domingo, 6 de junio de 2010

V. El clímax

¿Habéis dormido alguna vez cómo latas de sardinas? Dormir en el avión era lo más parecido a ello. Era el transporte más grande en el que me había montado hasta el momento. Y los cabrones de primera clase tenían dos pisos para ellos. ¡Dos pisos!
Pero lo peor de todo no era el diminuto espacio. Hacía más de siete horas que estábamos en el aire y yo no había ido al lavabo desde mucho antes. Ahora me estaba meando a raudales.
Me desabroché el botón del pantalón para intentar presionar lo menos posible a mi castigada vejiga. Intenté tararear cualquier canción pero aquel dolor me nublaba el pensamiento. Decidí seguir con la lectura del diario deportivo. Era realmente jodido centrarse en leer los artículos con las ganas de mear que tenía. Y mis dos vecinos durmiendo a pierna suelta. Estaba siendo un viaje más que interesante.
Empecé a sudar como un loco, ya no sabía en qué pose ponerme en la butaca. Tras dar varias vueltas me armé de valor y me levanté del asiento. A trancas y a barrancas pude salir del zulo despertando a los viajeros que se acordaron de mi familia. Me daba igual. Corrí como un poseso hasta el servicio. Por suerte estaba vacío. Me bajé los pantalones y besé la gloria.