jueves, 17 de junio de 2010

XVII. En aguas turbulentas

Tras ver por primera vez le película de Tiburón en los cines, ir a la playa nunca volvió a ser lo mismo. Cuando me hacía el muerto y me dejaba llevar por la marea siempre venia a la cabeza aquella gran canción in crescendo que solía ir acompañada de la aleta del escualo surcando la superficie. En aquellos momentos siempre me incorporaba y, asustado, miraba alrededor en busca de la aleta o de cualquier sombra extraña para salir por patas del agua. No finjamos, que más de una vez las piedras nos han jugado malas pasadas.

Abandoné la zona cubierta del bote y me senté en la proa. Tenía muchísima sed, y al ver la ingente cantidad de agua salada, me dieron ganas de darle un buen trago. Miré al cielo encapotado.
-No tiene buena pinta, ¿he?- me dijo Manuel, que estaba fumándose un cigarrillo-. ¿Quieres uno?
Le enseñé el inhalador con una gran sonrisa.
-Entiendo- el tipo entrecerró los ojos cuando el humo entró en ellos-. Lloverá otra vez.
-Viste lo que hizo con el crucero, no quiero saber qué puede pasar con estas embarcaciones.
-El noruego dijo que es imposible que nos hundamos con estos botes. De todas formas, nos hundimos por la panza rajada, no por el oleaje.
El cielo tronó durante unos segundos. Un pequeño aviso.
-Yo ya no doy crédito a esos idiotas. Aun estoy llorando por todo el dinero tirado a la basura.
-No me lo recuerdes que me dan ganas de rebanar unos cuantos pescuezos.
-Díselo a Iñaki, yo se lo comentaré a Volkóv. Haremos un buen equipo.
Soltamos unas carcajadas. Era lo menos que podíamos hacer en aquella situación.
-Cámbiale el turno a cualquiera de los que están durmiendo, necesitamos fuerzas renovadas en caso de lluvia- comenté.
-Me gusta estar aquí, me siento tranquilo. No quiero volver a sentirme presa de lo que hacen unos u otros por mi bienestar. Quiero controlar la situación.
-Como quieras, pero deja de fumar o quemarás la barquichuela.
Eché un vistazo al resto de botes que nos rodeaban. Algunos hacían señales de luz entre ellos, supongo que eran conducidos por los tripulantes del crucero. En total debía haber unas trece o catorce embarcaciones. En otras palabras, casi dos mil personas en alta mar.
El estomago rugió, estaba vacío pues ya lo había vomitado todo, así que protestaba con furia en busca de un poco de energía que llevar al cuerpo.
-Esas raciones son de emergencia. Ni las toques.
Puse ojitos a Manuel pero la cosa sólo funcionó para arrancarle unas buenas risas.
-Vale, pero qué sepas que cuando lleguemos a donde tengamos que llegar devoraremos todo lo que tengamos al alcance.
-Me apunto.

Miré la mar, era extraño, su tonalidad era de un azul virando a verde repleto de espuma. Supongo que el temporal afectaba a los colores. El oleaje zarandeó el bote de cabo a rabo, me aferré a la embarcación con todas las fuerzas que me quedaban. Seguí con los ojos clavados en la espuma cuando una sombra repentina y fugaz como un destello me dejó mal cuerpo. Me pasé la mano por la cara y cerré los ojos con saña. Desde ayer apenas pegaba ojo, sólo horas sueltas, así que podría ser producto de la imaginación sino fuera por el grito de una muchacha del bote de enfrente.