lunes, 28 de junio de 2010

XXIII. La búsqueda

Yo ya tenía planeado ir a buscar a mis compañeros a primera hora de la mañana. Mi intención nunca fue la de acatar las ordenes de Wingman, pues mi confianza en él era nula.
Cogí un par de gasas del botiquín improvisado por el grupo, unas pinzas de las cejas, agua del mar y mercromina. No era mucho, pero de algún aprieto nos podía sacar. También metí el teléfono móvil. Con suerte, muchísima suerte, encontraría cobertura en Dios sabe dónde. Luego, me incorporé al grupo.
-No somos muchos- opiné.
-Veinticinco, no llega. - respondió Andrés, haciendo un barrido con la mirada-. Será suficiente.
-Sí, esto no tiene pinta de ser demasiado grande- puntualizó Iñaki.
-¿A qué esperamos, pues?- sin esperar a una respuesta, me encaminé al bosque. Recogí una rama gruesa del suelo y, a modo de bastón, empecé mi propia búsqueda.
-¡Señor García!- gritó el pesado de Wingman-. Señor Gracía, aun no partimos.
-Si seguimos esperando, se nos hará de noche- le respondí a desganas.
-Vuelva a aquí. Debemos hacer dos grupos para patrullar las zonas próximas de la isla de lo contrario tardaremos días, quizá semanas.
-¿Y qué propone?- pregunté, volviendo al grupo con parsimonia.
-Peinaremos durante todo el día las zonas cercanas. No nos adentraremos en exceso. Nada de cruzar los bosques, junglas o como queráis llamarlos. Si encontráis a los supervivientes o estáis en peligro, disparar una bengala roja al aire, pero sólo una. No conviene malgastarlas.
-¿Punto de encuentro?
-Aquí, al anochecer.
-¿Qué hay de los grupos?- pregunté.
-Ya somos mayorcitos, que cada uno elija que zona de la isla quiere investigar.
No quise escuchar más a aquel tipo y me dirigí, de nuevo, al bosque que escondía el acantilado. Los únicos españoles que iban conmigo eran Iñaki, Andrés y Carla. Kaji y su padre se quedaron en el campamento junto al resto de supervivientes. Frings, un tipo alemán que bien parecía ser el ario perfecto, me acompañaba junto a su hermano Bastian. Cole y Ashley, una pareja británica, Joao, un diseñador portugués y Van Dijke, una muchacha holandesa, cerraban el grupo B, como habíamos sido bautizados.
-Fijaos bien por donde pasamos, chicos- solicité-. Pues luego tendremos que saber volver.
-Si quieres, dejamos migas de pan- ironizó Joao.
-¿Crees que encontraremos a Manuel?- me preguntó Iñaki, obviando la respuesta del luso-. A estas horas puede estar en cualquier parte.
-Lo sé- me agaché para esquivar unas ramas pobladas-. Pero hay que encontrar a todos los que podamos. Contra más seamos, más fácil será la estancia en la isla.
Iñaki asintió pensativo.
-Oye Carla, ¿viste el bote en el que iba Julia?- pregunté.
-¿La mujer de Manuel? Creo que desapareció tras el acantilado. Pero no estoy segura.
-Bueno, por lo menos alguien la ha visto- participó Andrés.

Me aticé el cuello en un intento inútil por dar caza a un mosquito. El calor dentro de la jungla era sofocante. Respirabas un aire limpio pero caliente, pesado. Y no decir del constante cantar intermitente de los pájaros. Al principio le daba su pincelada de exotismo a la situación pero luego se volvía cansino. Caminamos con lentitud, sin apartar la mirada del suelo accidentado. Cosa que hizo llevarme más de un coscorrón con las ramas de los árboles.
-Silencio- dijo Bastian-. Callad un momento-. Su inglés no era muy bueno, pero era mejor que mi alemán.
-¿Qué pasa?-me susurró Andrés.
Me encogí de hombros.
-Escuchad- el germano se llevó la mano tras la oreja.
Afiné el oído durante unos segundos pero no me enteré de nada. Sólo oía los sonidos de la jungla.
-¿Agua?-preguntó Carla.
-Sí- confirmó Frings, el hermano de Bastian.
-Encontremos de dónde viene el ruido y sigamos el curso del agua para ir al acantilado- comentó Cole.

A cada paso que dábamos, el rumor del agua era más intenso. Sonaba como una cascada.
-Nos estamos acercando- dijo Bastian, que iba en cabeza junto a su hermano y los británicos.
-¿Hay alguna posibilidad de que sea agua dulce?-preguntó Iñaki-. Tengo la lengua seca.
-Toma, coge una- Carla le lanzó una botella pequeña de agua mineral.
-Muchas gracias, guapa.
-Pero compártela, ¿eh?
Iñaki asintió con la cabeza al tiempo que abría la botella.

Seguimos caminando alrededor de una hora cuando el bosque llegó a su fin para dejar paso a unas enormes rocas con enredaderas y lianas colgantes de los árboles más próximos. Las rocas, casi negras, eran tan altas como un edificio de cuatro plantas. En los resquicios que había entre ellas se filtraban hilos de agua que convergían en una cascada. El salto de agua era el inicio de un río grande pero poco profundo.
-¡Por fin!- gritó Bastian, que no dudó en lanzarse al agua para refrescarse.
Me acerqué al río. El agua estaba helada pero era una bendición para el cuerpo. Estaba sudando como un cerdo. Sin ningún tipo de pavor me quité la camiseta gris y la zambullí en el agua.
-¡Esta buena!- dijo Iñaki-. ¡Se puede beber!-. El tipo, más contento que unas castañuelas, llenó la botella de agua.
Carla, Van Dijke y Ashley se mojaron la larga cabellera al tiempo que Cole y Andrés se refrescaban la nuca.
-¿Continuamos?-preguntó Bastian.

No habíamos avanzado ni dos metros cuando Bastian se quedó clavado, inmovilizado.
-¿Qué pasa?-le pregunté, agarrándole por el hombro.
-¿Has…has visto eso?- el tipo tenía los ojos abiertos de par en par. Su voz no fue más que un fino hilo brotando sus labios con extrema lentitud.
Levanté la vista y entonces comprendí la mirada de Bastian.