domingo, 6 de junio de 2010

III. La espera

Llevo cinco largas horas esperando el maldito vuelo de Barcelona a Vancouver y por mucho que mire con insistencia los letreros informativos siempre aparece el mismo mensaje: “con retraso”. Lleva así dos horas y poco. Joder, sé que no es mucho tiempo después de ver lo que pasó con las cenizas del volcán, pero me he dejado un riñón y medio en un crucero por Hawai y quiero disfrutarlo al 100x100. Cada hora que paso aquí es una hora perdida, más aun, unos cuantos euros tirados a la basura. Y eso, en tiempos de crisis, es una gran putada. Ahora si que puedo decir que el tiempo es oro, y sino que se lo pregunten a mi pobre bolsillo.
Este año quería pegarme un lujo de los que marcan época, no por el hecho de cumplir 30 años, que también, sino por hacer un viaje especial, un viaje reflexivo en mitad de un mundo paradisiaco donde encontrarme a mi mismo. Y de paso sea dicho, toparme con una buena morenaza.

Viendo que la cosa iba para largo volví a la librería, me zambullí en el montón de libros desordenados y, harto de buscar, me dirigí al dependiente.
-Perdone, ¿tiene el libro de Parque jurasico?
El hombre cerró el libro que estaba leyendo y se pegó unas buenas risas a mi costa. Lo que me faltaba, el gracioso de turno. Yo me acordé de su puta madre.
-Eso es una reliquia, caballero- respondió con extraña cortesía.
-Entonces sólo quiero el Sport- hurgué en los bolsillos y encontré un euro que dejé con desprecio sobre el mostrador. Cogí el diario y volví a mi butaca.

Apenas había acabado de leer la primera página que me di cuenta de que ya podía embarcar en el vuelo hacia Canadá. ¡Había llegado la hora!