sábado, 26 de junio de 2010

XXII. El despertar

Creí que dormir en el avión con destino a Vancouver fue más que nefasto, pero comparado con el bote, aquello fue un lujazo.
Salí de la embarcación con un dolor de espalda más que interesante. El sol de la mañana me dio el primer “Buenos días” del día con una amable ceguera temporal que casi me cuesta un descalabre al bajar del bote.
Me desperecé con tantas ganas que los huesos de la espalda crujieron rítmicamente. Fue una agradable sensación. El problema vino con el intenso bostezo que me abrió de nuevo el corte en el labio.
-Oh, mierda- dije. Palpé el hilo de sangre con los dedos y fui directo a la orilla de la playa. La mar estaba sosegada, casi sin olas. Me limpié la cara y de paso, el corte del labio. Y por supuesto, aquello escocía con mala gana.
-Buenos días, compañero.
Giré el cuello. Era Andrés. Sin camiseta y a ojo de cubero, pude comprobar que uno de sus pectorales podía ser tan grande como mi cabeza. Era una mole.
-Buenos días- respondí entre bostezo y bostezo.
-Vaya show tuvimos anoche con el capitán, ¿eh?- dijo entre risas.
-Calla, no me lo recuerdes.
-Pues siento decirlo, pero viene por allí.
Giré sobre mis talones para ver un hombre solitario caminado descalzo a lo largo de la media luna de playa que se perdía tras la jungla.
-¿Qué querrá ahora ese cenutrio?- comenté con amargura.
-Ni lo sé, ni me importa- Andrés me cogió del hombro-. Yo me voy a hacer un poco de footing-. El tipo arrancó a correr playa arriba.
Anduve varios metros hasta llegar al campamento base que no era más que el bote y los restos de hogueras de la noche anterior. Si no fuera tan cutre, podíamos decir que estábamos en mitad de uno de esos programas basuras dónde dejan a un puñado de personas tiradas en una isla y nosotros, desde casa, casi en plan Voyeur, miramos como se la ven y se las desean para conseguir un poco de comida decente. A nosotros nadie nos miraba, y mucho menos nos votaba con estúpidos mensajes de teléfono móvil para echar a alguien de la isla. El móvil.
Rebusqué en mi mochila al pequeño multifunciones. Aun tenía batería.
-Fantástico- dije, a punto de dar saltos de alegría. Abrí la tapa del teléfono y se me cayó el alma a los pies-. Qué sorpresa…no hay cobertura-. Suspiré con aire de resignación. La tentación de patear el móvil fue más que generosa.
-Señor García, señor García.
Éramos pocos y parió la abuela. Fantástico, el capitán del crucero, o lo que quedara de él, venía a tocarme la moral. Y a primera hora de la mañana. Miré el teléfono por última vez: Demasiado temprano como para estar despierto.
-Buenos días, señor García- repitió. El hombre no era mucho más alto que yo, cerca de un metro setenta, y aquella gran sonrisa que esgrimía me puso de los nervios-. Aun no ha vuelto el grupo de reconocimiento-. Me hizo gracia ver que el hombre portaba la misma ropa de capitán que debió vestir a lo largo del viaje. Un traje de galán, ahora manchado, blanco con ribetes azules y algunas supuestas condecoraciones.
-¿Quién?
-Los tres grupos que salieron anoche, aun no han vuelto.
En cierto modo, aquello no me sorprendió. Cualquiera con dos dedos de frente no se adentra en un bosque desconocido en plena noche. Y no hablemos de las linternas, un bien preciado por su escasez.
-¿Y bien?- pregunté con falsa indiferencia- Usted está al mando, ¿no?
El tipo gruñó.
-¿Cuántas veces tengo que pedir perdón por lo ocurrido?- el hombre se quitó el gorro dejando a la vista una calva brillante-. ¿Cuántas?
Me encogí de hombros.
-Da igual- dijo con voz queda-. En cuanto a los desaparecidos, saldremos a buscarlos en breve. Como enlace que eres, vengo a informarte que en una hora se presenten allí todos los voluntarios para iniciar la búsqueda. Corra la voz-. El tipo señaló una palmera inclinada hacia delante por culpa del viento. Era la primera que había en la orilla, por eso era fácil reconocerla.
-En una hora, allí. Perfecto- respondí.