pero había plato de ducha. Así que volví a taponar el desagua de la pica y dejé correr el agua hasta que rebosó. Cerré el grifo e investigué la segunda planta. Entré en la primera habitación y descubrí un estudio plagado de estanterías, un ordenador, dos sillas de oficina y un ventanal completamente negro. Abandoné la sala y entré en la siguiente habitación. Debí picar antes.
-Lo siento- dije, agachando la cabeza y retrocediendo. Me había puesto rojo como un tomate- Lo siento, no sabía que estabas aquí- repetí atropelladamente- Perdón.
Carla se llevó rápidamente las manos sobre los pechos desnudos al tiempo que giraba sobre si misma.
-¡Llama antes de entrar! – gritó indignada. La luz difusa de la vela desveló un tatuaje justo por encima de la cintura. Parecía uno de aquellos tribales que tanto se habían puesto de moda en los últimos años.   
-Lo siento, lo siento- repetí de nuevo. Cerré la puerta muerto de vergüenza y continué con mi búsqueda.

La sudadera no era de mi gusto, el cuello de pico no me hacía especial gracia, pero era una muda seca y era todo lo que necesitaba. Por lo menos no picaba. Encontré varios tejanos en una cómoda pero ninguno de mi talla. Así que tiré por lo fácil, un pantalón deportivo con goma en la cintura que sonaba a plástico y calzado seco: Unas zapatillas negras de suela plana. Bajé las escaleras con una gran sonrisa cuando me enteré de que el resto de compañeros ya estaban reunidos: Sentados sobre las mantas tiradas en el suelo rodeaban el grueso de velas que iluminaban tenuemente la estancia. Carla me dedicó una mirada tensa. Me sonrojé y agaché la cabeza, casi tanto como un avestruz. Que idiota.
-¿Estamos todos?- preguntó Iñaki.
Me senté entre Bastiana y Manuel.
-Sí. Ahora sí- respondió Julia.
-Perfecto- Andrés se aclaró la garganta. Buscó las palabras más adecuadas para comenzar el discurso y cuando las encontró, nos miró a todos a la cara. El juego de sombras que dibujaban las velas daba unas pinceladas de misticismo a la situación. En mitad del silencio, el grandullón chasqueó la lengua y se frotó las manos- Vampiros, hombres lobo, momias, esqueletos andantes, zombis…el mundo está plagado de mitos, historias y leyendas que alimentan el folclore de las culturas del mundo. Algunas basadas en historias reales como Vlad Tepes el Empalador y el mito del Conde Drácula. Otras son reales desde cierto punto de vista, como sería el caso de las momias egipcias, e incluso tenemos mitos enlazados con viejos rituales vudú en el continente africano que dan como resultado los ya famosos zombis, protagonistas de un sinfín de películas-.
El grandullón hizo una parada para dar un rápido sorbo a una de las botellas de agua. De fondo se podía escuchar el incesante repiqueteo de la lluvia contra el techo de la casa.
-¿Y qué tiene que ver eso con nosotros?- dijo Julia, escéptica-. Son sólo eso, mitos y leyendas. No hay chupasangres flotando por el mundo, ni hombres lobos aullando cuando hay luna llena y mucho menos unos tipos saliendo de tumbas en busca de cerebros.
-Es difícil explicar esto si no ponéis de vuestra parte, amigos- el grandullón intentó justificar sus inicios de la explicación. Se frotó el mentón y volvió la vista atrás, hacia el sofá con la mano inerte encima de un cojín-. Esos seres son lentos, no hablan, gruñen y se mueven con pasos rígidos, torpes. Deambulan en manadas en busca de comida… por Dios, Luís, tu los has visto antes, en la ventana. ¿Dime que tenían de humanos? Joder, si a uno de ellos le faltaba media mejilla, se le podían ver hasta las caries y eso que tenían la boca cerrada.
-Eso es cierto- admití, frotándome las manos con fuerza para generar un poco de calor.
-¿Qué pasa cuando morimos?-. Andrés nos miró a todos en completo silencio- Nuestro cuerpo se vuelve rígido, frío y se descompone. Justo como esos de allí fuera.
-¿Así que confirmas tus teorías?- traduje la pregunta de Bastian- ¿No son tribus, sino zombis?
-Joder, sí. Sé que es algo tan surrealista como estúpido, pero esos tipos no son normales. Ni tribus carnívoras ni ostias, esos cabrones son fiambres que buscan comida fresca.
-Andrés, yo no entiendo como lo ves así. Es decir, te guías por películas. Nunca antes ha pasado algo así- protesté desconcertado.
-Yo nunca he visto un millón de euros pero sé que existe- respondió.
-¿Qué quieres decir?
-Siempre hay una primera vez para todo.
Aquella supuesta respuesta me jodió, y mucho. ¿El grandullón nos estaba llevando al huerto? Me rasqué la barba de cuatro días y miré a Carla de soslayo. La chica comentaba la jugada con Andrés.
-Supongamos que sí, que existen zombies, que estamos rodeados por ellos. ¿Qué hacemos ahora?- preguntó cuando sus ojos se posaron en los míos desvié la vista a las velas buscando un cobijo inexistente.  
-Sobrevivir.
-¿Ya está? Somos la cena, el buffet libre de esos cabrones y ¿todo lo que dice el experto es sobrevivir?
-No me has dejado acabar- se exculpó Andrés, mirando hacía la ventana-. Esas cosas son lentas y no muy cuerdas. Caminan hacía su presa en manada pero sin pensar, dudo de que tengan esa facultad. Por eso su fuerza reside en la cantidad.
-Y que son inmortales- apuntilló Manuel.
-Digamos que son inmortales sino atacamos su cerebro. Es la parte fundamental de su no-vida. Acaba con el cerebro, y acabarás con el zombie.
-¿Y qué pasa con el chico portugués, el herido?- preguntó Van Dijke.
-Es de sobra conocidos que, todos aquellos que son mordidos por un zombi, tarde o temprano se convertirá en uno de ellos. Basta con una herida, con un pequeño corte por donde entrar la infección y estás listo. Es cuestión de horas, quizá días.
-¿Entonces, Joao no está enfermo?
-A decir verdad, debería estar muerto y luego volver a la vida. Por así decirlo.
-No me jodas, Andrés. Dí algo con sentido- protesté. Me estaba poniendo nervioso. Extendí las manos hacia las velas y durante unos segundos sentí un pequeño halo calido que me relajó durante unos segundos.
-Les asusta el fuego, nos huelen, el ruido les atrae al igual que la luz y como ya he dicho, son lentos. Se cree que por la noche son más fuertes y rápidos, pero eso ya es mucho decir- el tipo se aclaró la garganta-. He asegurado las ventanas con tablas de madera. No sé cuanto tiempo aguantarán, pero hasta el momento haremos de esta casa nuestro bunker. Tenemos que subir al segundo piso y plantar un cuartel con lo básico: mucha comida, a poder ser enlatada, agua, armas, botiquín, libros para estar ociosos… en otras palabras, lo indispensable para sobrevivir. Y por la noche haremos guardias en las escaleras del segundo piso.
-Creo que ya he escuchado muchas cosas por hoy- interrumpí. Me levanté del círculo de frikis con desdén cuando, al dirigir la vista al sofá, se me heló el corazón. Allí, de pie, Joao caminaba arrastrando el tobillo putrefacto y con la cabeza ladeada a la izquierda a la vez que emitía aquellos extraños quejidos.

domingo, 14 de noviembre de 2010

XXXVIII. Estamos secos

Somos animales. Descendemos del mono y a veces, por equivocación o supuesto estudio profesional, se dice que somos inteligentes. Yo, personalmente, cada día lo pongo más en duda. En serio, hay cada ejemplar suelto por las calles que piensas que bien podían ser el eslabón perdido. Por no hablar de los políticos, a estos hay que darles de comer aparte. Pertenecen a una clase especial, un subgénero llamado Homo Politukus, fáciles de distinguir por sus enormes cráneos pero de pequeños cerebros y con una gran capacidad de decir mentiras una tras otra, pero prefiero no andarme por los cierros de Úbeda. Como iba diciendo: somos animales y como tal, nos regimos por instintos a pesar de que muchos lo nieguen. Y en situaciones extremas, el ser humano sólo responde a un puñado de impulsos en el cual uno está por encima de todos: Supervivencia.

Al muy cretino no le dio tiempo a decir esta boca es mía cuando Andrés descargó una violenta patada sobre el brazo. Zas. El hueso del tipo que estaba al otro lado de la puerta chasqueó seguido por una erupción de sangre. El cubito, con carne putrefacta adherida, se había abierto paso hasta la luz del móvil de Van Dijke. Un riachuelo de sangre estaba poniendo a perder la alfombra color caqui que había en el suelo.
-¡Suéltame hijo de la gran puta!- berreó Andrés, zarandeando la camiseta, en un inútil esfuerzo por zafarse del enemigo-. ¡Te arrancaré el brazo aunque sea lo último que haga!
Yo estaba inmóvil, mis músculos no se movían y seguía sin poder apartar la mirada del brazo mutilado. Aquél cabronazo ni tan siquiera se quejó cuando se lo destrozaron. Era como si no sintiera nada. Por el amor de dios, un hueso le sobresalía del brazo casi a la altura del codo, eso duele aunque estés colocado hasta las trancas, no me jodas. Escuché unos pasos apresurados tras de mí. Un golpe seco y Bastian blasfemando en alemán, por momentos me recordó a los meeting de Hitler. Luego oí un abrir y cerrar de cajones para de nuevo escuchar unos pasos y ver refulgir bajo la haz de luz un enorme filo afilado.
-Apunta bien, cabronazo- repetía una y otra vez Andrés-. Por Dios, enfocarle bien.
El cuchillo de carnicero dejó una fulgurante estela tras de si antes de producir un sonido siseado y limpio salpicando de sangre la puerta de la casa. Andrés cayó al suelo con el brazo inerte colgando de la camiseta ante la mirada de asco de los presentes. Rápidamente me tapé la nariz con la mano en un triste intento por no oler aquél hedor y vomitar lo poco que podíamos comer durante estos días.
-Joder, tío- dijo Andrés con un gran alivio- Muchas gracias. Casi me meo encima, te lo juro.
Bastian clavó el cuchillo en la pared y ayudó a Andrés a levantarse del suelo.
-Gracias- repitió el grandullón. El germano asintió limpiándose la cara con el reverso de la mano.
Los cristales de la puerta volvieron a crujir tras el ímpetu de aquellas cosas.
-Tenemos que apuntalar esa puerta- dijo Carla sin mucha convicción.
-Y tapiar las ventanas- dijo Andrés, cogiendo algo de aire. Segundos más tarde se quitó la camiseta ante los vítores de las damas presentes. El tipo negó con la cabeza repetidas veces con una media sonrisa-. Hay que buscar un armario grande y tapar la puerta.
-¿Te sirve un sofá?- preguntó Manuel.
-Si es grande, cualquier cosa sirve.

La casa estaba amueblada con lo mínimo. Una mesa con cuatro sillas en el comedor, varias estanterías plagadas de libros de investigación y unos tantos de novelas históricas al lado de una tele colgada en la pared. Tres ventanas alrededor añadirían una gran cantidad de luz en los días soleados. La cocina era pequeña, con sólo dos fogones, una mesa de mármol incrustada en la pared apoyada por un único soporte, una nevera, un microondas y tres o cuatro armarios. En una diminuta sala contigua estaba el fregadero repleto de platos y una lavadora a medio preparar. La última estancia de la primera planta era un lavabo completo.
Van Dijke, que iba a la cabeza del grupo con su luz, se detuvo en las escaleras de madera que conectaban con la segunda planta.
-¿Subimos?
-Traer el puto sofá de una vez- gritó Andrés, desde la otra punta de la casa.
Raudos y veloces volvimos al comedor y empujamos el sofá con intenso chirridos.
-¡No hacer tanto ruido, idiotas!
-Pues cállate de una vez- replicó Manuel.
Giramos el sofá para poder meterlo en el recibidor.
-¿Suficiente grande?
-Eso espero- Andrés se apartó de la puerta y empotró el sofá contra está-. Esto los tendrá entretenidos un rato- Y tiró encima la camiseta con el brazo seccionado.
-¿Y ahora?- pregunté. Todo aquello me resultaba tan familiar, tan cinematográfico que la respuesta del grandullón me asustaba.
-Joao.
-¿Joao? Está enfermo- reproché con desden.
-No, le han mordido y pronto será como ellos. Si es que ya no lo es.
-¿Cómo ellos? Por Dios, quítate esa jodida idea de la cabeza. Los Zombies no existen. Estás enfermo.
Andrés se masajeó las sienes con una sola mano al tiempo que resoplaba exhausto.
-Míranos por un momento- Andrés alzó el tono de voz- Estamos tiritando, muchos de nosotros estamos con un catarro de narices y allí afuera, por sino lo sabes, nos quieren matar. Por el amor de Dios, le hemos amputado el brazo a ese mal nacido y sólo ha soltado un miserable quejido asqueroso. Mira como andan, como corren, como huelen. Están podridos. Son cuerpos rígidos con instintos primarios.
-¿Y dices que Joao es uno de ellos?- preguntó Julia abrazada por Manuel, intentando mantener un poco de calor entre ellos.
-Cojamos unas mantas, busquemos ropa seca y os cuento- Andrés dio un último vistazo a la puerta antes de desaparecer en la oscuridad del pasillo.

sábado, 13 de noviembre de 2010

XXXVII. La Casa

Héroe. ¿Cómo una palabra tan pequeña, de agradable sonido, pero pequeña, casi irrisoria, tiene un significado tan grande? ¿Es grande Per se o nosotros le hemos dado esa magnificación? ¿Qué consideramos por héroe? ¿Existen? ¿Llevan una etiqueta grapada en la espalda? ¿Y los villanos? Todos son etiquetas, y como tales, son subjetivas. Para mi, por ejemplo, mis padres son héroes. No han batallado en una guerra mundial, tampoco han salvado vidas ajenas o han rescatado a presos pero, han conseguido sacar a una familia adelante. Se han partido la espalda por llevar un plato a la mesa, por nuestros estudios y por intentar llevar una vida digna. Han hecho frente a los problemas que les ha planteado esta vida, los han sorteado como han podido y, con la cabeza bien alta, sobrevivíamos día tras día. Me gustaría que mis hijos me recordaran así, pero por desgracia, en estos momentos, esa etiqueta me viene demasiado grande.

-Lo tengo- gruñí sujetando los brazos helados de Joao. Estaba de puntillas, hundiéndome en el fango viscoso al tiempo que me dejaba caer sobre la alambrada, más estirado y tenso que un tanga en el trasero de una quinceañera para agarrar a aquél tipo inerte, con el torso contorsionado por encima de los alambras de espino aporreados y destensados por Volkov.
-El cabrón pesa como un muerto- Andrés, al otro lado de la verja, ayudaba a Bastian a pasar al herido por encima del cerco. La espalda del grandullón estaba apoyada en la alambrada y las piernas, que formaban un ángulo recto perfecto, como si estuviera sentado en una silla invisible, aguantaba el peso del alemán y del herido.
-Sí, ya tiene pinta de estarlo-bromeé. La intensa cortina de agua me obligaba a entrecerrar los ojos cuando resbalé y me caí en el barro-. ¡Joder!
-Lo de muerto lo decía por Bastian, y eso que los alemanes sólo comen salchichas-. Ironizó Andrés, jadeante-. ¿Ha pasado algo?
-Nada, nada- se apresuró a contestar Iñaki, dándome la mano. De una fuerte estirada me puse en pie-. Acabemos con esto de una vez, quiero ir a secarme y a comer como Dios manda.
Me sacudí los pantalones empapados con hastío, intenté quitar el barro de mi cara pero sólo conseguí espaciarlo más. No era mi día. Creo que no era el de nadie.
-Aguantad un poco más, ya queda poco- informó Bastian, que sujetaba a Joao por el cinturón-. ¿Lo tenéis bien cogido?- preguntó. Aquellos ojos azules cristalinos aparecieron por encima del pantalón tejano del herido.
-Suéltalo- dijimos.
El peso del hombre nos cogió por sorpresa, nos fallaron las muñecas y, cuando el cuerpo de Joao cruzó la alambrada, sus piernas vinieron hacia nosotros formando una grotesca U invertida. Noté como mis brazos iban hacía atrás sin poder poner resistencia justo cuando me dí cuenta de que era demasiado tarde para soltarlo y caí de espaldas junto a Iñaki. Joao cayó de morros.
-¡No hagáis tanto ruido!- Manuel nos abroncó con intensos susurros.
-Estamos… -tosí dos o tres veces a causa del golpe-. Estamos bien, gracias.
Manuel volteó a Joao por acto reflejo. Se sorprendió a notar tan caliente la cara del herido.
Me arrastré por el barro como una serpiente para dejar paso a Bastian, que descendió de la alambrada y se unió al grupo. Andrés hizo lo propio más tarde, demostrando que a pesar de su musculatura, aun era ágil y con cierta libertad de movimientos.
Estornudé repetidas veces, limpié la mucosidad que goteaba de la nariz con la mano en el preciso instante que la tierra retumbó bajo otro trueno amenazante. Instantes más tarde la noche se volvió día por segundos.
-Oh, no…- dijo alguien con voz queda. Rota-. Otra vez no-. Aquello no sonó espacialmente bien.
-¿Qué pasa?- preguntó Iñaki preocupado, levantándose del suelo.
-Hay cientos de ellos- Julia dio varios pasos atrás con los ojos abiertos como platos hasta que se topó con la alambrada. Se estremeció al sentirla fría tras su espalda-. Esto es una maldita pesadilla.
Desde el suelo giré el cuello en busca de un significado a sus reacciones. El haz de luz de Van Dijke era lo suficiente poderosa como para ver a una docena de aquellos caníbales acercándose a nosotros con pasos lentos y rígidos. Me puse en pie de un brinco. Tenía la garganta seca y no podía discernir entre el sudor frío o la helada lluvia.
-Les ha alarmado el ruido- informó Andrés, en voz baja. De nuevo se hacía el listo-. Hay que entrar en una casa-. Dicho esto, cogió a Joao- ¡Vamos, a prisa!
Viramos a la izquierda, sorteando a un pequeño numero de esos tipos extraños y dejamos atrás a un largo rebaño que, al ver nuestra reacción, gruñeron, alzaron los brazos inútilmente y partieron en nuestra búsqueda.
-¿A dónde vamos?- preguntó Van Dijke, moviendo la linterna de lado a lado.
-Entra… entramos en la primera… que veamos- respondió Volkov
-¿Esa?- Van Dijke alumbró una casa de dos pisos hecha de madera. Tenía un pórtico con tres escaleras ante la entrada.
-¡Cualquiera!- grité, cansado de la estúpida conversación.
Volkov y Van Dijke subieron las escaleras de piedra apresuradamente y se toparon de morros con la puerta.
-¡Maldita sea, esta cerrada!- maldijo Volkov, llevándose las manos a la cara.
Van Dijke ojeó rápidamente la puerta. Tenía tres ventanas centrales, rompió una de ellas con el codo.
-Aprisa, ya les escucho- dijo Iñaki, empujando a la gente escaleras arriba.
La muchacha holandesa introdujo el brazo en la pequeña ventana y palpó repetidas veces la puerta hasta dar con el pomo. Abrió la puerta.
-¡Están aquí!- Iñaki señaló las siluetas oscuras que habían a escasos metros cuando, de nuevo, otro rayo iluminó la zona. Y era cierto, estaban aquí, más cerca de lo imaginado.
-¡Puerta abierta, entrad!
Fue entonces cuando, presos del pánico, se formó un pequeño embudo que apenas duró unos segundos alrededor de la entrada.
-¡Vamos, vamos!- espoleé nervioso, sin apartar los ojos de aquellos bichos. Uno de ellos ya subía por las escaleras. Sin pensármelo dos voces, le solté una patada en la cara. El tipo cayó hacía atrás acompañado de un viscoso y repugnante chasquido.
-Diablos, entra de una jodida vez Luís-. Andrés me cogió del hombro y me metió en la casa de un fuerte tirón. Acabando por los suelos a la vez que cerraron la puerta.
-¿Estáis bien?- preguntó Andrés entre sofocos-. ¿Hay algún herido?- Entonces, una mano esquelética entró por el agujero de la ventanilla y agarró a Andrés de la camiseta.

martes, 9 de noviembre de 2010

XXXVI. La alambrada

Como dijeron una vez en una galaxia muy, muy lejana: “Tus ojos pueden engañarte, no confíes en ellos”. En eso mismo estoy pensando ahora mismo, aunque opino que en mi estado mental y físico, todos mis sentidos me engañan. Estoy jodido. Corrección: Estamos jodidos.

-Una ciudad en mitad de la nada… ¿Qué pasa aquí?- dijo Iñaki, con los ojos entrecerrados a causa de la lluvia. Quitó las gotas que corrían por su frente y fue a la alambrada con prudencia- Una jodida ciudad…
-Es una broma ¿no?- Incrédulo, me acerqué al cerco. Mis ojos enviaban una imagen al cerebro que yo negaba a toda costa. Por momentos una sensación de desesperación se mezclaba con cierto alivio dando como resultado una explosión de inseguridad y aturdimiento.- Me estoy volviendo loco-. Forcé la vista y discerní la silueta de pequeñas casa de la oscuridad de la noche
-No sé que hace aquí eso, pero está abandonado. No hay ni luz- Carla inspeccionó la alambrada-. ¿No hay puertas? Yo quiero meterme dentro de alguna choza y pasar la noche.
-Ya tardamos en ocupar una bien grande- intervino Andrés-. Estaremos secos durante unas horas. Y dormiremos, pero esta vez de verdad. Quien sabe si encontramos un supermercado.
-Y de paso buscamos una farmacia. Joao está fatal. Delira-. Comento Julia. A su lado, Manuel se mocaba con fuerza.
-Recemos para que no haya nadie- dijo.
De nuevo, escuchamos aquellos quejidos y los pies arrastrándose torpemente por entre las piedras. Miré atrás instintivamente, nervioso. Aquellos tipos estaban por toda la isla. Me acerqué a Van Dijke y al resto de compañeros para traducirles la charla que habíamos tenido segundos antes.
-Mejor allí dentro que aquí. Y rápido.
-¿Qué hay de la alambrada?-me preguntó Frings-. ¿Estará electrificada?
-¿Lo dictes por el cartel?- intervino Volkov-. No hay luz así que dudo que nos quedemos pegados. Y si está electrificada, permanente gratis para todos. Invita la casa.
-No es momento para... -no había acabado de hablar cuando Volkov ya toqueteaba la alambrada. No pasó nada. El tipo giró sobre si mismo y sonrió de oreja a oreja.
-Tranquilos, esta desactivada.
-Digo yo que habrá una entrada, ¿no?- repitió Carla, golpeándome en la espalda.
-Déjate de buscar la entrada…- sugerí-. Y saltemos la alambrada.
Volkov, que parecía perro viejo en esto de saltar sistemas de seguridad, cogió varias piedras planas del suelo embarrado hasta encontrar una que fue de su agrado y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Acto seguido se sacó la camiseta y la puso en la boca. Trepó con rapidez y al llegar a los alambres de espino, hábil como un mono, cogió la piedra del pantalón y, con un movimiento centrifugo, enrolló la camiseta en la mano. Empezó a golpear la alambrada con fuerza.
-Este tipo está loco- opinó Andrés con una risita.
-Sí, ya sabes que los de Europa del Este no están para tonterías.
-De todas formas, y no lo digo para tocar la moral, pero a este plan le veo lagunas.
-¿Lagunas?
-Sí. ¿Cómo subimos al tipo que tengo en la espalda? Sólo por curiosidad.
-Mierda.
-Eso digo yo, mierda. Y esos cabrones están cruzando el túnel. Suelte que son lentos.
-Joder, me había olvidado de ellos-. Miré a Volkov. Seguía aplastando la alambrada con ímpetu-. ¿Podías subirlo a pulso?
-No lo sé-. El musculitos se frotó el mentón mientras miraba pensativo la alambrada-. No es muy alta…
-Nosotros te ayudaremos a subirlo y a bajarlo.
-Es una locura…
-Pero no podemos hacer otra cosa y lo sabes.
-Sí, eso es lo jodido, que lo sé y no tengo cojones a dejarlo aquí tirado.