miércoles, 24 de noviembre de 2010

XL. Joao

Ahora es cuando, por bocazas, me tengo que tragar todas mis palabras. Buen provecho, tío.

-Cielo santo…-musité con los ojos salidos de las orbitas. Joao estaba caminado hacía nosotros, arrastrando los pies a lo largo del comedor con torpeza. Desprendía un olor nauseabundo, sus ojos rojizos casi brillaban como esmeraldas. Estaba allí, de pie y muerto, por los clavos de Cristo que lo estaba.
-¿Qué pasa, Luís?- me preguntó Iñaki-. Haces mala cara.
No articulé palabra, sólo moví el mentón en dirección a Joao, o lo que quedaba de él. Aquello bastó para que mis compañeros se pusieran en pie de un salto y soltaran cuatro gritos de angustia.
-¿Y ahora, qué, experto?- preguntó Manuel con retintín- ¿Quieres un cuchillo?
-Tengo uno justo al lado de la puerta- se pavoneó-. Pero no es tan fácil como parece-. El grandullón recogió una vela del suelo y se acercó a una silla-. Iluminad más a ese cabrón.
-Es Joao- interrumpió Julia-. Es nuestro compañero. No es uno de ellos.
-¿En serio? Habla con él, con suerte te reconocerá y quizás te invite a unas cañas…-bromeó el tipo. Agarró la silla por el extremo del respaldo-. El Joao que conocíamos ya no existe. Esa cosa que tenemos en frente sólo quiere comernos. Somos su presa, no sus compañeros.
El tipo resopló un par de veces.
-¿Estas seguro de ello? –pregunté inseguro.
-Sí, tranquilo. Me he pegado con tipos más grandes…
-Pero lo tienes que matar.
-Ya está muerto, colega. Sólo tengo que rematarlo.
-Dicho así suena fácil- comentó Carla sin entonación alguna.
Mientras nosotros hablábamos a Joao le dio tiempo a dar varios pasos.
-¿Alguna pregunta más?- Andrés se relamió los labios y miró al zombie con desprecio-. Lo siento, tío-. Cargó feroz como un león contra un ñú. Objeto en alto, el herido tan siquiera rectificó su posición y Andrés partió la silla en la cabeza del zombie. Un río de sangre corrió por el rostro del portugués antes de desplomarse entre restos de madera y astillas.
Me estremecí. Torcí el gesto a la vez que miraba a mis compañeros. Sus rostros no eran mejores que los míos. Volví la vista al grandullón.
-¿Y ya está?- pregunté.
Andrés cogió un trozo de madera y lo incrustó en el cerebro del tipo en medio de viscosos chasquidos reventando el ojo izquierdo. Una fuente rojiza brotó con presión manchando los pantalones de Andrés.
-Ahora sí- respondió. Acto seguido se encaminó hacía a mi-. ¿Ahora me crees, capullo?-. El tipo pasó de largo, chocando hombro con hombro. Reculé varios pasos por la fuerza del golpe a la vez que miré las espaldas de armario ropero de aquel tipejo.
-¿Qué hacemos ahora con el cadáver?- pregunté, casi con miedo a la respuesta.
-Si hay virus… - intervino Carla- lo mejor sería quemarlo, ¿no?
-¿Quemarlo?- Frings se acercó a Joao con manta en mano-. Lo enrollamos con esto y lo tiramos ventana abajo.