miércoles, 17 de noviembre de 2010

XXXIX. La explicación de un experto


Nunca me he sentido cómodo en una casa que no sea la mía, o la de mis padres.  Para empezar contamos con los olores: Algo sutil, a veces no tanto, que diferencia un hogar de otro. También sufrimos una sensación de acartonamiento y rigidez al andar que se acentúa cuando no sabemos a donde ir o si podemos sentarnos. Allí, quietos como estatuas de sal buscamos a un alma caritativa que nos diga con una sonrisa: tranquilo, siéntate donde quieras. Hay más varíales, como el maldito televisor con el volumen al máximo y tus tímpanos a punto de explotar. Por supuesto son sólo algunos ejemplos… Dios, quiero volver a casa, tirarme en boxers encima del sofá, abrir un refresco y ver un buen partido de futbol sin más. Tranquilidad y diversión. 

-He …ntrado ropa… mujer- gritó Carla desde el segundo piso. Con los continuos martillazos de Andrés apenas pude entender a la muchacha- avisad… chic…

Dejé tres botellas de agua de litro y medio en el suelo y recogí la última vela que quedaba en el armario. Olía a fresa. Tras encenderla me acerqué al grandullón, que estaba desmontando una estantería de madera.
-¿Ahora te da por hacer bricolaje?- bromee-. ¿De dónde has sacado toso eso?
Andrés se secó el sudor de la frente con el reverso de la mano. De ella pendía un martillo bocabajo.
-Encontré una bolsa de herramientas dentro de un cajón. Hay de todo: una docena de clavos, un martillo, un par de destornilladores- cogió dos clavos y se los puso en la boca.- Un juego de llaves inglesas y creo que unos alicates pequeños-. Agarró una plancha rectangular de madera, que antes soportaba el peso de gruesos libros, con la mano izquierda, en la derecha sujetaba el martillo. Se acercó a la primera ventana-. Aguanta allí, por favor- Me señaló el extremo de la madera-. Y no mires por la ventana.
Siempre que te dicen: No hagas tal cosa, lo hacemos. Es un impulso involuntario, imposible de evitar. Y como tal, yo hice caso omiso de lo que me dijo el grandullón y tras correr las cortinas observé tres o cuatro caras aplastas contra el cristal agrietado de la ventana. Dí un paso atrás de un salto. El corazón me dio un vuelco. Aquello no era…
-Aguanta, coño- interrumpió Andrés, golpeándome con la madera en el brazo-. Hay que tapiar las ventanas-. Cogió uno de los clavos que tenía en la boca y de un movimiento seco y potente, unió madera y pared. Segundos más tarde repitió el proceso en la otra punta-. Con tan pocos clavos no puedo hacer mucha cosa más. Ves a ponerte ropa seca mientras acabo de reforzar esto.
-¿No llamarás más su atención a los caníbales con esos ruidos?
-¿Más? Están tan cerca de nosotros que casi puedo mear por ellos, tío. Con entablillar las ventanas nos bastará para pasar lo que queda de noche. Que no será mucho… creo. Asentí con la cabeza, recogí mi vela del suelo y me encaminé hacia el segundo piso.
-Una última cosa, Luís.
-Dime- respondí, parado en mitad del comedor.
-Llena una bañera con agua- el grandullón cogió la segunda tabla y la clavó al marco de la ventana-. Luego os lo explico. Rápido.

La madera se estremecía ocasionalmente bajo incómodos y tensos pasos en busca del lavabo que había en la primera planta. Al final del pasillo vi una luz rojiza. Era la vela de Julia, la mujer estaba sentada al filo de la bañera, parecía estar preparándose una buena ducha de agua caliente.  
-Julia, creo que Carla ha encontrado ropa seca en el segundo piso, y hay que llenar la bañe… ¡¿Qué narices haces con el lisiado?!
Joao estaba dentro de la bañera con el agua hasta el cuello. Parecía un garbanzo en remojo.
-Estoy intentando que le baje la fiebre, el pobre está ardiendo.
Miré la cara pálida del portugués. Casi podía brillar en la oscuridad. También llegué a la conclusión de que esa bañera no me iba a servir.
-Tiene muy mala cara- observe-. Peor que hace unas horas ¿Crees que saldrá con vida?- taponé el desagüe de la pica y abrí el grifo sin mirar a mi compañera.
-La verdad es que… - la mujer miró la herida del tobillo con desconfianza-. Es la primera vez que veo a alguien ponerse así por una simple mordedura-. Julia miró extrañada la pica-. ¿Qué haces con el agua?-
-Andrés- dije encogiéndome de hombros-. El tipo esta decidido a hacer de esta casa un fuerte. Me ha dicho que tenía que llenar una bañera de agua- miré a Joao-. Ésta mejor la descartamos-. El agua cercana al cuello estaba sucia, de un color rojizo.
-¿Está sangrando?
-El grandullón, como tú lo llamas, le ha dado un golpe en la cabeza cuando lo ha tirado al suelo.
-De eso no me he enterado ni yo- respondí entre risas- ¿Cuándo?
-En la puerta, cuando la mano le cogió de la camiseta. Joao se cayó de espaldas-. Julia estornudó con efusividad.
-Salud- me hice a un lado con una sonrisa cómplice-. Ve arriba y ponte ropa seca, anda. Avisa a Van Dijke.
Julia asintió y desapareció al girar la esquina. Al final del pasadizo Bastian ayudaba a Andrés entablillar las últimas ventanas. Cerré el grifo y me encaminé al segundo piso.

Las zapatillas balbuceaban y escupían agua por los cuatro costados cada vez que subía un peldaño de las escaleras. Me agarré al pasamos, con la mano libre,  para evitar resbalarme y partirme los morros. Era una sensación incomoda, todo enganchado al cuerpo, frío y casi entumecido en su totalidad. Al llegar al descansillo del segundo piso me topé con tres habitaciones y otro cuarto de baño. Fui directo, pero había plato de ducha. Así que volví a taponar el desagua de la pica y dejé correr el agua hasta que rebosó. Cerré el grifo e investigué la segunda planta. Entré en la primera habitación y descubrí un estudio plagado de estanterías, un ordenador, dos sillas de oficina y un ventanal completamente negro. Abandoné la sala y entré en la siguiente habitación. Debí picar antes.
-Lo siento- dije, agachando la cabeza y retrocediendo. Me había puesto rojo como un tomate- Lo siento, no sabía que estabas aquí- repetí atropelladamente- Perdón.
Carla se llevó rápidamente las manos sobre los pechos desnudos al tiempo que giraba sobre si misma.
-¡Llama antes de entrar! – gritó indignada. La luz difusa de la vela desveló un tatuaje justo por encima de la cintura. Parecía uno de aquellos tribales que tanto se habían puesto de moda en los últimos años.   
-Lo siento, lo siento- repetí de nuevo. Cerré la puerta muerto de vergüenza y continué con mi búsqueda.

La sudadera no era de mi gusto, el cuello de pico no me hacía especial gracia, pero era una muda seca y era todo lo que necesitaba. Por lo menos no picaba. Encontré varios tejanos en una cómoda pero ninguno de mi talla. Así que tiré por lo fácil, un pantalón deportivo con goma en la cintura que sonaba a plástico y calzado seco: Unas zapatillas negras de suela plana. Bajé las escaleras con una gran sonrisa cuando me enteré de que el resto de compañeros ya estaban reunidos: Sentados sobre las mantas tiradas en el suelo rodeaban el grueso de velas que iluminaban tenuemente la estancia. Carla me dedicó una mirada tensa. Me sonrojé y agaché la cabeza, casi tanto como un avestruz. Que idiota.
-¿Estamos todos?- preguntó Iñaki.
Me senté entre Bastiana y Manuel.
-Sí. Ahora sí- respondió Julia.
-Perfecto- Andrés se aclaró la garganta. Buscó las palabras más adecuadas para comenzar el discurso y cuando las encontró, nos miró a todos a la cara. El juego de sombras que dibujaban las velas daba unas pinceladas de misticismo a la situación. En mitad del silencio, el grandullón chasqueó la lengua y se frotó las manos- Vampiros, hombres lobo, momias, esqueletos andantes, zombis…el mundo está plagado de mitos, historias y leyendas que alimentan el folclore de las culturas del mundo. Algunas basadas en historias reales como Vlad Tepes el Empalador y el mito del Conde Drácula. Otras son reales desde cierto punto de vista, como sería el caso de las momias egipcias, e incluso tenemos mitos enlazados con viejos rituales vudú en el continente africano que dan como resultado los ya famosos zombis, protagonistas de un sinfín de películas-.
El grandullón hizo una parada para dar un rápido sorbo a una de las botellas de agua. De fondo se podía escuchar el incesante repiqueteo de la lluvia contra el techo de la casa.
-¿Y qué tiene que ver eso con nosotros?- dijo Julia, escéptica-. Son sólo eso, mitos y leyendas. No hay chupasangres flotando por el mundo, ni hombres lobos aullando cuando hay luna llena y mucho menos unos tipos saliendo de tumbas en busca de cerebros.
-Es difícil explicar esto si no ponéis de vuestra parte, amigos- el grandullón intentó justificar sus inicios de la explicación. Se frotó el mentón y volvió la vista atrás, hacia el sofá con la mano inerte encima de un cojín-. Esos seres son lentos, no hablan, gruñen y se mueven con pasos rígidos, torpes. Deambulan en manadas en busca de comida… por Dios, Luís, tu los has visto antes, en la ventana. ¿Dime que tenían de humanos? Joder, si a uno de ellos le faltaba media mejilla, se le podían ver hasta las caries y eso que tenían la boca cerrada.
-Eso es cierto- admití, frotándome las manos con fuerza para generar un poco de calor.
-¿Qué pasa cuando morimos?-. Andrés nos miró a todos en completo silencio- Nuestro cuerpo se vuelve rígido, frío y se descompone. Justo como esos de allí fuera.
-¿Así que confirmas tus teorías?- traduje la pregunta de Bastian- ¿No son tribus, sino zombis?
-Joder, sí. Sé que es algo tan surrealista como estúpido, pero esos tipos no son normales. Ni tribus carnívoras ni ostias, esos cabrones son fiambres que buscan comida fresca.
-Andrés, yo no entiendo como lo ves así. Es decir, te guías por películas. Nunca antes ha pasado algo así- protesté desconcertado.
-Yo nunca he visto un millón de euros pero sé que existe- respondió.
-¿Qué quieres decir?
-Siempre hay una primera vez para todo.
Aquella supuesta respuesta me jodió, y mucho. ¿El grandullón nos estaba llevando al huerto? Me rasqué la barba de cuatro días y miré a Carla de soslayo. La chica comentaba la jugada con Andrés.
-Supongamos que sí, que existen zombies, que estamos rodeados por ellos. ¿Qué hacemos ahora?- preguntó cuando sus ojos se posaron en los míos desvié la vista a las velas buscando un cobijo inexistente.  
-Sobrevivir.
-¿Ya está? Somos la cena, el buffet libre de esos cabrones y ¿todo lo que dice el experto es sobrevivir?
-No me has dejado acabar- se exculpó Andrés, mirando hacía la ventana-. Esas cosas son lentas y no muy cuerdas. Caminan hacía su presa en manada pero sin pensar, dudo de que tengan esa facultad. Por eso su fuerza reside en la cantidad.
-Y que son inmortales- apuntilló Manuel.
-Digamos que son inmortales sino atacamos su cerebro. Es la parte fundamental de su no-vida. Acaba con el cerebro, y acabarás con el zombie.
-¿Y qué pasa con el chico portugués, el herido?- preguntó Van Dijke.
-Es de sobra conocidos que, todos aquellos que son mordidos por un zombi, tarde o temprano se convertirá en uno de ellos. Basta con una herida, con un pequeño corte por donde entrar la infección y estás listo. Es cuestión de horas, quizá días.
-¿Entonces, Joao no está enfermo?
-A decir verdad, debería estar muerto y luego volver a la vida. Por así decirlo.
-No me jodas, Andrés. Dí algo con sentido- protesté. Me estaba poniendo nervioso. Extendí las manos hacia las velas y durante unos segundos sentí un pequeño halo calido que me relajó durante unos segundos.
-Les asusta el fuego, nos huelen, el ruido les atrae al igual que la luz y como ya he dicho, son lentos. Se cree que por la noche son más fuertes y rápidos, pero eso ya es mucho decir- el tipo se aclaró la garganta-. He asegurado las ventanas con tablas de madera. No sé cuanto tiempo aguantarán, pero hasta el momento haremos de esta casa nuestro bunker. Tenemos que subir al segundo piso y plantar un cuartel con lo básico: mucha comida, a poder ser enlatada, agua, armas, botiquín, libros para estar ociosos… en otras palabras, lo indispensable para sobrevivir. Y por la noche haremos guardias en las escaleras del segundo piso.
-Creo que ya he escuchado muchas cosas por hoy- interrumpí. Me levanté del círculo de frikis con desdén cuando, al dirigir la vista al sofá, se me heló el corazón. Allí, de pie, Joao caminaba arrastrando el tobillo putrefacto y con la cabeza ladeada a la izquierda a la vez que emitía aquellos extraños quejidos.