martes, 20 de julio de 2010

XXVI. Superviviente

-¿Así qué es un búnker japonés?- preguntó Ashley, saltando de roca en roca para evitar un riachuelo. Era una muchacha de tez oscura y ojos color avellana. No debía tener más de veinticinco años y, viendo su cuerpo dibujado bajo la ropa ajustada, diría que la chica se castigaba con fuerza en el gimnasio.
-Eso creo- Bastian aminoró el paso para ponerse al nivel de Ashley. Cole, celoso como él sólo, corrió hasta ellos. Casi se descalabra entre las rocas-. Estamos en el pacifico, el imperio japonés dominaba estas tierras durante la Segunda Guerra Mundial. Creo que es una buena hipótesis.
Miré al trío con gran curiosidad. En momentos teóricamente difíciles, aquellos dos tipejos intentaban marcar territorio para estar un rato con Ashley, la chica guapa del grupo. A mi me gustaba más mirarlo desde fuera pues me pegaba unas buenas dosis de risa.
Al llegar al riachuelo, decidí hacer autocrítica y reconocer que el equilibrio no era lo mío, con total seguridad me abriría la cabeza con alguna de las rocas resbaladizas. Así que decidí cruzar el arroyo caminando. Me dí cuenta que eso de calcular las profundidades del agua tampoco era mi fuerte pues el agua llegaba por la rodillas.
-¡Te vas a hundir, loco!- gritó Iñaki.
-Sí, como el crucero- Andrés fue el único que encontró la gracia al chiste. Después de todo, fue él quien lo dijo.

Seguimos bordeando el enorme acantilado sin perder de vista los riachuelos cercanos. Y así fue como, tras una hora de excursión, dimos con la playa donde desembarcaron los botes. El problema fue ver que allí no había nada, excepto tres botes abandonados en la orilla, uno hundiéndose mar adentro y dos más eran mecidos por la marea. No había rastro de ningún tipo de campamento.
-¿Tanto caminar para esto?- dijo Van Dijke, decepcionada. Sopló con fuerza y pateó la arena levantando una explosión de humo. Era una muchacha alta y espigada. Facciones suaves y media melena sobre los hombros. Una forma fácil de describirla sería la típica guiri que se pone gamba bajo el sol de nuestras playas. Más larga que un día sin pan, como diría mi padre, y muy delgada.
-Tranquila- Frings se encaminó hasta una de los botes-. Miremos en las embarcaciones y, si no hay nadie, cogemos comida, bebida o cualquier cosa de utilidad y volvemos a nuestro campamento.
Me acerqué con Iñaki y Andrés a uno de los botes atrancados entre las rocas. Nuestra sorpresa fue ver unas manchas de sangre por toda la proa del pequeño navío.
-¿Qué ha pasado aquí?- pregunté asustado.
Andrés deslizó sus dedos por encima de la sangre.
-Está seca- acto seguido entró en la embarcación-. Joder…
La voz queda de mi compañero me puso los pelos de punta.
-¿Qué pasa?- impaciente por la respuesta, decidí subir para verlo por mis propios ojos.
Nunca había visto tanta sangre en mi vida. El suelo estaba repleto y en las paredes se dibujaban manchas de manos y arañazos luchando por sobrevivir. Aquello me impresionó. El aire se hizo pesado y apenas podía coger una pequeña bocanada de oxigeno. Destapé el inhalador y me dí varios chutes seguidos.
-Sal fuera- me recomendó Andrés-. Que te dé el aire un rato, sal.

Me senté traumatizado en la arena. Cerré los ojos e intenté controlar la respiración. Fue entonces cuando escuché una voz. Una voz débil. ¿Me estaba volviendo loco? Hice caso omiso y continué con mis ejercicios de relajación.
-¿Luís? ¿Eres tú, Luís?
No, no estaba loco, alguien me llamaba. Abrí los ojos y miré a mí alrededor. Saliendo de entre las rocas se perfiló una silueta.
-¿Luís?- volvió a preguntar.
-Sí, soy yo. ¿Y tú?
El tipo salió a la luz del atardecer, era Manuel.