miércoles, 23 de junio de 2010

XX. Campamento improvisado

-Un poco más- rugió Andrés, que nos arengaba desde la parte trasera del bote-.¡A la de tres!
Empujé con todas mis fuerzas, que no eran muchas, y los pies se me hundieron en la arena.
-¡Vamos!- volvió a gritar Andrés.
Contra más fuerza hacía más me hundía en la orilla. El agua ya me llegaba por las rodillas y el bote seguía en el mismo sitio.
-¡Empujad!
El navío, empujado por una veintena de personas, comenzó a deslizarse con lentitud pero sin pausa.
-¡Esto marcha, chicos!- grité.
Arrastramos la embarcación hasta la arena de la playa, no muy lejos de la orilla, y la atrancamos con piedras.
Destrozado, me senté en la arena y pegué la espalda al bote en un intento de recuperar el aliento. Manuel hizo lo propio.
-Tienes mala cara- le dije entre jadeos.
-No soy el único-me dijo entre risas-. Ya no estamos para estos trotes.
-Eso parece- cogí el inhalador del bolsillo y me apliqué una dosis. Con algo de suerte el chute me abriría los bronquios.
-¿Asmático?
-Desde pequeño.
-Mi hija también, pero toma otra cosa.
-¿Vino en el crucero? Tengo otro inhalador por si lo necesita.
-Está con su madre, en otro bote.
-Eh, abuelos- interrumpió Iñaki-. Hay que montar el campamento, está oscureciendo.
Me levanté con desganas y ayudé a Manuel a incorporarse. A mi, personalmente, me dolían hasta los parpados. Caminamos hasta la boca del bosque. Aun no habíamos empezado a recolectar la leña para el fuego cuando nos dimos cuenta de que había cerca de un centenar de personas agrupadas en tres grupos. Hablaban entre ellos y miraban sus relojes.
-¿Qué hacen esos?- preguntó Manuel.
-Creo que conozco a un tipo, quédate aquí mientras yo voy a preguntar.
Reconocí a mi vecino ruso del camarote.
-¿Qué pasa?- pregunté a Volkóv.
-Quieren ir a buscar los otros botes que han pasado por detrás del acantilado.
-¿Ahora? Ya es de noche.
-Por eso mismo- respondió el tipo al tiempo que alzaba los brazos con las palmas de las manos hacia arriba-. Nos hemos dividido en tres grupos y cada uno rastreará una zona de la isla. Ahora estamos en el punto de encuentro.
-Es una locura, no sabes que hay allí dentro, o cuan grande es la isla.
-Es sólo un bosque, volveremos en un par de horas- y acto seguido, Volkóv se reunió de nuevo con su grupo.
Volví cabizbajo para informar a Manuel.
-¿Se van?
-Quieren encontrar los otros botes.
-¿En serio?- el hombre me dio la leña que había recogido-. Me voy con ellos.
-Es peligroso, ya iremos a buscarlos mañana por la mañana.
-Se trata de mi mujer y mi hija, Luís. No puedo quedarme de brazos cruzados-. Manuel me miró por última vez antes de partir-. No espero que lo entiendas.
-Perfecto- susurré a la vez que chutaba una piedra con ira. Irritado por el comentario, decidí volver al campamento improvisado con la leña a cuestas. Aquél comentario fue un gancho directo a mi mandíbula.