domingo, 26 de diciembre de 2010

¡FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO AÑO NUEVO!

¡Que rápido pasa el tiempo!En un abrir y cerrar de ojos se cambia de año como quien se cambia de ropa interior. Espero que Papa Noel, Reyes y sus derivantes traigan montones de regalos, risas y una buena cena en familia. ¡Y cuidado con el alcohol que ya nos conocemos!

¡En fin, seguid disfrutando de las fiestas y nos leemos el año que viene!

¡Felices fiestas!

lunes, 13 de diciembre de 2010

XLII. Mudanzas

Corremos. Como hemos hecho desde que llegamos a la maldita isla, corremos. Yo, tipo valiente donde los haya (nótese la ironía), sólo corría cuando iba al dentista. Allí salía por patas al mínimo descuido del doctor. Tranquilo, es sólo aire. Piernas para que os quiero. Ahora notarás una presión. Ten cuidado no notes tú una entre las piernas. Esto no me gusta, te sangran las encías. Te voy clavar yo un punzón en la lengua a ver cuánto sangras. Y así un sinfín de situaciones con aquél maldito aspirador colgado en la boca. Por no hablar del ruido siseante que escuchas desde la sala de espera al cual respondes con una mirada de cordero degollado ante la sonrisa afable de la secretaria. Muchos diréis que no es para tanto… pero para mi eran los peores momentos de pánico. O eso creía.

-¿Listos?-preguntó Bastian, al filo de la ventana. De su hombro izquierdo colgaba una mochila azul llena hasta los topes.
-Nos falta la comida- se quejó Volkov-. Si me dais unos segundos voy a la cocina.
-Esos bichos están a punto de entrar en la casa, no hay tiempo. Además, Andrés ha quemado las escaleras- informé. Me mordí la lengua para no soltar una carcajada al ver la reacción del ruso.
-Estamos en un poblado- intervino Van Dijke-. Habrá comida en cualquier sitio-. La moza nos miró en silencio durante unos segundos y posó los ojos en Bastian-. Vámonos.

Mis cálculos no fueron del todo correctos y al salir por la ventana, previo golpe en la cabeza, nos topamos con los primeros rayos de luz del día. Aquello me produjo unas leves cosquillas en el estomago. Una corta pero emocionante sensación de alivio. Luz. El mundo cogía un color distinto, más alegre, más real.
-Ya te echábamos de menos, capullo- murmuré. Coloqué las manos sobre los ojos a modo de visera y contemplé el pequeño poblado. Seis o siete casas prefabricadas nos separaban de lo que parecía ser un supermercado y un almacén de suministros. Había una diminuta gasolinera con dos surtidores y al lado un pequeño edificio hecho de hormigón. El sol me deslumbraba demasiado para apreciarlo con certeza. Lo que estaba claro era que tras aquellas casas y edificios había un edificio que sobresalía del resto. Era una torre enorme, más que toda la manzana de casas juntas, de forma octagonal y de un color gris oscuro. La luz del sol se reflejaba en las ventanas con intensos destellos. Aparté la mirada antes de quedarme ciego.
-¿Qué es eso?
-No lo sé- respondió Carla- Pero parece una base militar.
-Yo me preocuparía más por los muertos- Iñaki, al filo del tejado, contemplaba con asombro la muchedumbre de cuerpos rígidos y fríos-. Salen hasta debajo de las piedras… Bueno, por lo menos Joao sigue enroscado en la toalla, tal y como lo tiramos.
-Una buena noticia- respondí encogiéndome de hombros.
La otra buena noticia era que los tejados de las casas prefabricadas no eran muy altos y apenas había separación entre ellos así que no iba a resultar difícil avanzar de azotea en azotea.
Bastian lanzó la mochila al tejado de enfrente y con un salto pasó a la siguiente casa.
-Venga, que es fácil- nos animó.
Frings, el hermano pequeño de Bastian, cogió carrerilla y saltó sin problema alguno.
Volkov y Carla fueron tras ellos.
-Yo no puedo saltar eso- dijo Julia-. No puedo.
-No hay tanta distancia. No llegará ni a los dos metros. Como mucho al metro y medio- argumentó Iñaki.
Yo veía más distancia, pero preferí no decir nada.
-No, nosotros buscaremos otro camino.
-Pero es que no lo hay, Julia. Es esto o ellos- el quejido de los zombies y el rascar de la ventana eran más que audibles-. Es sólo un salto.
-Para nosotros ya no es sólo un salto, joven.
-Cariño- Manuel se acercó a su mujer-. No somos unos vejestorios. Aun podemos darle caña al cuerpo.
En ese instante una mano esquelita rompió el cristal de la ventana. Y luego otra, y otra. Los palos de escoba y fregona cedieron y rodaron tejado abajo. La puerta se abrió a trompicones y emergieron el torso de cuatro o cinco zombies dejando ver un festival de gore puro y duro. Costillas por aquí, columnas vertebrales por allá. Intestinos colgando por un profundo corte, brazos amputados, cráneos partidos…
Andrés pisó la cabeza del primero antes de que se pusiera en pie. Un chasquido, una explosión de sangre y el cuello, roto literalmente, rodó hasta caerse de la azotea.
-Oh, Dios- me llevé las manos a la boca a la vez que me entraron unas profundas arcadas.
-¡Saltad de una vez, vamos!- Iñaki pasó a la casa del al lado-. ¡Venga!
-El bate…- reclamó el grandullón-Vamos a batear cráneos-. La risita del tipo fue más que macabra.
Van Dijke también pasó al otro tejado. Ahora sólo quedábamos Manuel, Julia, Andrés y yo.
-Seré el último en saltar- dijo Andrés entre jadeos. Otro crujido, un chorro de sangre y un zombie menos del que preocuparse-. Esto es antiestrés total. Os cubro.
Miré al tipo con los ojos como platos. No me podía creer lo que estaba escuchando.
Bastian se acercó al filo del otro tejado y nos invitó a saltar con la palma de la mano.
-Él nos ayudará- dije al matrimonio.
-Dejad los momentos tiernos para otro día… Dios, eso le ha dolido fijo…  Estos bichos se multiplican por momentos… ¡Ala! otra medula espinal partida por la mitad.
-No nos podemos quedar aquí, Julia. Saltemos. Es lo mejor.
La mujer asintió dubitativa.
-¿Quieres que salte primero?
Pero Julia no respondió. La mujer dio un par de pasos hacia atrás y tras un pequeño impulso saltó al otro tejado. Bastian atrapó a Julia en el aire y cayeron de espaldas en la azotea. Por momentos creí que aquello fue un placaje en toda regla.
-¡Julia!- gritó Manuel asustado-. ¡Julia!
Volkov y Carla ayudaron a Julia a ponerse en pie. La mujer se levantó dolorida, tocándose el codo izquierdo, pero en la cara se veía una expresión de alivio mezclada con una mueca de dolor.
Bastian se incorporó y volvió al filo del tejado. Señaló a Manuel.
El hombro cogió carrerilla y se abalanzó sobre los brazos del germano, que de nuevo, acabó en el suelo amortiguando las caídas de los compañeros.
-Andrés, déjalo ya y saltemos.
-Acabo con ella y salto-.  La clavícula de la mujer se partió en pedazos bajo la madera del bate-. Listo-. El grandullón corrió por el tejado y saltó a la casa de al lado sin problemas.
Retrocedí varios pasos, miré atrás para asegurarme que ningún bicho de esos me molestara y comencé a correr. El pie de apoyo me resbaló al filo de la azotea y salté como pude ante la desesperación de mis compañeros. Me incrusté el filo de la otra azotea en el esternón y empotré mis piernas contra la pared. Grité como un descosido. Bastian y Frings me cogieron de las manos justo antes de caer al suelo cuando una muchedumbre de manos comenzó a tirarme de los pies. Miré abajo con pánico. Una jauría de zombies me querían como plato estrella del desayuno. O como dirían otros: Me querían madrugar.

domingo, 5 de diciembre de 2010

XLI. La guardia

Una vez dentro de la cama siempre experimentas dos sensaciones que, por norma general, se suelen dar en un mismo orden. La primera de todas es aquél suave escalofrío al taparte con las sabanas, seguido por una enorme sonrisa antes de cerrar los ojos y dar por cerrado el día. Algunas personas, o la mayoría, suelen usar la cama como lugar de meditación por excelencia. Yo, sin ir más lejos, me gustaba reflexionar sobre cualquier cosa, serias o delirantes. Cuando era pequeño pensaba en ser futbolista, actor o el típico astronauta…siempre tenias un amigo torcido que soñaba con ser actor porno a lo que otro amigo lo decía que sería mamporrero, como su tío Manolo. Cosas de niños. Con el tiempo dejé de pensar en videoconsolas que sólo veía en los catálogos para arrepentirme de no haber estudiado en toda la semana para el examen de historia y que mañana, a las ocho de la mañana, las campanas de la iglesia cercana redoblarían pidiendo mi cuello.
Años más tarde ya venían las reflexiones de casas perfectas y novias impresionantes… de estas tenía muchas ideas. Cosas de la adolescencia. Dígase madurez, quizás crecer, los sueños y reflexiones se volvieron realistas. Un coche nuevo, la hipoteca de un piso de cuarenta metros cuadrados, que la empresa se quemara, fugas a playas paradisíacas…
Y eso me lleva hasta aquí.

Aquellos hijos de puta seguían rascando y golpeando las ventanas. Escuchaba los crujidos de los cristales una y otra vez. Chirridos de uñas mugrientas y un repertorio de gemidos y quejidos que ni el más famoso cantante de opera en sus años mozos era capaz de hacer. Y yo, mientras tanto, sentado en el primer peldaño de la escalera del segundo piso, con un bate de béisbol debajo del sobaco, una botella del alcohol más asqueroso para no dormirme y una docena de velas a mi alrededor que daban cierto tinte de ritual satánico a la situación.
Un intenso bostezo me arrancó unas pocas lágrimas que sequé con rapidez. Dejé el bate de béisbol en el suelo y estiré las piernas por el descansillo. De fondo, los incesantes ronquidos que venían de la habitación de los muchachos. Sí, con treinta años y los chicos dormían en una habitación y las chicas en otras… Decidí robarme la silla de escritorio de una habitación libre y volví a la escalera.
Me tocaba el turno de guardia de la primera noche en la casa. Y solo. Calculé que en dos horas, quizás tres, el sol ya estaría sobre nuestras cabezas. Había parado de llover o por lo menos ya no escuchaba el repiquetear de la lluvia en el tejado. Con la mano izquierda cogí una vela y con la derecha agarré el bate dispuesto a hacer una última inspección a la primera planta. Bajé con precaución, acompañado por el crujir de la madera y con aquella sensación de intranquilidad soplándote la nuca.
El sofá seguía en su sitio, taponando la entrada que también había sido entablillada. Pero algo tan insignificante como un destello me llamó la atención. Con cautela iluminé lo que había bajo una ventana y descubrí restos de cristales hechos añicos. Tragué saliva y, con pulso tembloroso, iluminé la ventana. Di un salto hacia atrás al ver una docena de dedos y manos filtrándose por entre las tablas de madera. Acerqué la llama a uno de los dedos por curiosidad. El quejido de la vestía fue más que digno. Entre risas retrocedí y acabé la ronda. Nada reseñable. Al subir al segundo piso, Andrés estaba sentado en la silla.
-¿Te has divertido?-me preguntó en un tono más amenazador que interrogatorio.
-Sólo experimentaba.
-¿Ha dado resultado?
-Una vez, un sabio dijo: “Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás…
-pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.- interrumpió el grandullón-. El arte de la guerra de Sun Tzu.
-Vaya, para ser un musculitos tienes cerebro- le solté. Como dirían en mi pueblo: ¡Zas, en toda la boca!
-He partido piernas por menos que eso.
-¿Y eso te hace más valiente?- miré al tipo con desprecio y aguanté su mirada, tiznada de rojo por la llama de las velas-. Mira, Andrés, en estos momentos los cimientos del mundo que yo entendía y conocía han desaparecido. Así que tú, precisamente, eres quien menos me preocupa. Yo sólo quiero salir de aquí.
-Eso es lo que queremos todos nosotros, pero el problema es que eres tan idiota que al quemar a uno de esos monstruos, su aullido habrá alarmado a más zombis- el tipo se sentó en la escalera.
-Como se suele decir: Éramos pocos y parió la abuela.
-Sí, algo así
El aumento de quejidos y gruñidos no se hizo esperar.
-Allí están.
Me relamí los labios pensando una y otra vez en aquella gran y elocuente jugada de quemar al puto zombie sólo por diversión. Negué con la cabeza y, bate de béisbol en mano, me puse en pie.
De pronto, el ruido de una tablilla al chocar contra el suelo nos alarmó.
-Están entrando- Andrés agarró la botella de alcohol y bajó las escaleras. Tras destaparla, vertió el contenido zigzagueando por los peldaños.
-¿Qué narices estás haciendo?
-Levanta al grupo- respondió- nos vamos de aquí cagando leches-. Dejó caer una vela en las escaleras y una llama azulada brotó de los primeros peldaños-. Con un poco de suerte no subirán. ¡Vámonos de aquí, rápido!