miércoles, 9 de junio de 2010

IX. El primer día

¡El crucero era enorme! Tenía de todo: dos piscinas, una pista de baloncesto y un minigolf. Un gran abanico de tiendas, restaurantes de todo tipo, bares, gimnasio, casinos y hasta un teatro pasando por cines, discotecas, sala de juegos y una biblioteca. Era imposible aburrirse. ¡El único problema era que había que surcar los mares durante 6 días!
Decidí ir a correr de buena mañana. Basta de vida sedentaria. Así que me calcé mis deportivas, me guardé el Ipod en el bolsillo y me fui directo a la cubierta 5, dónde estaba la pista para hacer footing a lo largo de todo el crucero.

Las rodillas me chirriaban, estaban oxidadas. Mi ritmo respiratorio estaba muy mal acompasado y las canciones que más me gustaban se volvían interminables. Sin duda alguna, lo mejor de todo eran las vistas que te ofrecía el navío. Daba bastante miedo el hecho de que en cualquier punto de la superficie sólo pudieras ver agua y más agua, pero era algo mágico.
Un niño rubio me pasó por séptima vez, no sé que le daban para desayunar pero yo quería lo mismo. Unos diez minutos más tarde me volvió a pasar, esta vez pero, pasó haciéndome burlas. Me dieron ganas de tirarlo por la borda pero decidí aceptar que mi estado físico era más que desastroso. Aquel diablillo había dado nueve vueltas en un cuarto de hora, yo sólo cuatro. Decidí que ya había sido suficiente por hoy y me fui a pegar una ducha. Las piernas me temblaban como nunca, y el Ventolín era llamado por mis pobres pulmones.

Cerré los ojos y noté como el agua a presión caía sobre mis hombros produciendo un pequeño cosquilleo. Era una sensación muy relajante. Reflexioné sobre los días previos y pensé en que podría visitar esta tarde después de comer pero un grave estruendo me rompió los planes. Cogí una toalla, la enrosqué a toda prisa en la cintura y salí a la terraza: En el horizonte, una enorme nube negra se acercaba con paso firme. Se avecinaba tormenta.