miércoles, 27 de octubre de 2010

XXXIV. Oscuridad

Cuando éramos pequeños nos contaban historias para ir pronto a la cama: que si el hombre del saco, el coco, el monstruo del armario o el tipo raro que se escondía debajo de la cama. Todos ellos tenían una cosa en común: eran mentira. Pero partiendo de esta pequeña base de monstruos nocturnos encontramos el foco de todos los problemas: La oscuridad. Simple y llanamente, la ausencia total de luz. Seamos sinceros, ¿quién no ha tenido miedo en la cama, bien tapadito, mirando en la absoluta oscuridad y aun así imaginar sombras y siluetas? Y ni hablar de sonidos extraños. Nuestra mente es perversa, y tememos a lo desconocido. La oscuridad no es ficticia, está ante nosotros cada día, y aunque la miremos de frente, no sabemos por donde nos puede atacar.

Estornudé hasta cuatro veces seguidas, creí que la última vez me saltarían los ojos pero por fortuna no fue así. Me limpié la mucosidad de la nariz con el reverso de la mano y miré al cielo tormentoso con aire de resignación. El muy estaba plagado de nubarrones que seguían descargando una intensa cortina de agua.
-Aquí no es donde desembarcamos- dijo Julia. Miró a su marido y luego dejó a Joao apoyado en las faldas de un enorme risco, cobijado a duras penas de la lluvia-. Esto parece un callejón sin salida.
-No vemos nada- concretó Manuel, acariciándose el estomago.
-Preguntaré a Volkov si tenemos alguna linterna, pero juraría que se quedaron en otro bote. Por cierto- dije, antes de partir- ya queda poco para comer.
Manuel asintió con una sonrisa. Bueno, a decir verdad, parecía más una risa cansada y forzada que otra cosa. Totalmente normal después de los días que llevamos aquí perdidos. ¿Han pasado ya cuatro noches? Cinco tal vez…
-Eh, Luís, me estoy congelando- Carla interrumpió mis pensamientos. Al girar la cabeza hacía la derecha vi a la joven de brazos cruzados, con el cuello metido entre los hombros y tiritando. El cielo se iluminó con brusquedad y acto seguido un trueno hizo retumbar la isla.
-Lo sé, chica-me despegué la ropa que tenía enganchada al cuerpo por culpa de la lluvia- Estamos todos igual. Pillaremos un buen catarro.
-Ahora mismo, eso es lo de menos. Iñaki y Andrés se han ido con la moza holandesa y Firngs en busca de alguna cueva o gruta en esas montañas de allí.
La zona hacía forma de U invertida. La obertura era la orilla del mar y estábamos rodeados por espesa jungla y empinados riscos. De hecho, nuestra única vista más allá de nosotros era el océano.
-¿Te acuerdas de las linternas?
La mujer negó con la cabeza.
-Lo ultimo que recuerdo es al capitán Wingman y sus secuaces cogiendo unas linternas para ir a examinar el otro lado de la maldita isla.
-Wingman… -dije con voz queda- ya no me acordaba. ¿Qué habrá sido de él y el resto de turistas?
-No lo sé, pero éramos más de dos mil personas y todas han desaparecido del mapa.
-Es tan surrealista… se habrán adentrado en la jungla, estarán como nosotros, o ves a saber, quizás peor.
Julia no respondió. Sus dientes seguían castañeando rítmicamente cuando Volkov y Bastian se cruzaron en nuestro camino.
-¿Linternas?-pregunté.
-Nada. La única luz que tenemos es la del bote cuando toca el agua- respondió Bastian, cargado con varias bolsas de plástico-. Es la comida y kit de primeros auxilios- dijo levantándolas.
-Vamos listos- dijo Carla, volviendo tras sus pasos negando con la cabeza.

Me acerqué a inspeccionar el bote, no por desconfianza, sino en busca de un poco de inspiración. Quien sabe, puede que encuentre algo y se me ocurra alguna idea. Volví a estornudar. Aparté bolsas rotas, hurgué entre chalecos salvavidas para encontrar unas gafas de sol, una pulsera de plástico trenzado de color negro, un Ventolín y un mechero rosa.
-¡Coño, esto es mío!- cogí el Ventolín y me lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón con una gran sonrisa-. Y se hizo la luz- dije en voz alta cuando accioné el mechero. No hubo llama. Mi gozo en un pozo-. Mierda-. Volví a intentarlo sin éxito. Zarandeé el objeto cerca de la oreja. Tenía gas-. Puede que sirva para algo después de todo.

De camino al grupo, cabizbajo, mirando como mis pies se hundían en la arena y la lluvia masajeaba la nuca escuché un grito. Arranqué a correr con miedo a estamparme de morros con alguien o algo.