lunes, 6 de septiembre de 2010

XXIX. Luz Roja

No recuerdo haber corrido tanto desde que hacía educación física en el colegio. Y eso que mis padres me decían que no podía hacer ejercicio, que mis bronquios no estaban para muchas fiestas. Así pues, aquella cantinela la apliqué cuando acabé la vida estudiantil y dejé de hacer cualquier tipo de ejercicio. No fue una buena idea.
-No podemos seguir a este ritmo- se quejó Manuel. Sus jadeos cortaban las palabras-. Yo y mi mujer ya no estamos para estos trotes.
-Vamos, sólo un poco más- les animé.
La pareja dejó de correr.
-Somos… somos una carga para el grupo, seguid sin nosotros- Manuel respiraba a marchas forzadas. Pensé que en cualquier momento escupiría los pulmones-. Os alcanzaremos al llegar al campamento.
-Tonterías- respondió Andrés. El grandullón fue en busca de Manuel-. Suba a mi espalda. Yo le llevo hasta el campamento.
-¿Está loco?
-Se acercan- alarmó Bastian, al final del grupo-. Sus gruñidos vuelven a escucharse.
-Iñaki, tú coge a Julia- ordenó Andrés-. Venga, no tenemos tiempo Manuel, a caballito.
-Siento ser una carga- dijo al fin el tipo. Resignado, subió a la espalda de Andrés, que inclinó la espalda para mantener bien el equilibro. Los brazos de Manuel rodearon el cuello del grandullón-. No aprietes demasiado- comentó el tipo.
-Listo- informó Iñaki, que llevaba a Julia a caballito.
-Vamos- dijo Joao- Hace tiempo que no escucho el rumor del riachuelo, debemos estar cerca del campamento.
-¿Alguien ha visto a Ashley?- preguntó Carla preocupada.
-¿Y a Frings?
-Estoy aquí, hermanito- respondió. Sus espaldas subían y bajaban con rapidez. Desde mi posición podía escuchar sus jadeos.
-Creo que Ashley no está con nosotros desde que nos atacaron- respondió la muchacha holandesa, cuyo nombre no recordaba.
-No podemos hacer nada- dije, aquello sonó bastante borde-. No debemos volver…
Una estela roja se irguió hasta el cielo seguido de una explosión de luz.
-Wingman- dijo Manuel-. ¡El campamento!
-¡Corred!- gritó Bastian-. Esos cabrones ya nos pisan los talones.
La bengala reveló la posición de aquellos extraños seres. Formaban una media luna enorme y se acercaban a nosotros con pasos lentos y torpes. Seguían gruñendo como de costumbre. Algunos tropezaban y, sin aparentes reflejos, caían de morros al suelo sin decir palabra. Eran tipos raros.
Con aquella luz rojiza, reanudamos la marcha.