viernes, 11 de junio de 2010

XI. Rayos y truenos

Al llegar a la terraza entendí aquel grito. Una ola con muy mala fe estaba apunto de abalanzarse contra nosotros. Volkóv estaba agarrado a la barandilla con medio cuerpo dentro de mi balcón.
-¡Sujétese!- gritó en inglés. La botella de vodka se rompió en pedazos al tocar el suelo.
Sin tiempo a reaccionar de otra forma, me abalancé sobre la barandilla, me aferré a ella con todas mis fuerzas. Acurrucado contra la pared, cerré los ojos y rogué que fuese rápido.
El estruendo me asustó de tal forma que cuando brinqué me golpee la cabeza. El zarandeo fue menos duro de lo pensado pero la cascada de agua que nos cayó encima no fue pequeña precisamente.
-¿Estas bien, Volkóv?
-Estoy muerto, tío.
Me levanté y fui hasta el límite de la terraza para ver como estaba el ruso. Tirado en el suelo, el tipo se había clavado varios cristales en la pierna derecha.
-Estoy bien- dijo sin apartar la mirada de los hilos de sangre que brotaban de sus heridas-. Hace falta algo más que unos cristales para dejarme fuera de juego-. Se arrancó uno de los fragmentos sin tan siquiera pestañear. Claro que con el alcohol que llevaba encima no notaría dolor alguno.

Un rayo partió por la mitad la oscuridad de la noche. El navío se iluminó durante unas milésimas de segundo. No pude ver con claridad el estado de la mar, pero sí lo suficiente como para saber que aquella ola no iba a ser la última de la noche.
Salí de la terraza, me vestí y salí del camarote en busca de cualquier miembro de la tripulación. Media cubierta se me había adelantado.
-Que no cunda el pánico- decía un hombre de unos cuarenta años rodeados de viajeros-. Es sólo una tormenta, no hay de qué preocuparse.
-¡Pero si el barco se esta zarandeando!- gritó un joven con albornoz y el cabello lleno de jabón.
-Tranquilícense, hemos topado otras veces con tormentas como esta y sólo duran unas horas.
-¿Nos hundiremos?
-No, claro que no- el hombre, visiblemente irritado llamó a un compañero por radio.
-¿Qué podemos hacer?- preguntó una mujer con su niña en brazos.
-Estar en sus camarotes y no se acerquen a la terraza. Las zonas comunes como el casino o la discoteca quedaran cerradas durante unas horas como medida de seguridad. Serán informados en cuanto el capitán, el señor Wingman, nos confirme el estado de la situación. Pero repito, no hay de qué preocuparse.

Cerré la puerta del camarote, me tumbé en la cama e intenté dormir de una vez por todas. La noche estaba siendo muy larga.