domingo, 20 de junio de 2010

XVIII. El viejo marinero

Aun no daba crédito a lo que veían mis ojos. Del agua emergía una aleta sobre una enorme sombra amenazadora, de aquellas con mala presencia que hace que te preguntes por qué no podías estar en otro lugar. El escualo se dirigía veloz a por un bote salvavidas ante los gritos desesperados de los navegantes. Era una escena cojonuda para cualquier película de tiburones.
Aun no me había dado tiempo a reaccionar que el escualo embistió la embarcación haciendo que se tambaleara. Por suerte, nadie cayó al agua. La aleta se zambulló por completo y perdí su rastro.
-¿Has visto eso?- preguntó Manuel, que casi se quema con la colilla del cigarro.
-¡Es enorme!- grité, abriendo los brazos al máximo-. ¿Cómo quieres qué no lo vea?
Los gritos alarmaron a la tripulación del bote y unos cuantos salieron a investigar. Iñaki era uno de ellos.
-¿Qué pasa?- preguntó exaltado.
-Hay un tiburón rondando por las aguas.
-¿Qué dices?
Un chico asiático señaló una sombra alargada bajo el agua. Al lado estaba su padre, el vivo retrato de Pat Morita. Calvo, con bigote y perilla completamente cana. Su arrugado rostro describía una enorme sonrisa. Miré al joven sin entender nada.
-Joder, va otra vez hacia ellos- dije a Iñaki, que no apartaba los ojos del mar.
La embarcación tembló por segunda vez ante el incesante griterío de los turistas. Los pocos botes cercanos estrecharon el cerco alrededor de la victima. El joven asiático negó con la cabeza repetidas veces.
-¿Qué pasa?- le dije en inglés, con la esperanza de poder entendernos.
-Están asustando al tiburón- respondió-. Así sólo conseguirán que siga atacando a los botes.
El hombre mayor intervino en la conversación, hablaba en japonés.
-Mi padre dice que estamos en aguas muy frías para este escualo.
-¿Qué quieres decir?
-Los tiburones blancos navegan en aguas cálidas.
-¿Blancos?- rugió Iñaki con los ojos abiertos como platos-. Dime que no es verdad.
-Tienen muy mala fama- continuó el joven-. Pero no son asesinos. Seguramente nos ha confundido con algún elefante marino.
-Un elefante muy grande- ironicé-. Estamos en un jodido bote.
Fue entonces cuando caímos al suelo de la embarcación acompañado de un estruendo. El tiburón nos había placado con todas sus fuerzas.
-Tenemos que seguir navegando- dijo el joven-. Debemos huir.