martes, 9 de noviembre de 2010

XXXVI. La alambrada

Como dijeron una vez en una galaxia muy, muy lejana: “Tus ojos pueden engañarte, no confíes en ellos”. En eso mismo estoy pensando ahora mismo, aunque opino que en mi estado mental y físico, todos mis sentidos me engañan. Estoy jodido. Corrección: Estamos jodidos.

-Una ciudad en mitad de la nada… ¿Qué pasa aquí?- dijo Iñaki, con los ojos entrecerrados a causa de la lluvia. Quitó las gotas que corrían por su frente y fue a la alambrada con prudencia- Una jodida ciudad…
-Es una broma ¿no?- Incrédulo, me acerqué al cerco. Mis ojos enviaban una imagen al cerebro que yo negaba a toda costa. Por momentos una sensación de desesperación se mezclaba con cierto alivio dando como resultado una explosión de inseguridad y aturdimiento.- Me estoy volviendo loco-. Forcé la vista y discerní la silueta de pequeñas casa de la oscuridad de la noche
-No sé que hace aquí eso, pero está abandonado. No hay ni luz- Carla inspeccionó la alambrada-. ¿No hay puertas? Yo quiero meterme dentro de alguna choza y pasar la noche.
-Ya tardamos en ocupar una bien grande- intervino Andrés-. Estaremos secos durante unas horas. Y dormiremos, pero esta vez de verdad. Quien sabe si encontramos un supermercado.
-Y de paso buscamos una farmacia. Joao está fatal. Delira-. Comento Julia. A su lado, Manuel se mocaba con fuerza.
-Recemos para que no haya nadie- dijo.
De nuevo, escuchamos aquellos quejidos y los pies arrastrándose torpemente por entre las piedras. Miré atrás instintivamente, nervioso. Aquellos tipos estaban por toda la isla. Me acerqué a Van Dijke y al resto de compañeros para traducirles la charla que habíamos tenido segundos antes.
-Mejor allí dentro que aquí. Y rápido.
-¿Qué hay de la alambrada?-me preguntó Frings-. ¿Estará electrificada?
-¿Lo dictes por el cartel?- intervino Volkov-. No hay luz así que dudo que nos quedemos pegados. Y si está electrificada, permanente gratis para todos. Invita la casa.
-No es momento para... -no había acabado de hablar cuando Volkov ya toqueteaba la alambrada. No pasó nada. El tipo giró sobre si mismo y sonrió de oreja a oreja.
-Tranquilos, esta desactivada.
-Digo yo que habrá una entrada, ¿no?- repitió Carla, golpeándome en la espalda.
-Déjate de buscar la entrada…- sugerí-. Y saltemos la alambrada.
Volkov, que parecía perro viejo en esto de saltar sistemas de seguridad, cogió varias piedras planas del suelo embarrado hasta encontrar una que fue de su agrado y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Acto seguido se sacó la camiseta y la puso en la boca. Trepó con rapidez y al llegar a los alambres de espino, hábil como un mono, cogió la piedra del pantalón y, con un movimiento centrifugo, enrolló la camiseta en la mano. Empezó a golpear la alambrada con fuerza.
-Este tipo está loco- opinó Andrés con una risita.
-Sí, ya sabes que los de Europa del Este no están para tonterías.
-De todas formas, y no lo digo para tocar la moral, pero a este plan le veo lagunas.
-¿Lagunas?
-Sí. ¿Cómo subimos al tipo que tengo en la espalda? Sólo por curiosidad.
-Mierda.
-Eso digo yo, mierda. Y esos cabrones están cruzando el túnel. Suelte que son lentos.
-Joder, me había olvidado de ellos-. Miré a Volkov. Seguía aplastando la alambrada con ímpetu-. ¿Podías subirlo a pulso?
-No lo sé-. El musculitos se frotó el mentón mientras miraba pensativo la alambrada-. No es muy alta…
-Nosotros te ayudaremos a subirlo y a bajarlo.
-Es una locura…
-Pero no podemos hacer otra cosa y lo sabes.
-Sí, eso es lo jodido, que lo sé y no tengo cojones a dejarlo aquí tirado.